Una vez, hace unos años, visitamos un palacio. Un palacio encantado, en lo alto de un pueblo bellísimo.
Yo lo conocía por referencias, sabía de una forma vaga, de esa forma en que a veces contamos o nos cuentan cosas curiosas, que en su día había sido un seminario. Pero nunca imaginé que la visita, bastante años después, me fuera a producir tan grata impresión.
Cuando preguntamos en el pueblo por el palacio, nos indicaron el camino de subida, que era todo él por callejuelas tortuosas y en cuesta. Al llegar vimos un jardín arruinado, lleno de malas hierbas y con apenas alguna planta sana.
Entramos hasta la puerta principal y encontramos todo cerrado; ya íbamos a dar media vuelta para marcharnos cuando, como por arte de magia, la puerta se abrió y apareció un anciano, que nos hizo señas para que pasáramos. Ante nuestros ojos apareció un enorme vestíbulo, abandonado, decrépito, que sin embargo conservaba restos de su antiguo esplendor.
Subimos a la planta de arriba, guiados por el anciano, que nos advirtió de que tuviéramos muchísimo cuidado porque el suelo estaba muy deteriorado y si pisábamos mal podíamos caernos a la planta baja. Él nos iba indicando por dónde teníamos que pisar.
Y así fuimos haciendo la visita del palacio, en una de cuyas alas encontramos una zona de aseos que estuvo destinada a los seminaristas.
El anciano que nos guiaba nos estuvo explicando que el palacio se destinó, efectivamente, a seminario menor durante los años de la posguerra, pero supusimos que, al hacerse evidente tan gran deterioro del edificio sin que nadie acometiera las reparaciones necesarias, tendrían que abandonarlo.
Y no parece que a fecha de hoy se hayan comenzado las reparaciones, aún cuando en varias ocasiones haya habido proyectos para realizarlas. Es como si alguna maldición pesara sobre ese palacio.
Los planos del edificio se deben a Ventura Rodríguez, se construyó en Arenas de San Pedro (Avila) en el siglo XVIII, fue residencia del Infante Don Luis de Borbón, a quien su hermano, Carlos III, mantenía alejado de la Corte por haber renunciado a su capelo cardenalicio y haber contraído matrimonio. Allí le visitaban tanto Goya como Boccherini.
Os animo a conocerlo, si es que todavía no lo habéis hecho. Daos prisa, no vaya a ser que por fin lo restauren y pierda, así, una parte de su encanto.
!Muy interesantes y amenas tus in vestigaciones y explicaciones vividas en ese palacio!. Una vez estuve en Arenas de San Pedro visitando unas cuevas subterráneas que allí por allí. No supe de ese palacio pero ahora que te he leído y he podido descubrir que aquello tiene misterio y magia estoy totalmente dispuesto a intentar volver a Arenas de San Pedro antes de que los restauren porque, efectivamente, la magia y el misterio de los edificios antiguos tienen una especial “sensibilidad” que se pierde totalmente cuando se modernizan. Estupenda tu exposición porque sirve de pauta y guía para quien quiere conocer esa experiencia. Yo, particularmente, si la vida me da esa oportunidad no me lo perderé… y desde luego si logro hacer esa visita tend´ré muy en cuenta tu texto como guía previa y tus expplicaciones como bases donde sentar mis emociones y reflexiones si tengo esa experiena. Un beso vorémico Carlota. Gracias
“íbamos a dar media vuelta para marcharnos cuando, como por arte de magia, la puerta se abrió y apareció…”
Gracias por abrirnos la puerta, Carlota, aunque no podamos físicamente, por lo menos lo visitamos con tu relato.
Este palacio me llevó a otro, el de Mújica Lainez en “Bormazo”, el palacio de los Orsini, con su jardín de monstruos (Existe en realidad, cerca de Viterbo), donde transcurre la historia del duque Pier Francesco Orsini. También te invito a una visita literaria. Es un libro, como el jardín, frondoso y renacentista.
No he estado en Viterbo ¡lástima! supongo que pasamos cerca de camino para Roma.
Investigaré lo que me sugieres. Muchas gracias.