El intruso

– No, no oigas al ruido de la calle. No vuelve. No puede volver.

Alejandro intentaba convencer, una vez más a Elvira; pero ella seguía alimentando el delicioso y doloroso final una y mil veces más. Los encuentros sexuales entre ambos, de esta manera, se hacían insufribles para alejandro lo mismo aquella noche que las demás. Diego seguía unido a las zonas concretas de la piel de Elvira.

– Elvira… tú me tienes para que te cuente la verdad. Y la verdad es que Diego no va a volver nunca más.

Elvira no le hizo caso. Como siempre. Ella sabía que Alejandro renunciaba siempre a las cosas que estimaba no poder alcanzar; pero ella tenía un cuerpo y tenía una edad como para ser mucho más optimista.

Alejandro encendió un cigarrillo cuando Elvira rompió su silencio…

– Es tan gracioso… Nadie puede llamarse Alejandro si tiene tu espíritu.
– ¿Mi espíritu?. ¿Qué tiene que ver mi espíritu con todo esto?.
– Mucho. Alejandro es Magno. Ningún Alejandro es como tú.

La m¡indiscreta mano de Alejandro se posó sobre el muslo de Elvira.

– Va a matarnos… ¿no lo ves?.
– No, Alejandro. Diego no es capaz de matgar a nadie.
– Entonces admite que Diego no volverá más…

Elvira abrió las piernas. Y comenzaron ambos a copular…

– Ni siquiera estoy asustada

Alejandro intentaba inútilmente apartar a Diego del cuerpo de Elvira. A medida que la penetraba era Diego quien estaba allí, sobre ella, fornicando con ella, besándola a ella, amándola a ella. Y Diego, además, se reía de él con total alevosía.

Así que se levantó de la cama, se vistió y dejó que, una vez más, el intruso de Diego siguiese haciéndole el amor a su querida Elvira. Hasta que algún día Diego los matase a los dos.

Un comentario sobre “El intruso”

Deja una respuesta