El edípico Ramoncín.

Finales de la década de los 80 ya bien pasado el siglo XX y menos mal que ya se ha pasado del todo. Estamos viviendo los cuatro (mi Princesa, mis dos hijas y yo) en la calle madrileña de San Roberto, número 10, en el barrio de El Batán de Madrid y hay un vecinito que se llama Ramón que un día, en una reunión de vecinos, va y me suelta la chulería de que es muy grave que yo no sepa ni tenga idea de dónde se encuentra el conmutador de la luz de las escaleras; porque lo están discutiendo acaloradamente entre ellos por no pagar, de lo rácanos y tacañones que son todos (que hasta pagábamos una comunidad de tan birriosa cantidad de pesetas que era hasta para estar avergonzados del todo), unos pocos céntimos de peseta por gasto de luz.

El caso es que ante aquella chulería del vecinito Ramón, que no tiene ni media leche y que todavía está siendo alimentado por su mamá cuando yo hace ya décadas que me tuve que alimentar como pude sin la ayuda ni de mi mamá ni de mi papá, no le hago ni caso y solamente sonrío… pero a la vuelta lo venden tinto, como dijo el inefable presidente del Real Madrid Club de Fútbol, el señor Don Santiago Bernabéu (de Santa Pola, en Alicante) así que tiempo le pido al tiempo para pillar a este chulito que se las da de ser tan listo que me dice que es grave el hecho de que no me interese para nada saber donde está el conmutador de la luz de las escaleras por dos razones y a ver si se entera ahora: La primera es que yo siempre salgo temprano para ir a trabajar al Banco Hispano Americano de Alfonso XII (Madrid) y por eso no soy el último en bajar las escalera y no tengo ninguna obligación moral, por eso, de ser yo el que apague dichas luces y, en segundo lugar, porque como vivo en el primer piso tengo tan poco tramo de escaleras que bajar (solo unos 4 o 5 peldaños nada más) que no necesito, para nada, encender la luz para bajarla y salir a la calle a trabajar honradamente.

Ramón me dijo que era grave mi asunto y le digo que lo que sí es grave es el suyo: un joven ya entrado en añitos que todavía vive bajo el cobijo de su madre y quizás tenga complejo de Edipo que no lo sé bien pero bien pudiera ser si aceptamos las teorías de Freud (cosa que desde luego a mí no me ha ocurrido jamás). Por cierto, era una época en que el cantante/cantautor (¡toma ya con otro famoso cantante/cantautor de moda de la movida mala de Madrid!) Ramoncín, hacia estragos entre la juventud, sobre todo entre la juventud masculina, poniendo de moda toda esa basura de los pendientes en las orejas de los jóvenes masculinos haciéndoles manifestarse como muchachitas en vez de mozos bien mozos; los anillos en las narices de los jóvenes masculinos quizás por aquello que fue tan famoso de las “tribus” urbanas; los anillos a dedos llenas para ser algo así como pudientes cuando ni tan siquiera podían ir más allá de un par de copas y varios colocones de hachís; los tatuajes en las musculaturas quizás para dar miedo a los niños y a las niñas porque a los hombres de vedad nos entraba la risa; las chompas de cuero crudo (o ir en cueros por las playas) para fardar de libertad cuando eso era precisamente lo contrario a la libertad porque era un montaje de quienes manejan los sucios negocios de enriquecerse a costa de las modas en las que cayeron tantos jóvenes de ambos sexos; las crestas en forma de gallo (punkis y otros parecidos sujetos que parecían estar sujetos a una fiebre continua de ir haciendo el mohicano por la vida); y con canciones tan pésimas que, de repente, subieron como la espuma en los hit parades musicales y por algo sería digo yo (por ejemplo mensajes anticristianos de todo tipo), etcéteras, etcéteras y etcéteras.

También se puso de moda, en aquella época de la movida del “mal rollo”, en el Madrid de Ramoncín, algunos otros cantantes de dudosa categoría estilista como Alaska y Los Pegamoides (que se dedicaban a convertir a las chicas en machorras haciéndolas perder no sólo la virginidad fuera del matrimonio sino también la gracia femenina), el chistoso chistorra de la chorra (porque decía solamente chistes marrones y ya sabéis que el color de la caca es marrón) de El Gran Wyoming que hacía menos gracia que la desgracia de haber nacido payaso pero no de circo sino de los sin gracia. ¿Y qué decir de los pegamentos, las drogas blandas, las drogas duras y todo lo demás de lo demás? Hubo dos movidas: la del “mal rollo” y la de los que intentábamos ligar a la buena de Dios y no mezclándonos en enmarañadas telas de arañas porque hasta arañas parecían aquellos esquilmadores de la conciencia juvenil introduciendo a la juventud que les quiso hacer caso (yo ni pueñetero caso les hice jamás) en mundos más o menos infernales.

Pues termino que, en cuanto al vecinito Ramón, mira por donde en muy pocos años me tocó a mí ser presidente de la casa y nombrar la reunión anual. Entre todos los que faltaron estaba el citado Ramón y eso… ¡eso sí que era grave y no la tontera de saber dónde se encontraba un conmutador de luz que yo ni lo usaba jamás!. El caso es que sólo unos 4 vecinos o 5 vecinos estuvimos en la reunión y como a mi plin porque yo dormía en pikolín (o sea a gusto sobre un buen colchón) di por válida la reunión, anoté lo que dijimos los 4 ó 5 vecinos en la correspondiente Acta y pasé el testigo al siguiente vecino importándome un rábano lo que pensaran el citado vecinito Ramón (¡que sí que era grave no acudir a la reunión y a ver si se entera ya!) ni los que eran más o menos parecidos a él en sus maneras de ser. Y es que hay maneras de ser edípicas y maneras de ser normales. Yo, desde luego, soy de los de manera de ser normales y tenía muchas cosas en qiue dedicar mi tiempo además de ser un trabajador bancario honrado… como era el de alimentar a mi familia (mujer y dos hijas), jugar con ellas para divertirlas un poco (mujer y dos hijas) o gozar de sus agradables presencias (mujer y dos hijas).

Dura realidad lo de aquellos años de la movida madrileña del “mal rollo” y toma Generaciones X para el cuerpo como tema especializado de sociólogos, psicólogos, psiquitaras y hasta expertos en manifestaciones paranormales suburbanas pero nunca urbanas normales. Y llego a la conclusión, una vez más, de que la cultura es cultura y la contracultura es un verdadero rollazo que no es cultura aunque lo digan los de la movida madrileña del “mal rollo” más emporrados que Los Porretas de Alcobendas con todo su rock hasta el límite voltaico, kilovático y megavático a todo tope y a todo volumen. Dios mío que cosas aquellas de las movidas madrileñas: los drogatas, piratas y hasta ratas por un lado y nosotros, los normales, por el camino como Dios manda. Ahora que se lo vayan a contar a Aute y Sabina a ver si me dedican una canción que es que me vuelvo loco del todo si me la dedican y les daría las gracias por acordarse un poquito de mí. Bueno. Cierro esta página de mi Diario porque no quiero caer en ningún “mal rollo”.

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