El viento sopla y las alas transportan (2) (por Olavi Skoda y José Orero).

OLAVI SKODA:

De Occidente venían nuevos ideales con nuevos ropajes. Rayos de un sol de “libertad” comenzaron a iluminar una Finlandia que, a costa de derramar mucha sangre, había conservado su independencia, si bien había perdido la guerra contra Rusia (1939-1945). La juventud de antes de la guerra y la juventud de la posguerra estaban impregnadas de un espíritu diferente. ¿Treinta años antes habría sido yo el mismo incluso con las mismas gentes?. Mi descenso tiene muchos peldaños y uno de ellos es la época en la cual nací, la cual, junto con otros desencadenantes, me empujaron hacia abajo. La libertad que me ofreció esta época no me benefició. Un ambiente más protegido y disciplinado me hubiera venido mejor.

Para otros amigos míos que tuvieron el mismo punto de partida que yo, esa época fue, entre otros factores, un estimulante que les ayudó a superarse en todos los órdenes de la vida. En otra época y otro ambiente quizá nunca habrían llegado a donde están hoy.

Los amigos van marcando sus huellas en nosotros y nosotros a su vez, en ellos. Ya que la ley de la naturaleza es así, sería de sabios elegir como amigos a tipos como Leonardo Da Vinci. Sus huellas sí que serían positivas. Pero sólo unos pocos tienen la posibilidad de elegir. Nosotros, los de la clase obrera, nos encontramos en una situación en la que no somos nosotros los que elegimos a los amigos, sino que es la vida la que nos los da. El pobre no tiene opción de elegir, tiene que aceptar lo que le dan. Si intentas ser más de lo que realmente eres te quedas huérfano, y el huérfano no tiene más amigos que la soledad. Y en cierto modo sí que es una amiga fiel ya que nunca te abandona. Yo no elegí a mis amigos, fueron los que la calle del parque me dio. No eran exactamente unos Leonardos, pero con mis complejos, con tipos así yo no habría congeniado. Como dice el refrán: “cada oveja con su pareja”.

Claro está que en el barrio había algunos chavales mejores que nosotros, pero nosotros, según sus padres, no éramos suficientemente buenos para ellos y, ellos, en contra de la voluntad paterna, deseaban unirse a nosotros. En nuestra pandilla se respiraba ese nuevo elixir, sí, el de la libertad. Me refiero a que a mí y a mis compañeros poco nos importaban las cosas, mucho menos hablar de responsabilidades.

Los chicos mejores tenían una hora de llegar a casa, hacer los deberes, ayudar en las diferentes tareas de la casa, trabajar, etc. Nosotros no teníamos que hacer nada de eso, éramos libres, el viento soplaba y nosotros planeábamos con las alas abiertas… Lo intuías, por cómo nos miraban, que nos envidiaban. Algunas veces, cuando protestaban a sus padres por las tareas que tenían que realizar alegando que nosotros no teníamos esa obligación, les consolábamos diciéndoles “nosotros ya haremos los deberes más tarde”. Pero sus anticuados padres, esos que no entendían los nuevos tiempos, les daban una buena zurra y así nos distanciamos. !En fin!. Éramos un “gran grupo”, teníamos libertad y a nadie le importábamos. !Y ahí está, a nadie le importábamos!.

La casa del parque donde vivíamos era una misteriosa casa de madera. Recuerdo cosas que sucedieron en ella y ahora, con lo que os voy a contar, tengo que adelantarme en mi historia.

JOSÉ ORERO:

No tenía demasiados amigos verdaderos pero los que sí lo eran nos convertáimos en “filósofos” de la vida mientras vivíamos la calle. Alegres por fuera y pensativos por dentro, nos íbamos a lugares tan lejanos como la antigua Esparta griega. Y después de filósfos nos convertíamos, por arte de magia, en soldados de mil y una batallas en maratones de juegos. Éramos selectivos a la hora de elegir a los componentes del equipo. No nos gustaban las “estrellas” de los que querían unirse a nosotros por creerse “superiores” y, sencillamente, no les dejábamos que formasen parte de nuestro grupo.

Éramos los “espartanos” de San Isidro y como San Isidro dejábamos que los Ángles de Dios hiciesen nuestras tareas escolares mientra snosotros -ya tendríamos tiempo de hacerlos en un futuro lejano- sólo éramos guerilleros de batallas campales en los descampados del antiguo Madrid. No nos importaba, para nada, los viejos guerreros de la Guerra Civil Española. No nos importaba para nada esa Guerra que nosotros no habíamos vivido.

Venían nuevos tiempos. El viento de las “libertades” comenzaba a soplar. Los chiquillos empezaban a comenzar a vivir la “lucha generacional” y comenzaban a penetrar los multicolores en la España del “blanco y negro”. Y nosotros elegimos el amarillo de los “locos” y el azul de los “mares” para seguir jugando al margen de los viejos que discutían en los bares acaloradamente todavía y los chavales que consumían su libertad en mundos que a nosotros jamás nos llamaban la atención.

Nuestras drogas eran los juegos, solamente los juegos, mientras nuestro líquido preferido era la lluvia mojándonos el rostro mientras seguíamos jugando. Y eso despertaba la envidia, oculta, de quiénes se esforzaban en querernos hacer comprender que el futuro eran ellos. Nosotros sabíamos que el futuro llegaría alguna vez… pero no a través de ellos sino de nosotros mismos.

Fue una época en que comencé a liderar mis propias teorías que llevaba siempre a la práctica porque no eran teorías “muertas” encerradas en ideologías de falsa “libertad” sino que siempre eran prácticas abiertas, las famosas “idealogías” libres que muy pocos llegaron a entender. No era cuestión de números. No importaban que fuésemos demasiados. Lo importante era no caer en las “redes” de unos o de otros y así gozábamos de la verdadera libertad. Era época en que comenzaban a granar los “campos” y la abundancia comezaba a llegar a casa…

En mi hogar nos quedamos solos los tres. Cuando nos quedamos sólo los tres yo pasé, por orden natural, a ser el pirmero de ellos. No porque yo lo eligiese ni lo hubiese pedido… pero pasé a ser el líder porque la mujer no contaba y el primero d elos hombres no sabía jugar sin trampas. Así que, nombrado líder sólo por las circunstancias, dejé de ser una simple circunstancia para ser una existencia propia a la vez que jamás dejaba de pensar en ella.

Yo también tengo que adelantarme, ahora en mi historia, donde había elgido como amigos no solo a Leonardo Da Vinci, sino a todos los pintores del Arte y a todos los escritores de la Literatura. Esa era mi rebelión. Mi propia y particular rebelión mientras seguía capitaneando a los “espartanos” de San Isidro.

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