Sooo, caballo, paaaara, paaara, sooo…, ni puñetero caso.
Riiiiinnnnggg, riiiinnnggg, riiiinnnngggg…
Sí, ¿diga?
¿Andy López?
Sí, soy yo… creo, miró el reflejo en el espejo que estaba colocado enfrente del sillón de muelles chirriantes.
Sí, yo mismo, con más convicción.
Quería hablar contigo, oir tu voz… no me ha defraudado, es dulce y a la par varonil… me podría enamorar fácilmente…
Oiga, ¿con quién hablo?, me alegro mucho que le guste mi voz, pero en estos momentos no estoy para halagos y menos para bromas.
¿Porqué?, ¿por el gilipollas que llamaba a tu puerta…?, ¡baaah!, no te preocupes, era un mal hombre acostumbrado a rebajar a los demás, hasta el punto de empujarles por el abismo del suicidio sin intranquilizarle el sueño, ningún asomo de remordimiento le asoló jamás. Está mejor así, ya no hará más daño a nadie.
Yo no estaría tan seguro, a mí me lo está haciendo…
Reestructurando vidas después de muerto, muy clásico de un monstruoso ser.
¿Qué sabes tú?, ¿quién eres? Aparentas conocerle bien, ¿no?… mira, si sabes algo, te agradecería que me lo contaras. No puedes imaginar por lo que estoy pasando, ni siquiera sé si estamos hablando o es que deliro, ya declino, dimito de mis responsabilidades mentales. ¿Dónde estás?, ¿nos podemos ver?, dímelo y me tienes ahí enseguida.
Sí que te noto muy trastornado…
Bueno, no sé a ti, pero para mí estas cosas no forman parte de la cotidianidad del día a día.
Ya, claro, es comprensible… quizá pueda ayudarte a salir de los malos sueños sin que notes rastros de secuelas. Practicaremos un aborto para regenerar tu ingreso somático y psíquico a la normalidad de la locura terrestre y sociable, vamos, me refiero a la vida que llevabas antes. En fin, te espero… estoy en el Pacos Club Boys, ¿lo conoces, no?
Joder si lo conozco, pero si está debajo de mi casa… ¡ah!, claro, tú ya lo sabías, qué idiota soy… ¿cómo te reconoceré?
Sin contratiempos, llevo un sombrero de fieltro gris, gafas oscuras, una gabardina beige y guantes negros…
¿Qué? ¿Cómo?… Tú eres, tú eres el del… es decir, la del portal, tú me diste un puñetazo y saliste huyendo… Hostia, ¡qué fuerte¡, joder, me dejas deslumbrado…
Siento enormemente lo del puñetazo, de veras, pero tenía prisa. No pensaste ni por un momento que pudiera ser una mujer, ¿eh? Espero no haberte sacudido muy fuerte, esta vez prometo portarme bien. Venga, nos vemos aquí, hasta ahora…, colgó el teléfono y él la imitó bajando el aparato , impresionado. En la calle un poeta progresivo recitaba: “Cada persona es un mundo, esperemos que no sea como este”.
Sinfonía de Navidad en Re mayor.
Tenía razón la mujer que acababa de llamar, era cierto que ni por un instante se le había ocurrido que bajo aquel atuendo pudiera esconderse una dama. Sí, resultaba bastante machista, ¿verdad?, en el futuro trataría de corregir el entuerto. Qué se había pensado, ¿o es que las señoras no saben dar golpes?, evidente que sí.
Los lobos aullaban a una luna llena en las cimas de rocas recortadas. Un río truchero, de aguas viajeras, plateado por el reflejo del satélite ronroneaba transparente y plácido. Un muchacho trasnochador y soñador enamorado, rasgaba las cuerdas de una guitarra acústica, entonando una estrofa de “Después de la fiebre del oro” del canadiense Neil Young.
“…habían campesinos cantando, tamborileros tocando
y un arquero que partía un árbol, había una trompeta
sonando hacia el Sol, que flotaba en la brisa.
Mira a la Madre Naturaleza huyendo. En los años setenta…”
Allí sentado en el reflejo del edén, lloró de desamor, pues su paraíso no era correspondido por el sueño elegido y así se cristalizó en sus lágrimas, hasta que le despertaron las manecillas escarchadas del reloj del alba, que amaneció con pinceladas de colores puros en el que sólo un corazón triste y sensible, podía adentrarse formando parte inanimada del cuadro sin rúbrica… anónimo desinteresado.
Andy, el ermitaño urbano, visitó a Jazz, su compañero de raza al que cuidaba el vecino de rellano durante estos días en que se encontraba fuera de órbita en el sentido más estricto de la palabra.
Oye Andy, tú cuídate y tranqui… ya sabes cómo me gustan los animales, si no fuera por la parienta que me frena, tendría un zoo en casa. Si es que los prefiero antes que a mucha gente “civilizada”. ¡Aaaay, qué mundo, Dios!. Vete, vete y no te preocupes más por Jazz…
En la aturdida calle del “asesino de la plaza de las fechorías”, la policía estaba acordonando el bar taberna “Pacos Club Boys”. Al frente el Sargento Mayordomo Martínez.
¿Qué ha pasado?, preguntó a la congestión de mirones.
¡Eh!, hola Andy, ¡vaya movida chaval! Se han liado a tiros, el que llevaba la pipa se ha largado, no lo han pillado y dos parece que se han quedado “fiambres”, mira se los lleva la ambulancia. Jo, tío, qué marcha hay aquí en el barrio últimamente.
Andy se alejó sin querer saber más, hondamente preocupado por los derroteros que iban aconteciendo sin explicaciones para él. Por unos minutos deseó hacer el equipaje y huir a alguna parte donde pudiera olvidar lo que no conocía o quizás lanzarse de cabeza por el primer puente con vistas al mar, mas la cobardía se lo impedía. Una teoría constructiva desvelaba que el suicidio era el punto más lúcido que enfrenta al hombre con la mente colectiva, lapidando la vida para desenterrar en milésimas de segundo la autenticidad de la ciencia de la razón de ser y conocer lo que nunca logra entender en el instante final. Claro que este pensamiento no estaba patentado en las sociedades retrógradas, pues era cosecha libre de Andy López, pero empuñaba la fuerza de la convicción de que el hombre o mujer que se anulan voluntariamente, se llevan la verdad de este mundo, si la hay y desde la incipiente nota hasta el acto de desahucio corpóreo, era básico un ciclo encadenado de coraje, una especie de manual de ejecución del valor al apremio, visto desde un prisma interno del iluminado que resueltamente determina su destino más inmediato, dejando la materia a los que se quedan batallando por ella.