Una luna atiborrada de cemento,
despertaba del amanecer,
mientras repetía las notas
del marchito coro de papel.
Eran aquellas canciones que
habían perdido el pellejo en una
apuesta sin recibo, en una pusada
sonrisa que esperaba para reír,
el final.
Porque la última parte de su voz,
dibujaba ecos en la copa que
teñía de menta la mitad
de una gota que salpicaba licor.
Era la última nota, que presentía
doblarse entre los vericuetos de un
tiempo coronado por fantásticos
latidos acelerados.
Era el minuto aquel que bordeaba
la intrépida figura de su cuerpo, la
curva de astillas fluorescentes del desván
de madera en soledad.
Era la magia de la nada
envuelta para regalo,
y vestida de luto con medias
azabache, con valijas que auyentaban
arrebatos de pasiones que olvidaban
despedirse, que olvidaban encontrarse
y desbordarse.
Era el paupérrimo sentimiento
de mentira que no podía tan siquiera creer.
Que no le permitía imaginar
lo que formaba parte de la verdad
que barajaba de vuelta.
Era el comienzo.
El fin.
2 comentarios sobre “El final”
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Sitúas los finales como verdaderos principios para la reflexión y es eso en verdad un acierto filosófico porque entre las verdades de los discursos diarios de nuestras existencias existe siempre esa percepción de las notas llenas de encuentros y desencuentros que muestras en el texto con la hábil pluma de una pasión contenida. Imaginar la verdad es el principal recurso al que recurren los hombres y mujeres que tienen un porqué para sentir… y formar parte de la verdad es sencillamente hacerse capaz de desbordarse en los finales para iniciar siempre esa reivindicación de existencia que siempre nos queda pendiente de vivir. Podemos andar muchos caminos y llegar a muchos finales pero siempre quedará un infinito por experimentar y en eso estriba el saber filosofar como lo haces tú. Un beso, Celeste.
Maravillosas imágenes.
Maravilloso “conciertito interrumpido” (Si lees mi proceso de lectura desde hace unos poemas, entenderás a que me refiero)
Maravilloso final.