Comisaría, era un edificio triste, de sabor gris y color llanto. De construcción franquista. Finca patibularia, camposanto enladrillado de emparedar nichos, nidos humanos en el muro imaginado por Allan Poe.
El desangelado aspecto de la ley y el orden, qué idiota recordó con cierta gravedad, cuando creía que la justicia existía. Él era niño y sentía fascinación por un mundo que se le presentaba con todas las puertas y ventanas abiertas. Pronto le alzaron tapias con banderas rococó, impidiendo libertades, cortando las cuerdas vocales para no revolucionar al rebaño de ovejas clónicamente domesticadas por dictadores con delirios de grandeza. Caricaturas de Reyes de Mundos disfrazados de lobos buenos.
Sabía que la justicia, estaba hecha para el que tiene dinero, influencias… poder. La corrupción incluida en el menú .
La claridad del crepúsculo, daba a entender que no había amanecido del todo cuando entró en el páramo policial.
Esperó sentado en un banquillo de madera pino, largo, estrecho e incómodo. Tanto, como el tiempo que le tuvieron allí, medio adormilado, cambiando de posturas. Se entretuvo leyendo los mensajes, nombres y fechas, obscenidades y poemas que se hallaban tallados con instrumentos improvisados en las carnes del viejo banco. Le gustó uno que decía: Las putas al poder… los hijos, ya están dentro.
¿Qué desea señor…?, ¿oiga? ¿Me dice el motivo de su visita?
Ensimismado en la rústica del mueble, ahora leía: Base del Anarquismo. “Que en tu vida sólo figure una cláusula: haz lo que quieras. Porque gente bien nacida, bien instruida, que conversa en honesta compañía, tiene por instinto y aguijón, el obrar correctamente”.
Muy bueno… ¿eh, qué?, a sí. Venía a… bueno… vengo a dar parte de un acto criminal.
Que raras le sonaron las palabras pronunciadas, como a película de ficción de serie barata, como las palabras muertas de un discurso de bostezos políticos vendiendo polvos detergentes al pueblo, prometiendo que no se harían pipí encima. Sobre los políticos, había otra buena frase en el “Banco de anuncios y reclamaciones”, lo firmaba un tipo francés: El político es aquel que expresa lo que piensa y siente el pueblo, sin habérselo preguntado jamás.
Sígame por favor le sonó a campanas parisienses.
Entraron en alguna parte, la chica, sin inmutarse, dijo que esperase un momento. Siempre acompañado de un por favor, que ya le resultaba maquinalmente patético.
La muchacha tendría unos diecinueve o veinte años, no más. De aspecto despreocupado. Tres botones desabrochados de la camisa, dejaban ver parcialmente sus glándulas mamarias, generosamente abundantes, protuberantes y abusivas. El uniforme resaltaba impecablemente limpio. Al andar se escuchaba el indiscreto roce que producían las medias que cubrían sus descomunales muslos. Para pintarla, Peter Paul Rubens, hubiera necesitado varios lienzos, terminando con satisfacción su gran obra, rica en masa carnosa. Gratitud humana, recibida de Mamá Natura . Oficinista en una comisaría de barrio periférico. ¿Cuántas veces habría entonado las mismas palabras que hacía un instante le dirigía a él? Señor, espere un momento por favor.
El Señor no existe (no hay ninguna prueba fáctica), la vida no otorga favores, está llena de momentos. ¿A qué esperar?
No comprendía muy bien porqué le daba pena verla otra vez allí, de pie, hablando como un robot mecánico, construido por el hombre, eso sí, no lo olvidemos, un hombre con una clara inclinación tendencia devoción, influenciado por el maestro Rubens.
La lástima que sintió en un principio, se disolvió por completo. Aquí la víctima de la pintura era él, sin comer, sin dormir, resacoso. Estaría hecho un asco, enjuto como el Cristo de El Greco en sus cuadros que representaban la Crucifixión y la Resurrección.
Dejó de compadecer a los demás y pensó en sí mismo, en un exceso de frustrada evasión.
Seguidamente, le desgarró el sentido del entendimiento, unido al conocimiento. Cayó un rayo, partiendo con crudeza la razón de sus valores más trascendentes. Participó en el penoso ritual del sacrificio, siendo la ofrenda otorgada a los dioses agnósticos de lo oculto. Entró en el Santuario del averno con ánima atravesada, un coro de voces repetía con los ecos de un gélido vacío. Sintió como se llevaban su esencia junto a las otras, en una bandeja de espesa niebla. Estiraban la piel y amordazaban los oídos. La única frase que la coral de voces, ahora acústicamente sobrenatural, repetía, sin cesar, castigando la antorcha de luz. Apagándola. El recinto osciló entre la carencia de claridad, sombreada por contrastes ocultos de lapices láser, pintando rayos catódicos, curvas de sobresalto que estimulaban impulsos bruscos de transmisión imprevisibles. Corrientes de riesgo, con descargas eléctricas de pasados nunca acontecidos y ejecutados fortuitamente por neuronas criminales. ¿Quién quería destruirle? 100 por 100, no sabe, no contesta.
De las sacudidas, le salvó el frío del espacio y la frase que continuaba repicando: “Estás a solas con el solitario”.
