Sí, hijo, es lo que te pido. Esto duele mucho ¿sabes?, tengo las vísceras casi fuera y me arden, no resistiré tanto dolor.
Andy sostenía la pistola que había sacado de uno de los bolsillos.
No puedo hacerlo, no me pidas… ¡te llevaré a un hospital y te curarán! Ya verás, Padre, agarrate a mí, te ayudaré a levantarte, te curarán, sí…
No hijo, no saldré de aquí. Dame la mano, no mejor aguántala con las dos, es más seguro, te tiemblan demasiado, ¡no seas capullo!, pon el cañón en mi boca. Será un simple trago más, vamos, no me daré cuenta… el tiro de gracia, hijo no me dejes sufrir, voy a morir, lo sé. En el mundo en que estamos no hay centros hospitalarios, de aquí no se sale conscientemente… vamos, aprieta el gatillo… no me niegues el tiro de gracia… hijo, quiero morir con dignidad…
merezco tu perdón Dios, aunque me las hayas hecho pasar putas, agggg, no lo pienses más. Deliraba, sus ojos se extraviaron quién sabe en qué momento de su errante deambular por la carretera que no lleva a ninguna parte.
Cinco segundos y sonó un disparo y el nacer de un llanto entrecortado, rabioso, preguntándose qué había hecho. Abrazó a la muerte exclamando, ¿porqué me has obligado, porqué? Con el revolver en la mano emprendió una carrera con el diablo por aquel maldito cementerio, buscando una entrada o una salida que intuía en el mismo itinerario.
Desafiando al aire, disparó, ciego de cólera y resentimiento.
Una voz grave, potente, le llamaba produciéndole escalofríos. La tormenta empezó a caer con tal dureza que levantaba las tumbas que se hallaban en el suelo. En pocos minutos el terreno se volvió pantanoso, tropezando con huesos y flores de plástico. Costaba andar por el barro que le cubría ya los pies. El viento había arreciado, alcanzando los ciento cincuenta kilómetros hora, derribando todo lo que se interponía en su paso creciente. Andy, amparado por unas providenciales rocas veía pasar rodando o volando cruces, árboles arrancados con sus raíces, calaveras desgastadas, polvo que decidió las cenizas de la vida.
En uno de los pocos momentos de lucidez, pensó que no podía perder el rastro de la puerta luminosa. Cuando la divisó, el agua enfangada le llegaba a ras de las rodillas. La traspasó, cruzando mundos o por lo menos esa era la intención pretendida. Allí estaban los luminosos neones de los bares. Andy se sintió abrigado, aliviado por la globalización, lo que más odiaba, las masas caracterizadas con uniforme humano y preciosas máscaras de ridículo amaneramiento. Recordó una imagen de un libro de historia cuando estudiaba el preciosismo de la sociedad francesa en el siglo XVII.
El reloj de cuerda marcaba las nueve menos cuarto, los chiringuitos estaban repletos a esa hora porque televisaban un partido interesante de fútbol de dos equipos de primera división en la liga española.
¿Me pone una cerveza y un bocadillo de tortilla?
¿Quinto o mediana….?
Mejor una jarra de barril…, gracias.
Un comentario sobre “El Reflejo de los sueños en lunas rotas(Perdido en la eterna oportunidad) 16”
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Si, Kim, a veces la odiada y odiosa globalización puede producir ese alivio al reencontrarla. Entiendo a Andy.
Bravo, bravísimo.
Un saludo.