El psiquiátrico (por Olavi Skoda y José Orero).

Los años iban pasando y la flecha que había salido en dirección equivocada seguía su trayectoria. Antes de cumplir los 20 años había comenzado mi última etapa, una etapa de caída en picado que presentía culminaría con mi destrucción final. Y después ¿qué pasaría?.

Mi cabeza no daba para más, pero sí intuía que algo oscuro me estaba esperando, algo que me aterrorizaba.

No tenía ninguna “doctrina”, ni correcta ni falsa en la cual refugiarme, cuando la oscuridad de esa gran desconocida, la muerte, se acercara. Vivía como si fuera mi último día. Puedo comprender cómo se pueden sentir los pasajeros de un avión a los cuales les comunican que el avión caerá y se destruirá.

La gente observaba mi extraño comportamiento pero no sabía que el pánico se había apoderado de mí.

De esta época tengo muchas vivencias y recuerdos, algunos de ellos que quisiera olvidar. Me gustaría llevar fuera de las paredes del psiquiátrico la realidad que muchos no pueden ver ni saber de lo que allí se vive.

Me había transformado en una pelota que las diferentes instituciones estatales se pasaban de unos a otros preguntándose: “¿qué hacemos?. Claro ¿qué más podían hacer?. La sociedad hizo lo que pudo y en casos extremos como éste, poco puede hacer.

Los policías me tiraban al hospital, el hospital psiquiátrico. ¿Hay sobre la tierra un sitio más desesperanzador que la Sección Cerrada del psiquiátrico?. Yo no lo he encontrado. Era todo un mundo aparte. Estar allí sin que te hayan “apagado todas las luces” es tremendamente angustioso.

No me refiero a la planta abierta donde hacen entrevistas para los periódicos, a pacientes que se recuperan bien, no, me refiero a la planta cerrada en la que puedes entrar pero no puedes salir.

Y ¿cómo conseguí que me metieran allí?. Ingresé en la planta abierta, allí me cuidaban, participaba en terapia de grupos con terapeutas agradables, estaba medicado y entretenido. Pero éstas no eran las llaves a ese sótano oscuro de mi alma.

La llave no la había encontrado hasta entonces en ninguna institución en las que había estado y parecía que tampoco la encontraría aquí. No, no me comprendas mal, no culpo a la sociedad ¿cómo podría hacer yo esto?. No podemos exigir de ella lo que no tiene. Ahra entiendo que ellos sí pueden ayudarte, pero la llave está en otro sitio.

La sección abierta perdió rápidamente su encanto.

Sucedió que un día de esos me dejaron salir afuera a dar un paseo solo. Ya que los nuevos medicamentos no hacían efecto recurrí a los viejos mezclando cerveza y pastillas. Borracho amenacé violentamente al médico que era el jefe del hospital, y así inmediatametne me llevaron a la sala cerrada. Allí, aparte de tenerme en esa “paz química”, me daban alguna sustancia que me producía efectos muy extraños. Me dejaba sin fuerzas, estaba echado en el suelo de la sala en un estado de semiconsciencia. Interiormente me sentía muy raro, el corazón me iba a estallar. De vez en cuando sentía calor en la cabeza y me dolían los pies… no podía ni tan siquiera abrir la boca. Intentaba con mis pocas fuerzas negarme a tomar las medicinas, pero cuando amenazaba escupir la medicación, me pinchaban. Me esforzaba por decirles a las enferemeras que quería hablar con el médico. Estaba desesperado y tenía miedo de morir en el suelo de aquella sala.

De ninguna manera me sentía cuidado, más bien entendía que eto era una venganza. Esto duró varios días hasta que una de las cuidadoras con la cual en la sala abierta habíamos mantenido una amistad muy cercana, me vino a ver: “Jalle, haz algo, yo no aguanto más”. Me preguntó si había hablado con los médicos y le dije que no me habían dejado. Se marchó y a partir de ese momento dejaron de medicarme y me recuperé.

La experiencia en el psiquiátrico me enseñó mucho sobre las rarezas del espíritu del hombre. En primer lugar ví que en el ser humano existen áreas donde la sabiduría humana no llega. Muchos de los locos en sus habladurías soltaban frases sobre Dios, sobre los ángeles, etc. No es extraño que digan que la fe vuelve loca a la gente. Ahora entiendo por qué a muchos enfermos les pasa esto. La dimensión espiritual es una parte inseparable de la realidad del alma del ser humano, y cuando esa parte ha sido ignorada se produce un derrumbamiento y sale ese grito desesperado.

En algunos casos he observado cómo los demonios se burlan de Dios a través de estas mentes enfermas, entonces aquellos que los oyen dicen que la fe los ha vuelto locos, y aquí quiero aclarar algo importante. Hay cristianos auténticos que tienen problemas mentales y no están poseídos, pero había allí en el mundo de las sombras personas que sí lo estaban y se burlaban de Dios.

JOSÉ ORERO:

El infierno bancario se volvió tan insoportable que todo él se convirtió en una locura. Tanta locura que los verdaderos locos llamaban locos a los que no lo estaban.

– !Diesel!. !Ven!. !Ayúdame que yo sólo no puedo con tantos! -me rogó el psiaquiatra Díaz.
– Pero yo no quiero ir. !Esa tampoco es mi guerra!.
– !Sólo por unos días, por favor!. !Sólo por unos días y an algunas ocasiones, cuando mis fuerzas no puedan más! -me volvió a rogar el psiquiatra Díaz.

Y acudí. a la fuerza bruta empelada por los cobardes de mi familia. Acudí a volver a ser el líder que no deseaba ser.

En aquel mundo es cierto que los periodistas no van, porque los periodistas sólo entrevistan a los locos mentirosos, a los que cobran dinero por escribir algún poema… pero dónde yo estaba había seres humanos de carne y hueso. Hombres. Mujeres. Algunos viejos y viejas. Otros en plena juventud. Seres humanos que necesitaban a alguien a su lado para poder sobrevivir. Y ví tales cosas que volví a dar un paso adelante, y para gritar una vez más !!!LIBERTAD!!! escribí mi primera gran novela titulada “Setamor”. Y es que había que tener mucho amor por ellos para poder convivir con ellos y liberar al mayor número posible de ellos.

Y volví a gritar !!!LIBERTAD!!! cuántas veces el Doctor Díaz me llamaba para que le ayudase en aquella difícil tarea. En medio de la penumbra siempre estaba la voz del Señor Sabio que me observaba desde arriba y la caricia de la mano de mi princesita convertida ya en mujer. Y por amarles escribí “Setamor” para liberar a los que pude con todas mis energías puestas en mi labor.

Al volver a la rutina diaria todos creyeron ver un fantasma. Pensaban que era yo el fantasma de mí mismo… y es que no se daban cuenta de que ella… mi princesa ya era mujer y seguía apareciéndoseme con otro rostro, con otro cuerpo, con otra sonrisa… pero era ella… siempre era ella y el Señor Sabio que me observaba desde arriba. Sí. Era Dios. Y entonces el Doctor Díaz me cnfirmó: !Ya no te quiero volver a ver más por aquí!. !Ya has termiando tu labor!. Y yo le juré que jamás me vería más por allí porue tenía que seguir con mi combate para salir del laberinto infernal; donde los envidiosos y alguna que otra envidiosa se quedaron con la boca abierta y sin poder decir nada. Dios les había hecho enmudecer.

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