Lo primero que Tomás descubrió al abrir los ojos fue un profundo silencio. Algo verdaderamente inesperado para él. La penumbra era total en la alcoba y sintió una especie de congoja interna que no sabía, amodorrado como estaba, a qué achacar. Alargó el brazo para tocar el cuerpo de ella, pero no encontró más que un vacío. Repentinamente asustado comenzó a tantear sobre las sábanas. No. María no estaba allí, dormida a su lado como siempre… así que, todavía con los ojos dolidos por la oscuridad, encendió la lucecita de la mesita de noche. Eran las dos y media. ¿Las dos y media de la madrugada y María no estaba allí, dormida a su lado como siempre?. Se levantó más asustado todavía y dando un bote en la cama. Se acercó a la ventana, descorrió el visillo y levantó la persiana. La luz cegadora del sol le hizo cerrar brevemente los ojos. Se los frotó. ¡Eran las dos y media de la tarde!. Había dormido durante diecinueve horas exactamente.
Es cierto que a las siete de la tarde del día anterior, tan cansado como estaba después de tres duras jornadas de trabajo ininterrumpidas, sin haber tenido apenas tiempo para dormir, había dado aviso a María y los niños de que por nada del mundo le despertasen a ninguna hora. Sábado y domingo no tenía jornada laboral y solamente quería dormir… dormir… dormir….”!Por nada del mundo me despertéis!. ¿Habéis oído bien?. ¡Aunque se esté acabando el mundo no quiero que me despertéis!.”. Y les había hecho jurar a todos que no lo harían. “!Aunque se esté acabando el mundo, eh, aunque se esté acabando el mundo!”.
Lo que más le extrañó fue que a esa hora, las dos y media de la tarde de aquel resplandeciente sábado de principios de septiembre, no estuvieran ni María ni los niños “dando guerra” en la casa. ¿Por qué no le habían despertado para comer?. Ah, sí, se le olvidaba… “!Aunque se esté acabando el mundo no me despertéis!. ¿Entendido?”. “!Sí, Tomás, te hemos entendido!”. Les hizo jurar a toda la familia. Pero… ¿cómo iba a pensar él que aquella orden se la tomasen al pie de la letra?. ¿Qué estarían haciendo ahora María y sus tres hijos a las dos y media de la tarde y fuera de casa?. Se desperezó estirando los brazos. ¡Ya se había cansado de dormir!. Todavía en calzoncillos se dirigió a la cocina dispuesto a prepararse un café con huevos fritos y jamón. Entonces fue cuando vio el papel escrito y pegado con papel de “cello” en la puerta del frigorífico: “Tomás. Hemos cumplido con lo que nos hiciste jurar. No te hemos despertado. Nosotros nos hemos ido. Que tengas feliz sueño y te dé tiempo. Adiós”.
¿Qué era aquello?. ¿Una broma pesada?. ¿O acaso María había ya descubierto que le ponía los cuernos con Vicky?. No. No era posible. Vicky no conocía a María y María no conocía a Vicky. A no ser que el chivato de Benito… “!Ahora mismo salgo de dudas!”. Se fue al salón a por la agenda de teléfonos. Su memoria para estas cosas era una verdadera fatalidad. Hojeó la agenda por la letra B. Allí estaba el teléfono de Benito. Y comenzó a llamarle con enorme desesperación. “!Si se ha ido de la lengua me lo cargo, juro por todo lo que más quiero que me lo cargo!”.
El teléfono de Benito daba claramente la señal pero nadie contestaba. Después de intentarlo por tres veces, cada vez más nervioso, optó por llamarle al móvil. Nada. Tampoco el móvil de Benito daba respuesta alguna. “!Como te hayas ido de la lengua, te juro que no paro en hacerte la vida imposible!. ¡Contesta ya, Judas!”. Pero ni Judas ni Benito contestaban al móvil, así que decidió aplacar los nervios y las iras y fue de nuevo a la cocina a tomar una aspirina. Le dolía tremendamente la cabeza.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que aquel profundo silencio reinante en la casa era tremendamente extraño para ser las dos y media de la tarde. Aguzó los oídos. No escuchó la voz de la vecina de al lado discutiendo con su marido. Era la primera vez que no la escuchaba. Ni al perro del vecino de arriba ladrar como un demonio. Aquel día no se oía ni el zumbar de una mosca. El silencio era sepulcral. Abrió la ventana. No había coches aparcados en las aceras. ¡Qué raro!. ¡Si siempre estaban repletas las aceras de la calle a la hora de la comida!. Además… ¡ni un solo automóvil, moto o bicicleta circulaba por la calle!. ¡Pero si esta avenida es de un continuo ajetreo automovilístico!. Pues no. No circulaba nadie por la calle. Pero lo más asombroso es que tampoco vio persona alguna caminando por la avenida. Ni persona alguna ni ningún perro, gato u otro animal. ¿Dónde estarían?. ¿Es que se habían encerrado todos en sus casas?.
