Ellas tomaban pernaud

Ellas tomaban pernaud

“Muertos de sol, de espacios, de sábanas,
muertos de estrellas, de pastos, de vacadas,
muertos bajo tierra a caballo.”
Eugenio Montejo. El cementerio de Vaugirard

He muerto y no acuden al entierro mis amantes. Sólo un atormentador canto de chicharras, que se deja oír a través de la tapa metálica del ataúd “generosamente” donado por la compañía, acompaña al hombre que me cubre con paladas armoniosas de tierra y de cemento.
He muerto y no hay lagrimas para regar la única flor que recogí para mi funeral. Un extraño mira a lo lejos el entierro y al cura que se aleja lentamente, tal vez hacia otro entierro. Sus letanías retumban como un eco en mi cabeza….. ruega por el….. benditas animas del purgatorio rueguen por el….

Ruega por el …… ruega por el.
Dos zamuros gordos, vuelan perezosamente sobre nosotros como sopesando si acaso puedo convertirme en carroña comestible y accesible para ellos. El hombre de la pala los mira desde el fondo de su borrachera y les hace un conjuro, sacándose del bolsillo del raído pantalón, una carterita de aguardiente claro, tomándose de un trago la mitad de la misma, chasquea con agrado la lengua y mira hacia los lados como buscando a alguien.
– Otro que no matriculó.
Murmura por lo bajo y continua cubriéndome de tierra.
Yo lo oigo desde el fondo del hueco que abrieron para meterme, sin embargo no puedo hablar ni moverme, y pienso que, extrañamente no hace calor aquí abajo.
También, esta vez con un poco de temor, en aquella película de Gutiérrez Alea “La muerte de un burócrata”, ¿la vieron?. Me aterro al pensar que hayan podido enterrarme con el carnét o la cédula, eso es mucho peo y aquí esas cosas son peor que en Cuba.
Curiosamente, cuando mueres, tienes a la mano todos los recuerdos, pero no logro precisar como morí, mi mente o lo que de ella queda está bloqueada en la semana anterior. El resto de la película se aparece como cuando pones tu “DVD” en la función rápida. Escenas fugaces que no logras capturar. Sólo esta claro el disco de la última semana.
El lunes, había tenido un mal sueño, quizás una pesadilla por que aunque no recordaba nada me había despertado sudando a pesar del frío artificial del aire acondicionado.
Como todos los días antes de ir al baño, monté la greca con el café. Desde que me divorcié este ritual no ha variado ni siquiera cuando Alicia se queda en el apartamento.
Con el café en la mano trato inútilmente de recordar el sueño. Tal vez me pueda dar una pista sobre un número para el triple de la lotería.
Termino el café y no puedo hacer más nada que tratar de recordar. Al fin, cansado de hacerlo me meto al baño. Uno de los privilegios de los divorciados es disponer del baño a toda hora.
Ya en el trabajo, entre la bruma de los cigarrillos de los compañeros, intento inútilmente de captar lo que me dice el Gerente General, que como todos los lunes se encuentra de mal humor, asiento automáticamente a todo lo que me dice sin escucharle realmente.
Mi secretaria una hermosa niña, sin muchos atributos intelectuales, que por lo demás no le hacen falta, me saluda con su infaltable empanada mañanera en la boca por lo que solo atino a oírle un
—mmmmmdias jefe, antes de entrar al sub mundo en que se ha convertido mi oficina.
Cierro la puerta sin contestarle. Tomo la carpeta de asistencia y compruebo con tristeza que hoy tampoco ha venido.
La mañana pasa como pasan las mañanas de los lunes, entre chistes del fin de semana y lenta como el gobierno.
Trato en vano de ser eficiente en mis obligaciones pero no puedo dejar de pensar en que ya hace una semana que no viene, ni siquiera una llamada y ni hablar de preguntarle a alguien, con lo rápido que vuelan las conjeturas en esta oficina. Que no estarían muy alejadas de la realidad. Por que desde el primer día que Alma había llegado a este trabajo, ya no fui el mismo. Cada vez que la veía mi corazón daba un vuelco y en verdad no sé gracias a quien o a que santo mis compañeros no habían intuido lo que me pasaba.
Por ello no quería dar pié a conjeturas con una indiscreción de mi parte. Nadie parecía darse cuenta de su ausencia, ni siquiera la jefa de personal tan quisquillosa como es con lo de la asistencia.
