El teatro y yo.

Desde que tengo uso de razón he mantenido una fuerte y firme relación con el teatro. Recuerdo que la primera vez que tuve ocasión de ver representar una obra teatral fue acompañado de mi abuela materna Doña Rufina Sáiz Del Arco. En el Teatro Xúcar, de la ciudad de Cuenca, en la llamada Carretería (que viene a ser como la Calle Mayor de la capital conquense de España) se representaba una famosa zarzuela titulada “Agua, azucarillos y aguardiente”. La zarzuela “Agua, azucarillos y aguardiente” es una de las muestras del género que tienen por escenario la ciudad de Madrid. El libreto fue escrito por Miguel Ramos Carrión y la música la compuso Federico Chueca. Se estrenó en el Teatro Apolo de Madrid el 23 de junio de 1897. Sería aproximadamente por 1959 año más o año menos cuando mi abuela me invitó a ver dicha obra en el ya citado Teatro Xúcar de Cuenca. Ella y yo, a solas, entramos a ver la función y se me quedó grabada en el subconsciente la forma y manera de hacer teatro.

Después vinieron las primeras clases teóricas de mi gran maestro escolar, Don Florencio Lucas Rojo, en el Colegio Lope de Rueda (ya desaparecido) de Madrid. El que se encontraba situado en la esquina de Narváez con Doctor Castelo. Pero un salto muy cualitativo fueron las enseñanzas del profesor Ayora en el Instituto de Enseñanza Secundaria (antiguo Bachillerato) de San Isidro de Madrid. Allí tuve ocasión de ver actuar a algunos actores que hicieron, después, carrera como actores profesionales (en aquellas fechas que van desde 1963 a 1966). Dicho Instituto (hoy de enseñanza mixta) era sólo para chicos.

No volví a contactar con el teatro hasta que, en plenas batallas por conseguir instaurar la Democracia en España, me alisté en el Grupo de Teatro del Banco Hispano Americano de Madrid, mientras acudí, alguna que otra vez, a ver obras como “Sopa de mijo para cenar” o las escenificadas por Els Joglars. Pero ya tenía yo ganas de poder actuar alguna vez como actor, por aquello de poder combatir cierta dosis de timidez que tenía dentro de mí y combatir el “miedo escénico” y así fue como, aproximadamente en 1969, actué con un papel muy secundario, casi como extra nada más, en la representación de la obra de Alfonso Sastre titulada “La mordaza”, cara al público, en el Teatro Marquina, situado en la madrileña calle Prim, número 11, muy cerca de la famosa calle Barquillo. Sólo tuve que salir dos veces al escenario. La primera ocasión era sólo para acompañar al actor que hacía de detective poilicíaco (yo hacía sólo de policía nada más) y en la segunda ocasión si tuve que decir simplemente “!Quieto!”, después de montar la pistola (cosa que hice a la perfección) para parar en seco a quien trabajaba como viejo déspota familiar e intentaba abrazar a su nuera. Le aparté con tanta fuerza que, ya fuera del guión, dio un traspiés y se tuvo que agarrar a la mesa para no caer al suelo. Eso no estaba previsto, fue algo espontáneo y, mientras caía el telón del Segundo Acto (todavía faltaba la parte final de la obra) el público soltó una explosiva ovación y algún que otro “¡Bravo!” creyendo que era parte de la escena. Insisto en que en realidad fue que le empujé con algo más de fuerza de lo debido (para entonces yo ya era judoca) y la acción no estaba premeditada.

Seguí viendo obras de teatro, especialmente de grupos aficionados como los del TEI (Teatro Estudiantil Independiente) observando cómo lo hacian fenomenalmente bien Raúl, el hermano de mi amigo Carlos, que era un excepcional actor y un tal Nico. Más tarde ya estaba preparado para ser actor circunstancial pero, sobre todo, autor de obras teatrales. Y entonces fue cuando me despedí del Banco, crucé el charco y me fui a las Américas con mi mujer y mis dos pequeñas hijas.