Demasiado asustado ya por aquel silencio espectral, se vistió como pudo, con el primer pantalón y la primera camiseta que encontró. El pantalón era verde esmeralda –de su mujer- y la camiseta morada; pero no le importó aparentar un esperpéntico payaso. No era asunto de reparar en eso ahora. Y todavía con las zapatillas de andar por casa salió a la escalera. Pensó que sería buena idea tocar el timbre de las vecinitas de al lado. Aquellas tres guapísimas latinas que tenían arrendado el 3º. C y con las que tanto había soñado en más de una ocasión. Les pediría azúcar. Eso es. Azúcar para salir del paso.
Tocó el timbre tres, cuatro, cinco veces… pero en ninguna ocasión obtuvo respuesta desde el interior de la vivienda ni ninguna de aquellas tres preciosidades salió a abrir la puerta. ¡El asunto ya era grave!. Perdido todo el control de su supuesta sempiterna serenidad comenzó a hacer sonar todos los timbres del tercer piso, incluido el de su propio hogar. Después, ante la falta de respuestas, bajó alocadamente al segundo piso y repitió la escena. Tampoco respondió nadie. En el primer piso volvió a hacer lo mismo con idéntico resultado. ¡Totalmente asustado salió a la calle!.
Nadie. Todo era silencio. Corrió como un loco por las calles vecinas. Algunos establecimientos estaban abiertos y entró en todos ellos atropelladamente pero ningún ser vivo (humano o animal) encontró dentro de ellos. De repente se acordó del Locutorio-Internet La Esperanza. Estaba abierto. Descontrolado, con el corazón latiendo a mil por hora, comenzó a llamar por teléfono a todas sus amistades. Ninguna de ellas respondió a la llamada. Enloquecido totalmente tomó la guía telefónica e inició una larga travesía de llamadas telefónicas cogidas a voleo. Nunca encontró a nadie que contestase a sus ya desesperadas llamadas. Después siguió una febril serie de llamadas a países del extranjero. ¡!Tampoco!!. ¿Qué le pasaba al mundo?.
En un mínimo momento de serenidad mental se acordó del Google. Se acercó a una de las computadoras y entró en las páginas informativas. ¡Allí encontró la respuesta!. Durante todo su largo sueño se había estado anunciando por los medios de comunicación que a la Tierra sólo le quedaban horas de vida. Que millones de OVNIS estaban llegando para embarcar a toda la población humana y sus animales mascotas. ¿Había entendido bien?. ¡Millones de naves OVNIS se estaban llevando a toda la población mundial!. No. No estaba soñando. Estaba despierto. Miró el reloj. Eran las tres y media de la tarde. La Operación Salida se cerraba a las cuatro. Pero… ¿dónde estaba el OVNI más cercano?. Salió de nuevo a la calle y comenzó a correr como un poseso en todas las direcciones,.
De repente, al fondo de una gran avenida, vio a un OVNI embarcando personas y animales. Alguien hablaba por un altavoz: ¡¡Atención!!. ¡¡Es la última aeronave!!. ¿Falta alguien por acudir a nuestra llamada?. ¡En veinte minutos despegamos!. ¡Si alguien queda por acudir y no se presenta en veinte minutos no podremos hacer nada por él!. Comenzó a gritar pero estaba demasiado lejos y la voz del parlante no callaba y le impedía hacerse notar. Meditó. Si corría a todo pulmón aún estaba a punto de salvarse.
Pasó delante del Banco Estatal. Se frenó en seco. El Banco tenía todas sus puertas abiertas y una enorme cantidad de sacos repletos de millones de billetes se encontraban desparramados por el suelo. ¡¡El dinero!!. ¡¡Se iría con todo el dinero posible para ser el más millonario en el nuevo mundo!!. Entró precipitadamente al Banco y agarró dos enormes sacos repletos de billetes hasta los bordes. Comenzó de nuevo a correr pero el peso era enorme. Las fuerzas le flaqueaban. Se hacía desesperadamente lenta su carrera. Las agujas del reloj seguían avanzando. No. ¡No renunciaría al dinero!.
Se desplomó sobre la acera cuando le faltaban solo quinientos metros para llegar a un OVNI que ya cerraba sus puertas y se elevaba hacia el cielo. Y allí quedó, tendido sobre el asfalto, eternamente fallecido, el último millonario de la Tierra.
Me ha gustado, al principio me has mantenido en suspense y el final me parece muy original.
Gracias Nocturna, por leer y tener la molestia de comentar. Si te das cuenta es ciencia ficción pero que va más allá de la ciencia ficción y entra de lleno en la conciencia moral de los humanos. Dios quiera que algún día los seres humanos cambien de verdad hacia un mundo mejor.