Sergio peleaba contra las tormentas. No me preguntéis porqué. Sólo puedo deciros que lo vi muchas veces, debajo de la lluvia, luchando contra el temporal. Las presentía como nadie. Una hora depués de acostarse, mientras se estaba afeitando, cuando el viento levantaba levemente la esquina de la nota que el camarero le dejaba en un platito, con el coste de la consumición en una terraza. Y podías notar cómo se agitaba, cómo se le erizaban las venas y entraban en revolución. El ejército rojo subiendo a los camiones, la mirada en el frente y el corazón encogido por el vértigo de la Historia. La nube N soltaba la gota G en el momento M. No había vuelta atrás. Al rebotar en el afeitado cráneo de Sergio en pijama, con la cara a medio afeitar o bebiendo el último trago de su inacabada cerveza, levantaba los brazos que acababan en puños y se disponía a combatir. El viento le azotaba en el mentón y él cimbreaba la cintura para zafarse del ataque, devolviendo un golpe al aire que aullaba de dolor.
El huracán intentaba cegarle con arenilla arremolinada entre sus pestañas, con diminutas múltiples piezas de granizo, con gotones que estallaban en sus pómulos. Sergio entrecerraba los ojos, agachaba la cabeza y la introducía en el agujero del vendaval, golpeando con rabia, izquierda, derecha, izquierda. La catarata de agua intentaba derribarle, hacerle morder el charco del suelo, beber el polvo de la lona, acribillándole una y otra vez con sus cuchillas heladas. Con la ropa pegada al cuerpo le resultaba más difícil moverse, incluso tenía que adoptar estrategias defensivas, esperando dar el golpe de gracia. Los músculos le dolían y sentía frío. En ocasiones, al borde de la derrota, dejaba al margen las normas del buen combatiente y arremetía contra el enemigo a base de mordiscos y agarrones. O se abrazaba al cuerpo de su oponente buscando una tregua, estudiando el modo de derribar las defensas enemigas. Los asaltos apenas duraban unos minutos pero el tiempo se desliza despacio en el barro de la playa. Cuando la tormenta empezaba a retroceder, Sergio se crecía y reunía nuevas fuerzas para golpear al adversario en retirada, intentado darle una lección que pudiera recordar hasta la próxima vez, que tarde o temprano, llegaría, siempre llegaba. Las nubes se alejaban asustadas, admiradas, algo avergonzadas. La lluvia ascendía hasta la nave nodriza para planificar la próxima batalla, recomponiendo su estrategia, haciendo recuento de las bajas. Sergio confundía el sudor con las lágrimas cuando levantaba la vista hacia el cielo, exhausto, extenuado, sabiéndose el centro del universo.
Un comentario sobre “EL HOMBRE ATORMENTADO”
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Leo tus textos con especial interés porque siempre veo en ellos una manera muy personal y original de narrar. Me ocurrió también con este Hombre Atormentado. Te felicito. Escribes de manera muy interesante. El tema me ha gustado por lo que tiene de intrepidez alocutoria y esa lucha entre el humano y la naturaleza. Es muy original e interesante.