El cuit madrileny.

El vell avi Antoni Segrelles i Serrat no entenia res. Com era possible que la seva filla Mercé estigués preparant un cuit madrileny?.

– No se entera usted de nada, abuelo… estoy preparando un cocido madrileño porque hoy viene a comer a casa mi novio José… y ya sabes lo que le encanta el cocido madrileño…

No. No era posible que él, un independentista republicano a ultranza; uno de esos payeses enriquecidos de la noche a la mañana, aceptara que su bellísima hija, se hubiese enamorado tan pronto nuevamente; y mucho menos de un madrileño.

– Però…

– Pero nada, abuelo Antoni. Me caso y me caso con él.

-!Serà per sobre del meu cadàver!. ! En aquesta masia no es menja cuit madrileny mentre jo visqui!.

– Pues si lo deseas ya puedes ir haciéndote la medida exacta para la caja.

Un tenso silencio se apoderó de toda la masía. Al abuelo Antoni le temblaba el labio inferior.

– Què aviat has oblidat Jordi?.

– El muerto al hoyo y el vivo al bollo, abuelo… como comprenderá no voy a dejar pasar la ocasión de casarme con alguien que tiene tanto futuro por delante. ¿Qué hacía Jordi a parte de engañarme continuamente con Teresa?. Ahora, ya muerto, no me queda ni su memoria.

– Espera, que vinc.

El aldabonazo que el madrileño José Del Real dio en la puerta le sonó al abuelo Antoni como un mazazo en pleno cráneo. Las sienes le dolían. La vena izquierda de su cuello se le hinchaba siempre que entraba en un período de ira.

– Pase usted, por favor -dijo cambiando el tono agresivo de su voz por uno de bienvenida.

– Espero no molestarle demasiado -se le dirigió a él José Del Real, mientras se acercaba a Mercé Segrelles Martí y le daba un beso en la boca.

El abuelo Antonio pensó para sus adentros -A veure si hi ha sort i li dóna un mal de panxa i no torna més per aquí…

– Sé lo que está usted pensando, viejo hipócrita, pero si le digo la verdad no ha sido idea mía esto de comer cocido madrileño en su masía de Gerona.

– De Girona si no le importa, caballero.

– Tan caballeroso es para mí decir Gerona como decir Girona, pero en la escuela de mi ciudad aprendí a decir Gerona y, por supuesto, ningún hipócrita, y vuelvo a insistir en que sé lo que está pensando de mí, me va a hacer cambiar mi personalidad. Si mi personalidad no le gusta no es asunto ni de usted ni mío, sino de su carácter. Y le vuelvo a repetir que ha sido Mercé la que ha tenido la idea de invitarme a un cocido madrileño aquí, en su enorme masía gerundense.

-Està dient la veritat, pare. José Del Real, en aquests assumptes amorosos, mai menteix. He estat jo qui lliurement li he convidat.

El hipòcrita abuelo ya no podía evitar su ira y prefirió comenzar a leer su nueva novela, comprada en la “Llibreria Geli” de la calle Argenteria, 18 de Girona, “La moneda del somni” de Marguerite Yourcenar. Y comezó a leer el primer capítulo: “Paolo Farina era un home”. De pronto cerró, de inmediato, el libro y se quedó mirando a José Del Real que estaba comenzando a beber un vaso de cerveza que le había ofrecido Mercé Segrelles Martí.

– Quiero que me escuche usted un momento, caballero -volvió a cambiar la voz por un tono suave -Yo no deseo para nada que un madrileño se case con mi hija catalana.

– Pero resulta que no es usted quien tiene el destino de su hija en sus manos.

– ¿Me quiere usted decir que un simple cocido madrileño cambiará el destino de mi hija?. ¿Por tan poco valor se deja comprar usted?.

José Del Real sólo le miró de frente. Lo único que sintió fue lástima de aquel anciano.

– Escuche bien señor Antoni… porque se lo voy a decir en catalán, para que vea que también puedo a veces entender lo que usted ni tan siquiera comprende.

– Seria realment un home si m’ho fes entendre, cosa que dubto que ho aconsegueixi …

– Pues es muy fácil. Escuche. No som mai el que els altres veuen donin nosaltres. Som molt més que una simple aparença. En el fons, un home només és home quan es porta com un home malgrat els errors de la vida. Però potser és vostè ja molt caduc i estigui perdent el temps …

– No. No lo entiendo…

– Porque usted ha vivido demasiado tiempo dentro de la ira. ¿Conoce la novela “Las uvas de la ira”?.

– ¿Las uvas de la ira?. Algo recuerdo de ella. ¿Puede ayudarme a recordar?.

– Puedo pero no sé si valdrá para algo…

– Padre -intervino en esos momentos Mercé- hay mucha distancia entre usted y él.

– No, Mercedes. Déjame que le explique por qué no es el cocido madrileño lo que le hace estar de tan mal humor.

– Adelante. ¿Qúé tengo que aprender yo de “Las uvas de la ira?. ¿Acaso tengo yo que aprender algo de vinos cuando toda mi vida he sido un vinatero de tanta categoría que amasé una verdadera fortuna con las uvas?.

