La vida en la iglesia (por Olavi Skola y José Orero)

OLAVI SKOLA:

Me movía en la Gracia de Dios habiendo experimentado el milaggro del nuevo nacimiento. Yo, un vagabundo sin hogar, era ahora un hijo de Dios y tenía todo aquello que ma había faltado durante toda mi vida: uno, la familia donde estaba viviendo, otro, mi hogar espiritual, la iglesia y lo otro, el hogar hacia donde estaba de camino, el Cielo. Me sentía bienaventurado, superfeliz.

Pero seguía siendo un niño, espiritualmente un niño que debajo de esa felicidad llevaba un yo roto.

La nueva vida me había conquistado, aún en medio de las dificultades no temía porque confiaba en Jesús. Al principio pasé fuertes experiencias espirituales que me permitieron centrarme en las cosas de Dios. Sin ellas la desconfianza me hubiera invadido porque el esqueje de la nueva vita era tan débil y las ruinas de la antigua vida tan grandes que, mirándolas, el camino seme hubiera hecho cuesta arriba.

Vivía en el milagro del día a día y aguardaba el milagro para el siguiente día. Cada jornada transcurría entre la casa y la iglesia, ambas tuvieron un papel muy importante. Me hicieron apto para la vida tanto espiritual como social. Espiritualmente había estado muerto y en la sociedad había vivido fuera de sus normas. La iglesia me fortaleció espiritualmente y el trabajo en el campo fue una terapia. De ninguna forma hubiera soportado el traslado directo a una vida laboralmente normal, sobre todo psíquicamente. Mi capacidad de aguante era muy pequeña y Dios también había tomado todo esto en cuenta al organizar mi plan de crecimiento. La iglesia tuvo un efecto restaurador en mi vida. Esperaba el día de la reunión para ir a la iglesia; sentía la necesidad de compartir aquello que los demás tenían. No era capaz de faltar a una reunión. !Qué experiencia participar en estas reuniones!. Recordaba de mi niñez la misa tan formal y tan aburrida cuyo mejor momento era cuando se terminaba.

Viene a mi memoria una predicación de cómo actúa la gracia de Dios en nuestros pecados pasados. Durante los días anteriores me había encontrado molesto. A veces mi conciencia me exigía una vida exageradamente perfecta que me hacía olvidar la Gracia de Dios, viviendo espiritualmente tenso. La Palabra de Dios en esa predicación penetró viva y potente entre los nudos apretados de mi alma aflojándolos y cortándolos. De esta forma la Gracia llegó en mi ayuda en el momento oportuno.

En alguna otra ocasión Dios me envió su mensaje a través de un consejo de una persona evitando que tomara una decisión equivocada. Sí, Dios en la iglesia me cuidó y me protegió pero también me puso a prueba. La iglesia tenía costumbres que me resultaban extrañas, como orar espontáneamente en voz alta, hablar en lenguas o profetizar. En mi primera reunión de oración a duras penas aguanté hasta el final y al terminar, molesto, fui a hablar con el pastor. Estaba temblando mientras le exigía una explicación a este bullicio. Él me dijo tranquilamente que me desahogara y cogiendo su Biblia me enseñó del libro de los Hechos de los Apóstoles cómo en el día de Pentecostés, cuando bajó el Espíritu Santo provocó tal ruido que miles vinieron a escuhar. De la carta a los Corintios me mostró cómo el hablar en lenguas y las profecías eran normales en medio de una iglesia viva. Me tranquilicé, pero le advertí: “conmigo no vais a conseguir que grite Aleluya y a orar en voz alta”. Un par de meses después en un encuentro espiritual descendió aobre mí y di gracias en voz alta y grité !Aleluya! Una semana después tumbado en mi cama, palabras raras y extrañas que no conocía brotaron y hablé en nuevas lenguas.

Después de esta experiencia me he sentido como en casa en esas reuniones dond elas voces eran como “el estruendo de muchas aguas” y algo se liberó en mi interior. Mi voz en primer lugar es para adorar a Dios y no puedo callar o cerrar el canal por el cual Dios derrama sus bendiciones.

Cuando el Espíritu Santo obra, algunas veces nuestra razón levantga resistencia por miedo a lo desconocido, pero Él nunca fuerza ni hace daño, sino que busca la mejor forma para tratar con nosotros.

JOSÉ ORERO:

Ahora yo también tenía un hogar propio mientras permanecía soportando en aquel laberinto los ataques de algunos y algunas y la defensa de otros y otras. Pero aquello, repito, yas no era mi guerra y no me importaba nada en absoluto ninguna de aquellas batallas ajenas. Mi cuerpo estaba allí pero mi mente estaba en otro lugaqr. “!No me importan vuestros insultos ni vuestras burlas!. !Tenéis la lengua demasiado9 larga y demasiado sucia!. Ya no gritaré más veces !!!LIBERTAD!!! por vosotros!. !Ahora me llamaréis egosísta porque seguís siendo tan falsos como siempre!. Ahora sólo gritaré !!!LIBERTASD!!! por mí mismo y por mi familia!” Y les dije también: “!Sabéis todo lo que he luchado por vosotros y por vosotras pero ya no volveré a levantar mi voz por vosotros aunque os sigo sin odiar!. !Me podéis llamar egoísta todo cuánto querráis pero yo sólo gritaré !!!LIBERTAD!!! para salir de este laberinto infernal!”.

Mientras tanto la vida en la iglesia me llenaba enteramente. Yo no soportaba estar siempre sentado en la silla sin hacer nada. No era ni había sido nunca de los que les gusta “calentar banquillo” y tuve la decisión de unirme a un pastor estadounidense que vino en busca de voluntarios para levantar una iglesia en medio de un barrio (Carmen) duro de Madrid. Sabía que allí había borrachos, drogadictos, violadores, hombres violentos… pero no lo pensé dos veces y junto con mis nuevos hermanos Roberto y Sabino nos lanzamos a la obra. !Lo conseguimos!. !Conseguimos abrir una iglesia anexa a ICEA allí en medio de tan infernal barriada!.

Había conseguido tener confianza en mí y dejar de estar aburrido e inmovilista; porque ahora era un hombre feliz alejado de las teorías teológicas y junto a mi esposa e hijas. Tampoco, a pesar de ello, y ya estando en la nueva iglesia de Batán, me olvidé de las luchas sociuales y, a veces, seguí luchando al lado de los ideólogos de izquierdas. Combinaba mi labor espiritual con mi labor social. Pero esta vez no me importaban sus causas teóricas ni si eran verdaderos o falsos. Por las noches, en casa, seguíamos jugando como niños y orando como niños. Y seguí escribiendo poemas de amor en silencio… cuentos de amor en silencio… relatos de amor en silencio… novelas de amor en silencio… y hasta guiones de televisión de carácter humorístico en silencio… aunque me eswtuviesen observando desde los bares. Recuerdo, por ejemplo, “Por esos pueblos del Wayne en la Cafetería Nabor”.
Y así el Espíritu de Dios me fortalecía para poder soportar (ya me quedaba muy poco tiempo) aquel infernal laberinto bancario donde estaba físicamente pero mentalmente y espiritualmente no. Mentalmente y espiritualmente ya había salido del laberinto. Sólo quedaba salir físicamente.

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