El pozo del Tío Hellín.

Había una vez, en un lugar solariego, un labrador conocido por todos como el Tío Hellín. Era el Tío Hellín un ser silencioso, poco hablador, tétrico y más bien hosco. Su aspecto, de hombre desarreglado y de cara fiera, daba motivos como para tenerle miedo. En su pequeña finca, llamada “La Hinojosa”, crecían los hinojos (Planta herbácea de la familia de las Umbelíferas, con tallos de doce a catorce decímetros, erguidos, ramosos y algo estriados, hojas partidas en muchas lacinias largas y filiformes, flores pequeñas y amarillas, en umbelas terminales, y fruto oblongo, con líneas salientes bien señaladas y que encierra diversas semillas menudas. Toda la planta es aromática, de gusto dulce, y se usa en medicina y como condimento), de cualquier manera por estar completamente descuidado su jardín. Crecían los hinojos en grandes cantidades y había, casi escondido entre ellos, un pozo artesanal profundo.

Las gentes de aquel lugar contaban dos leyendas, bien opuestas, sobre el pozo del Tío Hellín: unos decían que contenía un gran tesoro de piezas de oro y otros contaban que en él había tirado, el Tío Hellín, a sus numerosas víctimas seleccionadas entre las prostitutas de los barrios vecinos. ¿Qué había de verdad o de mentira en aquellas dos leyendas?.

El Tío Hellín sabìa que todos los de aquel pueblo hablaban de él mientras murmuraban, lejos de su presencia, cuando entraba por las noches en el bar “Barceló”, cuyo propietario era un catalán barcelonés que ansiaba, sobre todo, convertirse en millonario de la noche a la mañana. El tal Barceló era la única persona que hablaba con el Tío Hellín, magro de carnes, seco como un sarmiento y tan insociable que daba miedo darle las buenas noches.

En día en que la luna se encontraba en plena fase de llena, el bar “Barceló”, estaba tan repleto de público que hasta personas venidas de muy lejos y hasta de países extranjeros, habíanse llegado allí, por la curiosidad de saber de aquellas leyendas. Emiliano Barceló Ricassens, que era el nombre completo del dueño del bar, corrió rápidamente hacia aquel oscuro rincón, donde se encontraba el Tío Hellín, dispuesto a saber la verdad de aquel misterioso pozo; e ideó una manera eficiente para poder conocerlo. Intentaría emborracharle, pues sabía que todos los días el Tío Hellín terminaba por emborracharse bebiendo vino tras vino sin parar. La cuestión, aquella noche de luna llena, era hacerle hablar hasta por los codos.

– Hola, Benito -se dirigió Barceló con toda familiaridad y llevando, en la mano, una botella de ese vino que llaman “peleón” por los estragos que hace en el cerebro de quienes lo beben.

Benito Hellín Ventosa, verdadero nombre del Tío Hellín, se agarró como una ventosa a la botella que Emiliano Barceló Ricassens le ofrecía, y comenzó a beberla hasta dejarla completamente vacía.

– Benito… ¿quieres beber otra botella?. Hoy te invita la casa.

Benito dijo que sí con la cabeza, de tan difícil que era hacerle soltar tan sólo una palabra. Intentar hablar con él era como intentar hablar con las paredes del cementerio, ya que, en ralidad, era como un muerto viviente.

La segunda botella de vino “peleón”, bebida sin parar, hizo por fin el milagro.

– Emiliano… ¡estoy hasta mi mismísima boina de este lugar de andrajosos que se creen seres superiores!. ¡¡Mira!!. ¡Todos los más lejos posible de mí posible pero queriendo saber lo que hay en el fondo de mi pozo!.

Emiliano, mucho más astuto que el analfabeto Benito pero que tampoco tenía demasiadas luces en su cerebro, tuvo el grave error de ofrecerle una tercera botella con tal de hacerle hablar a Benito. Lo único que consiguió es que el Tío Hellín comenzara a hablar una verdadera retahíla de frases inconexas y sin sentido claro.

– Emiliano… la luna… ¡mira la luna!.

– Sí, Benito, es luna llena. ¿Qué tiene que ver la luna llena con tu pozo?.

– ¿Mi pozo?. ¡Mi pozo es mi alma, Emiliano!. ¡Mi pozo es mi alma!.

La tercera botella de vino “peleón”, compeletamente vacía, la dejó Benito sobre el mostrador alineada detrás de las otras dos y, de repente, en un ataque de ira violento, tal como eran siempre los modales del Tío Hellín, derribó de un solo manotazo a las tres botellas que cayeron al suelo, armando un escandaloso ruido de vidrios rotos ante el miedo de los allí reunidos que huyeron todo lo más lejos posible del bar cuando vieron que Benito asía duramente del cuello de Emiliano ante la desesperación y ansia de éste por conocer las riquezas ocultas en el pozo.

– ¡Benito!.

