En tiempos de Felipe II se decía que el indio no era gente y los europeos se preguntaban si eran monstruos nacidos de alguna lejana prehistoria infrahumana. Esto sigue existiendo en los racismos de Latinoamérica (el que pierda es el más indio… dicen muchos cuando van a empezar un partido de fútbol o ecuavoley). Y no es justo…
El indio ha despertado y sigue sintiendo en su carne y en su sangre ese rechazo de la población blanco-mestiza que va en contra de unas raíces profundas y sinceras, inocentes de la sangre derramada y la incomprensión. Y el indio se mira al espejo y se ve hombre. Y se mira al alma y se nota humano. Y mira alrededor y se siente parte integrante de unos territorios plenos de libertad… ¿por qué entonces ese rechazo de gentes que se creen superiores en el status de la civilización?.
El indio forma parte intrínseca y necesaria de este mundo al que llamamos vida. Y yo veo al indio, como junto a él, y le digo ampliamente y sin complejos, que me siento orgulloso de compartir ideas y de vivir utópicas realidades que se convierten en el pan diario de nuestras conjuntas existencias. Sé que un día abandonaré estas tierras para volver al Viejo Mundo… pero me iré con la serenidad conseguida de unos ojos pequeños y una piel cobriza, para decir a las personas que el indio es gente que siente y que se preocupa porque la noche le alcance abrigado de tantas asechanzas. Que Dios perdone a los que quieren apartarle de la dignidad. Yo, por mi parte, indio amigo… te hago saber que formas parte importante de mi mundo, de este mundo que intento comprender cada día un poco más a pesar de las incongruencias de algunos que dicen que eres una especie de monstruoso caníbal de vírgenes doradas… porque yo sé que adoras tu especie como el halcón cuida de su vuelo.