Se levanta la fría losa,
que acaricia pesadamente,
el silencioso negro del zulo,
de mi lúgubre morada eterna.
Siento el aroma de la noche,
el aire fresco entra taimado,
acariciándome los huesos,
suavizando el inmortal dolor,
de mi descarnada calavera.
Mi aletargada y triste alma,
se levanta del lugar yaciente,
mirando cercana el marfil,
de ese anoréxico esqueleto,
que descansa en la caja de pino.
Mi espectro vaga descorazonado,
infeliz por los montes cercanos,
escucha el quejoso aullido lobuno,
en la lejanía del espacio desolado.
La luna está en lo alto semioculta,
por aislados cúmulos de nubes grises,
siento el olor de la humedad de lluvia,
en el cercano espacio terrenal mientras,
el espíritu que soy camina sin piernas,
por los inagotables senderos del olvido.
Los personajes que profanan mi tumba,
se llevan mis joyas y lo dejan todo abierto,
se percibe el olor ingrato de la putrefacción,
de par en par escondido entre las sombras,
hago como que no existo me siento ajeno.
Yo jamás he de volver ahí,
a la miserable existencia triste,
del sufridor enterramiento,
cuando me enterraron vivía,
todavía albergaba aliento en mí.
Desgarré mis uñas y mis dedos,
arañé inutilmente la dura madera,
en el vano intento de salir de la caja,
al despertar del estado cataléptico,
en el que me encontraba sumido,
que nadie fué capaz de detectar entonces.
Por eso ahora para siempre,
me quedo aqui fuera al fresco,
andando por veredas intransitadas,
las de la noche oscura silenciosa,
vagando solitario alegre y feliz,
por los verdes bosques gallegos,
por las campiñas de mi tierra amada.
Desde que hace muchos años ví una película que trataba sobre un cataléptico enterrado en vida, tengo miedo de que me ocurra algo así. Sobre todo en los tiempos antiguos habrá ocurrido con cierta frecuencia.
Me has dado escalofríos con este poema tan aparentemente real del desenterrado. Claro que luego me he tranquilizado al ver que estaba por los bosques gallegos. Es como si lo hubieses vivido, caramba.
Muy bueno, Kiowa.
Saludos.
Es muy buena tu poesía Kiowa. Cuando dices lo de arañar inútilmente la madera me entran como escalofríos pues es algo que yo de pequeña pensaba muchas veces y sentía un miedo atroz de que éso pudiese sucederme, ahora mientras lo escribo mis pelos se ponen de punta. También yo me quedo en las frescas campiñas. Un beso. Alaia