En Ecuador logré el sueño de ser autor teatral. Comencé escribiendo una pequeña obrita para la Comunidad Cristiana de Quito (por petición de mi cuñado José María) que titulé “Melquisedec” y, debido a la insistencia de mi cuñado, no sólo escribí en breves minutos aquella especie de pequeño auto o entremés, sino que tuve que actuar haciendo precisamente el personaje de Melquisedec. Pero la experiencia de escribir aquella obra me dio la suficiente autocofianza para entrar, ya de lleno, a escribir obras de larga duracuión; o sea, que me hice autor profesional y, en este sentido, escribí “El Juicio de José” (que no es obra de Barahona como quiso decir él sino mía solamente) y que se representó en la cristiana Sala Larson de Vozandes de Quito, más “Nunca morir” (por encargo de un colegio de monjas de la ciudad de Quito y que se conoce como Rumipamba) y también la todavía no estrenada “La Carreta” (que, dentro de mis obras teatrales, es quizás mi preferida pero sin rechazar a las otras ya que estoy plenamente satisfecho de las tres).

A todo esto también tuve que hacer de actor en una auto de Navidad que se llevó a cabo en el Colegio El Suace de la población de Cumbayá (en las afueras de Quito) donde cumplí con el papel de San José y de un rey mago (no sé si Melchor o Gaspar) de nuevo para la Comunidad Cristiana de Quito; además de una charada himorística de los padres de familia en el Colegio Emanuel.

Una vez regresado a mi patria España, he seguido escribiendo teatro en las páginas de Internet y tengo una larga lista de entremeses (teatro virtual) de mayor o menor duración que van desde los muy cortos a los bastante largos. Recuerdo los siguientes títulos, por orden alfabético ya que de las fechas es más difícil acordarse: “¡Aló Madrid!. !Aquí Quito!”, “¡Aló, Quito!. ¡Aquí Madrid”, “Agapito y Simeón”, “A salto de Mata, “Caminante y Libertad”, “Catalejo Mundial (monólogo)”, “César y Antonio”, “Chester, Toby y Wendy”, “Diálogo Inconsciente”, “Don Alfonso y Bellaluz”, “Don Emilín (monólogo)”, “Don Juan y Dulcinea”, “Doña Duda y Doña Fe”, “El bozal”, “El ratón y el gato”, “El sexo de los ángeles”, “El uno para el otro… “, “El zapatero traidor”, “Fuera de juego”, “Gabriel García y Galán”, “Hacia nosotros mismos…”, “Hola…¿estás sola?”, “Inés y El Quijote”, “La Carreta” (obra completa de 3 actos), “La extraña Maribel”, “La Inclusa”, “La niña y el duende”, “Las castañas”, “Las hormigas de Tanzania”, “Melchorín, Gaspariño y Baltasaro”, “Míster Gordon y Pepe Grillo”, “Monólogo del Mono Logo (monólogo)”, “Opiniones de un payaso (monólogo)”, “Paloma en vez de halcón”, “Pepe contra Pepe”, “Siglo y Segundo”, “Totalmente Trascendente”, “Trinidad y Tovago” y “Yo-Yó” más las ya citadas “El Juicio de José” (obra completa en tres actos) y “Nunca morir” (obra completa en tres actos).

En total alrededor de unas 30 piezas teatrales(contando desde las más largas de 3 actos completos hasta los más cortos entremeses) han salido ya de mi pluma. Y espero todavía escribir alguna más antes de que acabe el año 2011. La verdad es que, siendo el teatro uno de mis más preferidos hobys, tengo enorme ilusión por juntar todas estas obras y poder publicar un libro que las reúna a todas bajo el título de este texto; o sea: “El teatro y yo” (por José Orero De Julián “Diesel” y su musa Liliana Del Castillo Rojas “Lina”). Ese es uno de mis grandes sueños que pongo bajo el Designio y la Voluntad de Dios

2 comentarios sobre “El teatro y yo.”

  1. Gracias por compartir…la historia de esta pasión, y yo vislumbro, que lograras tu cometido, ya que sostenido y excedido, en La mordaza haha, también te sostiene esa inmensa fe, de la que das testimonio siempre.Cariños.

  2. Jejeje… ahora mismo voy a empezar otra obra teatral. ¿Cómo la llamaré?. Pues eso me sirve de título… la voy a llamar “¿Cómo la llamaré?”. ¡Ves que fácil resutla esto de escribir sobre la marcha!. ¡Allá voy!. Y tengo sólo una hora para escribirla. Primero en escritoresenlibertad.es por si te interesa saber cómo se puede hacer… jejeje… un abrazo amistoso.

Deja una respuesta