Las proyecciones del subconsciente eran las que le quemaban, convertidas en entes etéreas, volátiles… demasiado eternas. Desprendiendo gases de ausencia. Así acabó, rendido en el suelo, mientras toda sustancia de presencia, se perdía en la lejanía, allá en lo más alto del firmamento, sin dejar ninguna huella. La soledad era demasiada compañía y su reflejo quedó cautivo de otro cuerpo físico, sobre una alfombrilla sangrienta, semiborrando la palabra “Welcome”.
Las teclas de una máquina de escribir le hicieron volver a comisaría. Intuía que no había sido del todo un sueño, cuanto menos, tuvo la sensación de haber estado poseído por la temerosa e idolatrada muerte, penetrando en el cadáver del “Hombre Orquesta”. Bien, esto le recordó que el fiambre le esperaba en el piso. Una verdadera cita a ciegas . También se acordó de la lectura, hacía unos días en un periódico. La foto de la única cartuja de la región que había sufrido un incendio el año anterior, cobrándose una víctima y daños forestales incalculables. Un monje resumió su religiosa austeridad, diciendo que ellos vivían a solas con el solitario. De ahí provenía el estribillo de su ¿sueño?
He aquí que su estado “anémico”, empeoraba al darse cuenta de que todo, absolutamente todo, era la pura y jodida realidad y no un cuento fantasioso, cómo hubiese deseado para poder poner ya mismo, un grandioso y hermoso final con guirnaldas y diversos motivos de ornamentación.
¡Hombre Bar! Pon una ronda para todos, que esta la pago yo, sí hombre, no me mires así. Apúntalo en mi cuenta.
Y aquella señora aburrida, tras la mesa de su despacho atrincherado, esgrimía un montón de preguntas con un sable fríamente afilado, cortándole a rodajas las respuestas. Acometiendo con arte y deteniendo todos los golpes con un juego de seducción, al cruzar las piernas y dejar al descubierto un liguero negro al que Andy prestó por entero y en plurales, toda su atención, dejándose vencer, zozobrando por su innoble gesto, perdiendo el ímpetu. Convertido en un monigote pasivo y sumiso, caído en las redes de seda de un encaje erótico al servicio de disuadir y alterar la turbada paz, de un corazón cansado ya de latir. Intentando hacer frente a la lujuria que reposaba en las redondeces de sus pechos, sobre la mesa, incitándole a fijarse en sus pezones erizados, en punta, que asomaban ya sin piedad, con falso descuido de inocencia y naturalidad, valorando con apremio la abultada entrepierna. Otro movimiento brusco de la Dama, le permitió admirar su nalga derecha. Sin darle respiro ni tregua alguna. Ojillos traviesos, humedeciendo los labios carnosos, sobresalientes con lengua atrevida. Mordisqueando el tapón del bolígrafo. Postura graciosa y mordaz, rascando con ágil ademán en el interior de la falda, izando al vuelo ésta, enseñando un moratón cerca de la ingle.
Perdona, es que me he dado un buen golpe con la esquina de la mesa, ¿lo ves?, ¡jo!, se me está poniendo de color violeta ¿verdad?…
Pues… siiii, bueno, también en el sitio que lo tienes, quiero decir que no se ve, si no lo enseñas… y pronto se curará y…
Sí, pero es que duele y se me hace más grande y se hincha… ya verás, toca. Con descaro y desparpajo, le tomó la mano y la puso sobre el morado.
Toca, toca… ¿a que sí?…
Andy, tímidamente encendido, palpaba el muslo, le subió la faldita y ya con las dos manos, masajeaba el golpe de la muchacha.
Ella, dueña ardiente, levantóse un poco del asiento para que aquel hombre pudiese explorar con más precisión su piel dañada, quitóse el diminuto tanga, facilitándole la tarea de inspección general. Así estaban, jugando a los médicos, cuando escucharon un portazo en una oficina contigua a la suya. Ella se vistió rauda y él se contuvo sin poder aplacar el molesto dolor genital.
Un oficial asomó por la puerta, sin llamar.
¿Todo va bien, señorita Rubens?, preguntó con arrogancia. Estaré en mi despacho, estudiando el expediente del sacerdote de la parroquia. Que no se me moleste ¿de acuerdo? Bien, acuérdese de llamar al forense y al abogado de oficio para el caso del crimen del puerto.
Salió sin despedirse. Ambos se miraron, ella aguantando la risa y él aproximándose para continuar el lance y desfogarse. Inesperadamente, recibió una negativa. Como si nada hubiera sucedido, como si sus actos provocativos fuesen justificados por la asfixia de su cuerpo, enfundado en un vestido dos tallas menores y habiendo regalado un gratificante espectáculo, de realidad virtual. Borró la imagen de opulenta Mata Hari, y en un nuevo giro, apareció la rutinaria trabajadora mediocre y explotada mujer angelical. Haciéndole creer que su paranoia crecía, imaginando que desvariaba entre los vientos de sus mares ancestrales, propensos a motivar escenas de efectos lascivos. Alejándole del miedo a la verdad, escondido en los labios libidinosos de otra proyección del subconsciente lanzada a la bacanal de la hipnosis, buscando placeres deseados y no satisfechos en un mundo físico.