– ¡¡Mi pozo es mi alma, maldito avaricioso!!. ¡¡Mi pozo es mi alma!!.

– ¡Benito, por Dios,te imploro que me sueltes del cuello antes de que termines por asfixiarme del todo!.

Cuando Benito soltó el cuello de Emiliano, éste estaba con todo el cuerpo empapado en sudor; en un frío sudor como si la Muerte le estuviese acechando.

– ¡¡Mi alma!!. ¡¡Mi pozo es mi alma!! -seguía gritando el Tío Hellín mientras el barcelonés Emiliano Barceló Ricassens intentaba que Benito Hellín Ventosa declarase algo que le diese una pista de las riquezas que él y algunos de los del pueblo juraban y perjuraban que estaban, en gran número, dentro del famoso pozo.

Fue entonces cuando Benito, en otro irascible arranque de violencia sin control, pues era de los que el alcohol les convertía en violentos, se quitó su siempre inseparable boina y la lanzó contra la pared. La boina fue justo a parar a la cruz gamada que había dibujada en un poster de Hitler haciendo su famoso saludo nazi ante una multitud de seguidores.

– ¡¡Mira!!. ¡¡Mira mi cabeza, grandísimo avariento!!.

Sin boina, la cabeza del Tío Hellín, era igual que una verdadera calavera, la verdadera calavera ósea de un cuerpo totalmente magro de carnes. Como las calaveras que aparecían, como fondo, en aquel poster publicitario del nazismo hitleriano.

– ¡Dios mío!. ¿Pareces una calavera verdadera?.

– ¿Sabes por qué, Emiliano?. ¡¡Porque soy un muerto, un verdadero zombi viviente!! -rugió, lanzando improperios no publicables el Tío Hellín- ¿y sabes por qué soy un zombi viviente?.

Emiliano Barceló Hellín se agarró al borde del mostrador para no desmayarse ante aquella tétrica imagen de la cadavérica y huesuda cabeza de Benito Hellín Ventosa.

– ¡¡Ponme de cenar inmediatamente!!. ¡¡Quiero cenar un par de huevos fritos!!. ¿Es qué acaso no tienes un par de huevos?.

Barceló vio la oportunidad buscada.

– Te sirvo un par de huevos fritos si me cuentas claramente qué hay en el fondo de tu pozo.

– ¿Mi pozo?. ¡¡Mira la luna, avariento!!. ¡¡¡Mi pozo es mi alma!!!. ¡¡¡Mi pozo es mi alma!!! -y el patético y magro de carnes Benito Hellín Ventosa soltó otra retahíla de palabras no publicables mientras volvió a agarrar el cuello de Emiliano.

– ¡Benito!.!Que me ahogas!. ¡¡¡Suéltame!!!.

Benito volvió a soltarle mientras en su rostro apareció una mueca fantasmagórica.

– ¿Mi pozo?. ¡¡¡Jajajajaja mi pozo!!!. ¡Me entra la risa cuando habláis de mi pozo!. ¡¡Mi pozo es mi alma!!. -Y soltó de nuevo el cuello de Emiliano.

Emiliano Barceló Ricassens, el barcelonés egoísta y avariento, siguió insitiendo en saber toda la verdad del contenido de aquel misterioso pozo.

– Benito… si me dices lo que has enterrado en tu pozo, sean miles y miles de piezas de oro como creemos la mayoría o sean decenas de cadáveres de prostitutas como piensan los demás, te prometo que tendrá todas las botellas de vino “peleón”, ese que te gusta a ti tanto que por él darías incluso la vida, durante todo el año.

– ¿Mi vida?. ¡Mira!. ¡¡Mírame, Barceló!!. ¡Mira esta calavera huesuda y este cuerpo magro de carnes!. ¡Mírame bien porque esto que queda de hombre ya está medio meurto si no es que estoy ya muerto de verdad!. ¡¡Soy un zombi, Barceló, soy un muerto viviente y mi pozo es mi alma!.

Benito Hellín Ventosa, el llamado por todos Tío Hellín, dio un espasmo corporal y cayó tendido en el suelo. El barcelonés Emiliano Barceló Ricassens, completamente asustado, le tomó el pulso a través de la muñeca izquierda, pues Benito parecía más bien un muñeco roto que una verdadera persona. !No tenía vida!. ¡Había dejado de existir!.

Sin preocuparse por ello y sólo pensando en el oro del pozo, Barceló buscó en los bolsillos de la pringosa chaqueta del Tío Hellín, siempre manchada de gotas de aceite y vino y que despedía un fuerte olor a ajo. No encontró nada más que un par de papeles. Eran dos cartas tiuladas: “Carta número 1 a la Humanidad” y “Carta número 2 a la Humanidad”. Las leyó silenciosamente mientras en el exterior estallaba una tremenda tormenta con aparato eléctrico incluído; relámpagos y rayos que parecían como querer tirar a bajo, repentinamente, toda la estructura del bar “Barceló”.

