El Reflejo de los sueños en lunas rotas(Perdido en la eterna oportunidad) 12

Un soplo de aire helado apagó las minúsculas llamas, se proponía rascar otra cerilla; antes quedó mudo, estáte quieto , prometióse mismamente. Se oía una voz tenebrosa, el viento gemía, caían candelabros, figuras de porcelana, las hojas de los árboles revoloteaban entre el vendaval de tallos cortados. Andy López sentado en un banco de piedra, abrochó la cremallera de su cazadora de cuero viejo; al lado, su padre borracho bebía de una botella envuelta en papel mojado.

¡Padre, que haces tú aquí!, le espetó con dureza.

Eh, amigo, déjeme en paz. Yo a usted no lo conozco, lárguese y no me sermonee, coño, todo el mundo se cree con derecho a meterse en mi vida. ¿Sabe lo que le digo?, que se vaya a la…, ya no se oyó más, el indigente se mezcló con las notas de piano que sonaban ahora, justo cuando las campanas marcaban las horas de los difuntos. Allegro, minueto, presto. No pasaba ningún vehículo, espera, sí, por ahí viene uno. Corrió por el desierto con los brazos levantados, señalizando para que se detuviera. Pudo ver con absoluta nitidez al conductor, ¡era Andy!, pero él era Edgar. Dos disparos sonaron, dos impactos al corazón. El coche le golpeó haciéndole saltar por los aires, desde el alto trampolín se zambulló en las aguas refrescantes de la piscina del hotel Caribeño, estaba en su punto… ¡qué bueno! Subió la escalerilla, se secó con una toalla y se estiró cuan largo era en la hamaca de telas terapéuticas. A su izquierda un hombre tomaba el sol, lo miró dos veces para no equivocarse, le conocía, esa barriga era inconfundible. Aún así quiso asegurarse, le pidió fuego, el hombre se giró y le dio lo que pedía. Andy encendió el cigarro con el fuego de un mechero dorado que le ofreció… ¡El Hombre Orquesta!, ¡vivo!, con las tripas dentro, tomando un aperitivo con una chica joven en top lés. Quiso decir algo, lo intentó, el hombre no le hizo caso. Parecía que el único sorprendido era Andy.
Por favor, estamos ocupados. Traiga un martini con limón a la señorita, dijo mientras la besaba tranquilamente. Tenía gracia, le había confundido con el camarero. Alguien le hacía señas desde el bar, cuyo rótulo rezaba: “Para más I.N.R.I.”. El dueño sería católico y probablemente judío, nada que objetar. Cada cual ponía el nombre que le daba la gana a su bar y era libre de creer o no creer en la iglesia, o de ser un bromista y poner un letrero rebuscado…
Hilarión, atiende la mesa cinco y cobra a los señores de la siete, que ya se van.
Se miró, sin dar crédito, aquello era una enorme nube tormentosa que arrasaría estrepitosamente, alud de nieve sepultando injurias y muñones de batallas contemporáneas, dejando un rastro de estalactitas y estalagmitas a modo de Sodoma y Gomorra, Adnia y Seboyim. Castigo contranatura.
Se miró de pies a cabeza, vestía de uniforme, no le agradaban los uniformes, despersonificaban la escasa personalidad que quedaba, masificando caracteres. Se desprendió del chaleco, la única prenda que poseía la indumentaria sin que nadie se escandalizase por su ausencia. Lo plegó y lo dejó sobre la barra del chiringuito.
Señor Pérez, me despido, búsquese a otro que aguante su látigo.
Vete, vete, ingrato, después vendrás a pedirme que te deje volver. Ya te lo digo ahora y muy en serio: ni se te ocurra, no quiero verte por aquí.
Hecho un ovillo desencajado, Edgar, Andy o Hilarión, subió en el Cadillac de un cliente al que guardaba las llaves; como un autómata lo puso en marcha y pisó el acelerador convirtiéndose en fugitivo “fuera de la ley”. Atrás quedaban los dueños con el puño en alto y María Callas en el hilo musical.
Condujo durante horas por una carretera rodeada de paisaje desértico, cuyas dunas se arremolinaban y creaban vientos de arena en polvo que le hacían cerrar constantemente los ojos, lo que le dificultaba la conducción. A cada azote, el viento rugía de forma espectacular, con un estridente siseo de estremecimiento. Esperaba en cualquier momento ver resquebrajarse la tierra y emprender una caída infernal en picado. No conocía el sitio, parecía una de aquellas largas carreteras californianas que recorrían Dennis Hooper y Peter Fonda en “Easy Rider”, de vastas y áridas extensiones, encontrando en esta “Road Movie”, su destino. Un film generacional que marcó toda una época. Magistral la melopea de Jack Nicholson fumando su primer porro y su posterior discurso verborragico sobre marcianos. Importante la música de Jimi Hendrix, Stepenwolf…

2 comentarios sobre “El Reflejo de los sueños en lunas rotas(Perdido en la eterna oportunidad) 12”

  1. !Es sesncional, Kim, cómo estás elaborando una novela`plena de intriga y a la vez repleta de mensaje!. Estás mostrando un nivel altísimo de valores culturales al introducir nombres y conceptos de persoanjes que han hecho huecos importantes en la vida. Y a todo ello tu trama continua imapsible hacia su destino final. !Es muy bueno, Kim!.

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