El día transcurre sin más emociones que el ir y venir de mi secretaria a preguntarme generalmente tonterías. “Pero con que gracia lo hace”.
En la tarde me saco de encima a uno de los compañeros que quiere ir a tomarse “una cerveza”
– una sola insiste.
Pero yo se que esas es una de las mas grandes mentiras de los venezolanos y me escabullo hasta mi casa además es lunes.
Llego a mi casa en automático, saludo mecánicamente al conserje y subo las escaleras de un golpe hasta el tercer piso. Días atrás, había leído que era un ejercicio saludable que te garantizaba un 25% mas de vida, así que ¿por qué no?
Ya frente al apartamento la vi.
Llevaba un vestido blanco de seda, etéreo, glamoroso, que se levantaba con la brisa del pasillo dejando entrever sus largas y hermosas piernas. Un pañuelo azul en su cabeza a modo de cintillo y una cartera de mano completaban su atuendo.
La había visto por primera vez en una reunión de condominio el jueves pasado y realmente no habíamos intercambiado muchas palabras, nada más allá de lo que las normas elementales de cortesía obligan.
Pero ahora estaba allí, frente a mi casa y en plan de esperarme.
Le saludo maquinalmente y prosigo en el afán de sacar las llaves del maletín pero ella se abalanza sobre mí plantándome un sonoro beso en la mejilla que me deja sin saber reaccionar.
Se habrá equivocado, pensé. Pero de inmediato me dice
– Te he estado esperando por más de dos horas, ya estaba por irme José.
Sabía mi nombre, así que, si lo sabe, es conmigo y la invito a pasar, pero con un nerviosismo y un sonrojo propios de alguien que no está acostumbrado a ser él, la pieza de cacería.
Ya en el interior del apartamento la invito a tomar algo y su respuesta me dejó más nervioso aún.
— Si tienes Pernaud, te lo acepto con gusto.
Dos mujeres en tan corto tiempo tomando pernaud, no es que rompan las estadísticas pero no deja de ser raro.
Se sienta y al cruzar las piernas su vestido se sube un poco más de lo normal y noto algo que me obliga a recostarme de la puerta de la nevera que había abierto para sacar hielo.
Un pequeño mareo, quizás por el esfuerzo de las escaleras. Pienso.
Pero no deja de sorprenderme el hecho de ese lunar hecho a la medida justo encima de la rodilla izquierda y que no significaría absolutamente nada si no fuese por que la desaparecida Alma, tiene uno igual en la misma pierna y además es fanática del pernaud “on ice”.
Apura el pernaud de dos tragos casi sin saborearlo y de inmediato se levanta del sofá y me agarra de la mano guiándome hasta el dormitorio como si hubiese vivido allí toda la vida, una vez en el interior y sin darme tiempo a decir esta boca es mía, se despoja del vestido.
– he venido a hacerte el amor hasta la muerte. Dice.
Lanzándose sobre mí, me besa despacio en el sitio exacto que me suma a las bajas de combate. La velocidad del ataque me deja abrumado y aunque asumo que lo de “hasta la muerte” es un eufemismo, no deja de inquietarme un poco.
Lo que estaba sintiendo no me permitía preguntarme como sabía esta desconocida, (hasta hoy) todos los puntos vulnerables de mi cuerpo. Su lengua frenética recorre todo mi cuerpo y sus dientes muerden exactamente en el sitio indicado y además estaba lo del lunar y el pernaud.
Por un segundo apenas, pienso en levantarme, pero en fin está muy buena y dejo de estar pensando pendejadas.
Me rindo, sin saber su nombre, pero como dice aquella canción de Sabina “nada ganas sabiendo mi nombre, cada noche tengo uno distinto, si me quitas con arte el vestido, te invito a champán”.
Vuelvo a despertar, sigo en la tumba, el paisaje ha cambiado muy poco, el cura ahora está debajo de la mata de apamate en la entrada del cementerio, el sepulturero ya se ha acabado la carterita, está más rascado y ahora canta desafinado como todos los borrachos.
_ Nadie es eterno en el mundo, ni que tenga un corazón.
Le observo más detenidamente y me doy cuenta de que está llorando. Vainas de borracho. Pienso.
Sigo sin comprender que es lo que esta pasando, estoy muerto. Nadie vino a mi entierro, estoy en este hueco, pero no hace calor aquí abajo y puedo ver, oler y sentir pero no puedo hablar y los recuerdos emergen día por día.