Carta número 1: “Odiada Humanidad. En vosotros, en todos vosotros, he visto siemrpe muestras de rechazo. En todos vosotros, lo único que he visto ha sido la distancia. Por eso yo soy la distancia. Vosotros y vosotras me habéis convertido en distancia. Yo soy esa distancia. Y en la distancia nunca jamás comunicaré con vosotros. Por eso mi pozo es mi alma”.

Carta número 2: “Yo soy el pozo. Yo soy el pozo de vuestra indiferencia y por eso me sois todos y todas indiferencia nada más. Vuestra indiferencia me ha convertido en lo que soy. Yo ya no soy yo. Yo sólo soy la indiferencia que vosotros y vosotras habéis creado en mí. No siento nada. No siento nada. Ni el más mínimo respeto por vosotros. Por eso mi pozo es mi alma”.

Emiliano Barceló Ricassens, completamente vervioso y aterrado, siguió buscando en los bolsillos del pantalón de pana, de un color marrón descolorido por el paso de los años, y totalmente frío y maquiavélico, sin importarle para nada lo que aquel Tio Hellín había sufrido precisamente por gentes como él, premeditadamente siguió buscando. Al final, en el bolsillo trasero de la derecha del ajado pantalón de pana, encontró una gruesa llave. Pensó fría y calculadoramente:

– Si Benito lleva siempre esta llave es que esta llave es la respuesta…

Bajo la luz llena podía verse, con total claridad, el camino que guiaba hasta la finca “La Hinojosa”, allí donde los hinojos crecían sin orden ni concierto. Fácilmente, aunque después de dar varios rodeos por entre aquellas plantas herbáceas que soltaban un olor embriagante que mareaban el cerebro de Emiliano, cada vez más aturdido por la ansiedad y la avaricia de quererlo todo para él, encontró el pozo. Dominando sus nervios, aunque la procesión iba por dentro, con una frialdad absoluta, sin recordar para nada al muerto que había dejado tirado en su propio bar, introdujo la gruesa llave que se encontraba en el centro de la losa que tapaba el pozo y ésta se abrió. Con el corazón desbordado por la avaricia miró hacia abajo. No se veía nada. Desde la mitad del hondo y profundo pozo no se veía nada. ¡¡Allí, dentro de aquella completa oscuridad debían estar las piezas de oro!!. Desde luego, prostitutas muertas no había porque no se olía a nada parecido a cadáver o aire descompuesto. Sólo era cuestión de confirmar la presencia de las miles y miles de piezas de oro que contenía el pozo del Tío Hellín.

En sus profundos esfuerzos por visualizar el metal aurífero, inclinó demasiado el cuerpo hacia adelante y… con total insensatez impropia de un hombre ya tan maduro como él… cayó al vacío. Cuando su cuerpo estalló en el fondo del pozo ¡¡no había absolutamente nada!!. ¡Aquel pozo, efectivamente, era el alma del Tío Hellín!. ¡Aquella era su alma!. ¡¡Nada!!. !Absolutamente nada!.

Emiliano Barceló Ricassens, quien ambicionaba todo el poder económico del mundo, cerró sus ojos y sólo la oscuridad de la noche le hizo compañía. También había dejado de existir.

6 comentarios sobre “El pozo del Tío Hellín.”

  1. Dicen que los niños y los borrachos dicen la verdad pero tras varias botellas de vino peleón se puede entender cualquier cosa. En este relato se comprueba a quello de que la avaricia rompe el saco, en este caso la crisma que estaba tan vacía como el alma del tío Hellín.
    Saludos desde Tenerife.

  2. Jejeje, me hizo gracia tu comentario… sobre todo eso de partirse la crisma. Desde luego que hay que ser avariento y hasta abanto (esta última palabra le gustaba mucho a mi abuela materna) para morir de una manera tan tontusca (otra palabra que aprendí de ella). Gracias por leer y comentar.

  3. Mi abuela materna: Pues sí que es cierto que yo te enseñé las palabras abanto y tontusco pero, además, recuerda que también te enseñé la palabra mamiloto… ¡y hay que ser un mamiloto completo para terminar la vida de esa manera!

  4. Sí, abuelita. Lo recuerdo y no lo he olvidado jamás. Lo tengo escrito en los primeros capítulos de mi novela “Setamor”. Aprendí a ser bohemio con cosas como aquel poema… pero supe diferenciar lo que es la bohemia de los que es el alcoholismo y el vicio. ¡Que Dios haya perdonado al viejo Alex!. Después de andar caminos he vuelto a ser el chaval de los 18 años de edad. No me interesa el mundo de los pozos donde se pierden nuestras almas… prefiero los pozos de agua viva, los que hacen de las personas vasos de agua viva donde otros pueden beber.

Deja una respuesta