El grupo miró hacia donde señaló la mujer y al ver aquella figura demacrada de mirada tranquila, calmaron su miedo.
Discutieron largo rato que hacer mientras miraban de soslayo al viejo. Empujados por el ánimo de María, mas aún recelosos, decidieron ir hacia donde se encontraba.
Encontraron un estrecho sendero entre rocas que llegaba hasta el árbol. Allí estaba el viejo, observando el valle.
– ¡Eh! ¿Eres el abuelo Alfredo?. Te hemos estado buscando durante años, ¿dónde te habías metido?.
– ¿Cómo has podido sobrevivir todo este tiempo?. Mírate, tienes un aspecto lamentable.
– Contéstanos, somos tu familia, ¿No te alegras de vernos?.
– ¡Eh abuelo!, ¡abuelo!. Debe estar sordo.
– Y loco. No parece peligroso.
– ¡Dejadle en paz!. Seguramente no tenga nada que decirnos, ha pasado mucho tiempo.
– ¿Cómo que le dejemos?, es nuestro abuelo, tenemos derecho a reclamar lo nuestro.
– En mi caminar veía y escuchaba, para mí eso era algo nuevo, con los pies desnudos.
Al cabo de mucho aprender llegué a un rio, sentí cuanta sed Tenía y bebí. El rio atravesaba el valle donde me encontraba. Entonces muy para mis adentros y después de mucho tiempo, pensé:
“Esto debe ser una longuera”
Una longuera es llamada a una porción de tierra más larga que ancha, ni demasiado pequeña ni demasiado grande, donde generalmente se cultiva algo.
Y con tranquilidad decidí instalarme.
Anduve y anduve por La Longuera conociendo a las plantas, a los animales, al aire y hasta ahora sigo caminando.
– …
– Ja, ja, ja, ja. ¡Veis!, está loco, como una cabra ja, ja, ja, ja.
– Ja, ja, ja, no podrá ni tenerse en pie, vamos a llevarlo con nosotros y le daremos algo de comer. Luego discutiremos como repartimos estas tierras.
– ¡No podéis llevároslo!, él quiere estar aquí, fue su elección.
– No tenemos nada que discutir, a partes iguales, todos hemos venido a por él.
– Eso no puede ser, yo soy el mayor, me toca una parte mayor.
– ¡No!, mi padre era mayor que el tuyo, a él le tocaría mas tierra.
– Lo que está claro es que a ti te toca la parte más pequeña pues eres el menor y tu madre está la última para la herencia.
– Pero fue mía la idea de venir a buscarle, he hecho tanto como vosotros.
– Y tú, María, a ti no te interesaban las tierras, ¿verdad?.
– Ella solo quería encontrar al viejo.
– Tú cógele de ese brazo, vamos a llevárnoslo. Ya habrá tiempo para arreglarnos.
– ¡No tenéis derecho a robarle la vida!.
– ¿A esto le llamas vida?. Mírale como está, no se entera de nada.
– ¡No!, ¡dejadle!.
– ¡Aparta mujer!. No te metas en estos asuntos.
María cayó al suelo y llorando suplicó otra vez a los nietos que no le llevaran al pueblo.
A duras penas pudieron poner al viejo en pie y, haciendo oídos sordos, lo llevaron entre todos donde estaba la pitanza. Él repetía una y otra vez aquellas palabras:
– En mi caminar veía y escuchaba…
Así fue como al poner delante del viejo, pan, vino y un pedazo de queso, este cayó al suelo y muerto como estaba se escuchó una ronca y alegre carcajada de nuevo y entonces comenzó la leyenda de El Viejo Cuervo.
Sucedió que los nietos avaros salieron corriendo acobardados y no volvieron.
Pero muchos familiares todavía son los que, buscando poseer La Longuera con su agua y su fértil tierra, acuden a ella codiciosos y escapan a la carrera cuando escuchan una carcajada rebotando en las paredes de piedra.
Ya María se encargó de contar la verdadera leyenda y aún se escucha en la habitación de algún pueblo una abuela terminando un cuento:
– Anduvo y anduvo por La Longuera conociendo a las plantas, a los animales, al aire y hasta ahora sigue caminando.
Y colorín, colorado…
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Está bien…