Ahora es martes, misma rutina, café en la greca antes del baño y esencia de mujer por todo el apartamento, pero nada recuerdo, solo una sensación de regocijo, de estar bien, de…… que cielo tan azul y de que bonito está el Ávila. Ustedes saben como son esas cosas.
Llego rápidamente a la oficina, el tráfico ha tenido clemencia y los saludos y el rebulicio del principio de jornada que se va entre cuentos y cafés, dan inicio a la jornada.
A pesar de mi alegría interior algo faltaba en la oficina paseo la vista por todas partes y no hay rastros de ella, pero sigo sin atreverme a preguntar.
Zulema, mi secretaria me ha traído a media mañana un mensaje un tanto extraño. Un sobre que nadie sabe quien lo dejó pero que en letra de método Palmer, de esas que se aprenden solo en los colegios de monjas dice: “Solo para ser visto por José Félix González Cárdenas, ese soy yo.
No era un sobre de la empresa, tampoco era de esos de las compañías que sustituyeron al correo en este País. Era un sobre blanco tamaño carta, de un papel muy fino, casi transparente.
Con bastante temor abro el sobre, en el, cuidadosamente doblado hay solo un papel de estos cuadrados de los cubos que se regalan como promociones y que sirven para recordatorios y cosas así y solo decía con la misma letra del sobre “esta noche otra vez hasta morir”.
Por más que trataba de recordar algo relacionado con esta frase no podía. Por supuesto que sabía su significado semántico, pero no lograba sacar ninguna conclusión al respecto.
Muchas preguntas nublaban mi pensamiento. ¿Habría muerto previamente? ¿Cómo? ¿Con quien? En fin.
Alma seguía sin aparecer y ahora esto, ¿tendrían algún nexo estas dos situaciones?
Haciendo un gran esfuerzo por parecer natural, me atreví a visitar a la jefa de personal.
– Que sorpresa tan agradable tú por aquí. Me dijo, tal vez irónicamente con ella nunca se sabía nada.
– Que te trae por aquí José.
-¿Como te lo digo?
Estoy muy tenso seguro me va a descubrir por lo nervioso, me controlo un poco tratando de aguantar su fría mirada.
– No, no es nada, pasaba por aquí y se me ocurrió visitarte y como tengo días que no veo a la muchacha nueva de informática, quería saber si había renunciado o algo, creo que se llama Alma.
Cuando terminé la frase, mi suspiro se oyó hasta en el cubículo de al lado. Al menos eso creo.
¿Alma?.
– Desde que trabajo en personal y de eso hacen dos años y tres meses no ha pasado ninguna persona que se llame Alma por esta compañía y con ese nombre estoy segura de no olvidarla. ¿Que te fumaste?
Con esta respuesta mis pocas fuerzas, las que había recopilado para enfrentarme con ella, me abandonaron y salí sin siquiera despedirme para mayor confusión de la mujer.
¿Qué coño estaba pasando conmigo? Hasta hace poco mi única preocupación después del divorcio, era tener medio limpio el “apartaco” para llevar a las diablas, el equipo de sonido a punto con mi mp3 con todas las canciones de Joaquín Sabina y algún que otro blues y de la noche a la mañana mis recuerdos sólo se limitan al día a día, con fantasmas rondando como esa tal Alma que a decir de la vieja de personal (coño si me cae mal esa caraja), nunca ha existido más que en mi cabeza.
Con todo este peo me había olvidado del sobre, a lo mejor también era producto de mi imaginación, pero no, allí estaba el sobre y el papelito.
Agarro a ambos y hago una gran bola con ellos y trato de encestarlo desde mi silla al pote de la basura. Cosa que logro al décimo tercer intento cuando mi vecino de oficina se asoma y me dice:
-¿Ladillao hermano? ¿Esta tarde si nos podemos echar una? Pregunta.
Casi le digo que no, pero estas vainas me traen loco, pienso… de repente me relajo tomándome algo además en ese bar. siempre hay unas chamas extraordinarias, como me gustan, con tatuajes y piercings, jovencitas y sin muchos rollos.
-Si vale nos vemos allá a las siete.
Si algo quisiera no olvidar nunca, sería esa noche en el bar.
Cuando llegué ya Rafael se había tomado dos o tres cervezas y me hacía señas desde un rincón del salón.