– Pues tiene que aprender lo siguiente: Las Uvas de la Ira comienza con sequía y termina en inundación. Esto ha llevado a que algunos lectores vean al libro como la historia bíblica del Éxodo vuelta a contar.

– I què té a veure el Cristianisme amb tot això si és que es pot saber? … perquè jo no estic entenent res.

– Pues que ha sido el Cristianismo el que me ha hecho aceptar la invitación de su hija y no el cocido madrileño… y además usted y yo bien sabemos por qué tiene tanta envidia de Madrid.

El abuelo Antoni intentó cambiar de conversación…

– ¿Hace buen tiempo por los madriles?.

– No espere, Don Antoni… no se me desmarque usted ahora ni me salga por las de Villadiego… a la hora de decir la verdad o decimos toda la verdad o no entendemos nada… y usted me ha dicho antes que quiere entender…

– Pero no a cierto precio.

– Luego está demostrando que quien se vende por poco precio es usted y no yo.

– Em nego a seguir parlant amb vostè …

– Per què no li explica la veritat a la seva filla?.

– Le repito que me niego a seguir hablando con usted…

– Y yo insisto en decirle que por qué no le explica la verdad a su hija.

– ¿Qué verdad?.

– La que Dios, usted y yo sabemos.

– ¿Cómo se enteró de ello?.

– Es usted demasiado famoso Don Antonio… demasiado famoso por sus proclamas antimadrileñas… y ya sabe que cuando alguien logra tanta fama todo lo que esconde sale a relucir. ¿Por qué no le dice usted a su hija que no es Madrid ni el cocido madrileño lo que usted tanto odia sino que fue una madrileña la que le dijo no?.

El silencio llenó de nuevo toda la masía. El abuelo Antonio, enrojeciendo nuevamente de ira, buscó de nuevo el auxilio de la literatura en catalán. Se levantó de su vieja butaca y eligió “Tirant lo Blanc” de Joanot Martorell. Comenzó a leer para sí mismo intentando que las piernas no le flaqueasen por los nervios y se viniese al suelo: “Oh quanta bellesa. Mai no he vist al mòn una donzella de tanta perfecció!. La vostra majestat superas totes les donzelles en saber i en gran discreció. Certament, ara no estic sorprès si el Soldà us desitja tenir en els seus braços”

– ¿Qué me ha estado ocultando siempre mi padre, José?.

– Debes de saber, porque es justo saberlo, que tu padre odia a Madrid y al cocido madrileño y a todo lo que está relacionado con la capital de España porque, estando haciendo el Servicio Militar en dicha ciudad, se enamoró perdidamente de una madrileña de tan extraordinaria belleza… de tanta belleza… que él no pudo entender que no quisiera irse con él a la cama, a pesar de ser de tan estirpe familiar y tener tanto dinero como para comprar sus amores, y prefiriese el amor noble de un simple soldado. Esa es la verdad que ocurre con muchos otros, Mercedes… con muchos que odian escondiendo la verdad de sus odios. No pueden soportar que el dinero no sea lo máximo que desean ciertas clases de chicas madrileñas o no madrileñas; aunque en el caso de tu padre fue una madrileña. Por eso no puede dejar de leer cierto pasaje de “Tirant lo Blanc”.

El anciano Antonio Segrelles i Serrat se había quedado dormido tendido en el suelo. En su último sueño recordó un pasaje de “La moneda del somni”: “Al final, la puerta se abrió bruscamente, un motor luchó contra las detonaciones del temporal, en medio de una reducida escolta de dignatarios que se despedían con saludos y sonrisas, se reconoció sin ninguna dificultad a la que había elegido como objetivo. Pero el instante que estaba viviendo divergía de lo que había sido cuando aún era solo un instante futuro”.

– Puedo ya servir el cocido… señora Mercé…

– Si, Ana María, puedes ya servir el cocido madrileño.

– Mercedes Segrelles Martí se sentó ante la mesa e hizo sentarse a José Del Real enfrente de él.

– Res podem fer ja per ell. Ha mort. I nosaltres hem de seguir vivint …

– Si -dijo él mirándola a los ojos- nosotros debemos seguir viviendo porque el amor nunca muere.

El señor don Antoni Segrelles i Serrat tenía aspecto de víctima abatida. En la vieja librería del salón, además de “Nocturno de primavera” de Josep Pla; había un volumen con la poesía completa de Manuel Vázquez Montalbán.

– ¿Me perdonas un momento, Mercedes?.

José Del Real se acercó al cuerpo del anciano yaciente, lo incorporó, lo tumbó en el sofá y lo cubrió con una manta. Después se fue hacia el libro de las poesías y abrió una página al azar. Leyó: “Cuando te encuentre en el trastero del mundo Chavela me mostraré indiscreto…” no quiso seguir más con la lectura. Sacó de su bolsillo interior de la chaqueta una vieja pluma estilográfica, recuerdo de su padre recién fallecido, y escribió: “En este espacio de vida en donde hay que saber estar es necesario ser verdadero”. Volvió a la mesa, sonrió a su enamorada y ambos, charlando de cosas de la vida, de esas cosas que parecen no tener importancia y sin embargo son trascendentales en la comunicación interpersonal, fueron degustando, tranquilamente, aquel sabroso cocido madrileño.

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