Aquel pasaje de la bohemia siempre estaba amenizado, junto a los olores tremebundos, por el trémolo de un viejo piano, afinado puntualmente y tecleado por algún cantautor con voz de “cazalla”, dando inspirados tragos a su siempre “última absenta”. Finalizando comienzos de tertulias con inanimados públicos de vidas desequilibradas. Vida que pasaba entre pincel y bala, pluma y navaja.
Andy fijaba la mirada en los interiores, esperando ver un rostro conocido al que contar su lance y solicitar apoyo moral.
Pintores, escritores, músicos, actores, mercaderes de la idiosincrasia, vendedores de seguros, aprendices y empresarios, médicos o directores de banca dormitaban con la cabeza sobre las mesas y los vasos vacíos. De los demás antros salía un abigarrado fusionaje de son cubano, jazz, cantos gregorianos…, en uno cantaba Gato Pérez “Pedro navaja” y al lado el “Summertime” de Janis Joplin.
Tres travestis que venían de fiesta le abordaron.
Hola amor, ¿qué haces, dónde vas?, mmmmmm, qué grande la tienes, te has puesto cachondo ¿eh? le bajó la cremallera y recorrió sus partes.
Mira, Yoli, qué buena la tiene el cuate.
Jo, mi niña, esta la quiero probar yo.
Niño, ¿te vienes a mi piso con las tres?
No tengo dinero…
Nadie ha hablado de pagar, yo no cobro cuando encuentro una cosa así, lo pasaremos bien los cuatro, o es que no te gusta lo que ves…
Andy sólo veía tetas gordas, caderas y culos bien hormonados y operados. Para ser tíos habían conseguido su objetivo: un cuerpo perfectamente estilizado. Mucho más femenino que algunas mujeres.
Lo siento, pero tengo la testosterona por los suelos… pisada.
Cualquiera lo diría, papito… éste te contradice… qué duro.
Ya, es que últimamente no concordamos, estamos como peleados, ¿sabes?, cada cual va por su camino, en distinta onda.
Este pinche está muy colgado, déjale, no quiere coger y no tiene lana. La verga flojeó y de los elogios pasaron a propinarle una paliza de insultos, que si chingajo, pringao, pendejo, cabrón, maricón y otros que no pilló de la jerga mejicana o brasileña…
Volvió sus pasos hacia casa. Salvo el estómago revuelto y el flujo mojando el slip. ¿Cómo podía haberse excitado tanto en un momento de tensa segregación, presión y confusión?, tenían razón, era un pendejo.
Salvo el revoltillo en el estómago, no debería sentir ningún cargo de conciencia, ni proximidad de mala acción. El pesar del remordimiento, ¡ja! llegaba la tragicomedia.
Falso sueño, insensato desajuste de estacionamiento erróneo. Parada de razonamiento incorrecto, situación vía muerta, seguimiento de procedimiento indebido, suspendido en ofuscado letargo de inmovilidad.
¡Basta ya!, encierra las interferencias. Doctor, no llames a Mister Hyde. Volvamos a empezar con más coherencia.
Nervios crispados, eso traiciona… pero qué estaba pensando, no podía sentirse culpable por no haber abierto antes la puñetera puerta. Si lo hubiera hecho: ¿se habría salvado? ¡No, no, no! El hombre buscaba ayuda desesperadamente. ¿Cobardía?, sí, desde luego. La mayoría hubiera obrado igual. ¿Seguro? ¡Dejémoslo ya!, él nada sabía de lo que estaba ocurriendo fuera de su piso. ¿Tenía que saberlo?. Adivina, adivinanza… Temía que si le veían así, iban a creer que estaba involucrado o que había perdido el juicio. Imaginaba la noticia en los periódicos sensacionalistas: un psicópata asesina a su vecino, cuando éste llama a su puerta para darle las buenas noches y pedirle amablemente un poco de sal y unas hojas de perejil. Ja, ja, ja, qué gracia, ja, sí que es bueno… Reía histérico, ¿qué otra cosa podía hacer? Nadie le había conseguido un guión, simplemente improvisaba.
Escupió el chicle, sequedad de paladar, bebió agua en una fuente pública de principios de siglo. Cerca crecía la arquitectura Gaudí. Fumó dos cigarrillos. Un día lo dejaría. Hacía veinticinco años que decía lo mismo. Vio salir por el portal a los dos muchachos que habían pactado con el ángel que guiaría su camino, una oscura caída en picado. Seguían con sus nubes negras y la mirada de ensoñación. Dormidos para siempre. Se quedó absorto, mirando como se alejaban y desaparecían por un laberinto del que no les sería fácil salir.
Con la puerta entreabierta, pensaba subir y enfrentarse a los hechos, pero de súbito, un nuevo personaje apareció en escena desde dentro de la casa. Andy flexionó el brazo desarticulado para dejarle pasar, pues parecía tener prisa. Escondía las ideas bajo un sombrero de fieltro gris, con gafas oscuras, guantes negros y una gabardina ocre que dejaban ver poco de él. Con estos ingredientes no resultó difícil detectar una chispa de suspicacia. Sospechó inmediatamente de aquel atuendo vestido de desconfianza. No en vano había dilatado tres gruesos tomos de las aventuras de Sherlock Holmes, releídos sus inteligentes y espeluznantes casos, varias veces, adquiriendo increíbles dotes de agilidad detectivesca. Elemental, querido Watson.
El protagonista de esta historia, hinchó los pulmones y llamó, dando unos pasos, acercándose al huidizo enmascarado. A cambio, recibió un puñetazo directo a la cara, en cámara rápida. Fue su última visión multicolor, cayó al suelo, sobre un pringoso charco de interrogantes. El sombrero, los guantes, las gafas y la gabardina, desaparecieron por alguna de las esquinas del callejón.
Tendido junto al escalón del portal, el subconsciente luchaba por regresar. Tardó unos minutos en recuperar la noción de las cosas. La luz de cualquier mañana, insistía en salir desde algún punto lejano, improyectable sobre la faz de la tierra, en un origen de cristal oscuridad, donde el duende fabricaría el espejo que por fin iluminaría su errante figura tras tornarse valerosa con su calor e ilusionario fulgor. Cabalgó de nuevo sobre su montura recuperando del golpe, la cordura y decidido, creyó que lo más prudente, sería acortar distancias con la comisaría
Un comentario sobre “El Reflejo de los sueños en lunas rotas(Perdido en la eterna oportunidad) 4”
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Nuevos personajes se introducen en tu relato, Kim. Nuevos personajes descritos con hachazos de pluma y enmarcados en las brumas de los callejones. Tu relato se va llenando de secuencias…