¿No sé si han visitado alguna vez uno de estos bares nuevos? Allí todo parece estar hecho por expertos en el arte de la seducción, los colores, las luces que giran, la música, los muebles, todo a la medida de las penas que vienes a desahogar, parecen grandes vientres maternos donde todos nos acurrucamos. Y las “niñas”, son la pieza fundamental del decorado cada una de ellas quiere mimarte, abrazarte, cargarte, amamantarte y tu, te dejas por supuesto.
-Venga mi amorcito, llore aquí conmigo, esa mujer, es una coño de madre. Venga mijo.
– Ese jefe tuyo merece que lo maten, hacerte eso a ti que eres un amor, no joda.
-ven que te doy un besito papi
Y todos contentos. Porque cuando vas al siquiatra es otra cosa, el ambiente no es el mismo, el sillón no es ni remotamente tan sabroso como el del “Paradise” y ni comparar las almohadas, con las lolas de una de las amiguitas. Ni el Dr. es tan amoroso y comprensivo como katy, Marilin, o Geraldine. Y encima te tomas tus cervecitas o lo que quieras.
-Estas retardado. Me dice Rafael a modo de saludo.
Me siento a su lado mientras Rafael hace señas pidiendo dos cervezas.
Tardo en adaptar mi visión a la casi total oscuridad. Esta estrategia de tiempos inmemoriales hace que junto con las bebidas no exista en el mundo una puta fea.
Oteando el horizonte descubro para mi agrado una hermosa mujer sentada en la barra a escasa distancia de nosotros, se destaca del resto de la fauna por su sencillo atuendo, más bien parece una elegante ejecutiva sólo le falta el maletín, su pelo estä recogido en un moño que le hace ver un rostro, un tanto duro para el ambiente y de hecho se portaba como alguien que no supiera donde está. Lleva un vestido azul, cortado a la medida o al menos así lo parecía, era una falda con chaquetilla y una blusa blanca, sobre la barra reposaba una cartera de marca, de color azul, que encajaba perfectamente con su vestido.
En ese momento se da cuenta de mi observación, se sonríe y me grita:
— Al fin llegaste.
Comencé a voltear a todas partes pensando que no era conmigo pero ahora me dice
– te he esperado por más de una hora José.
Al ver que era a mí a quien estaba esperando me levanto del sillón y me acerco hasta ella,
— Hola le digo a modo de saludo y agrego,
— así que me estas esperando, ¿Para que?
–¿no recibiste mi nota en tu oficina?, disculpa el papel, pero era lo que tenía a mano.
–¿Te conozco?, le digo
Mi nombre es Amelia y te estoy esperando para hacer el amor, te conozco tanto que lo vamos a hacer hasta morir.
Nuevamente la frase golpea mi cabeza y el corazón que se desboca por el susto. Sin embargo algo me obliga a seguir el juego de esta mujer, tal vez su cuerpo que se muestra sugerente a través del vestido, quizás sus senos bien proporcionados o su voz que sonaba como un bolero, en fin, deje a un lado todas las reservas y me dije
—¿quien dijo miedo?
Sin más preámbulos me senté a su lado y la tomé cariñosamente por la mano mientras apuraba mi cerveza con la otra.
Amelia se levanta del asiento, se coloca a mi lado y comienza a besarme por toda la cara y se detiene en mi boca, donde me da el beso más profundo, erótico y amoroso que he recibido en mi vida. Comencé a marearme y a perder la noción de todo, apenas podía responder a sus caricias, yo tan experto estaba convertido en un colegial.
Se levanta del asiento y comienza a subir las escaleras, pienso en “Led zepelin, y en sus escaleras al cielo”.
Desde mi posición podía ver toda su voluptuosidad, sus caderas marcando el ritmo del regatón que sonaba en el ambiente, mientras subía lentamente hasta el cielo.
Y yo, detrás como un penitente. A estas alturas todas las cosas que me inquietaron al principio se habían difuminado y sólo un deseo incontrolable guiaba mis pasos detrás de Amelia.
Una vez en la habitación sin mucho preámbulo comienza a despojarme de la ropa pausadamente, deteniéndose en cada prenda como si evaluara su calidad y la mía por supuesto.
Abre la camisa y se queda un rato observando mi torso que hace tiempo dejó de ser atlético y ya marca los rigores de los diez años que duró el matrimonio y los quince que llevo en la oficina, a pesar de todo, tampoco es que estoy tan mal, algo queda de aquellos años de natación en la universidad.
Por cada prenda que cae, diez besos, uno cada dos segundos, cada dedo es marcado por sus labios. Mi pantalón se desliza y ella besa con deleite mis piernas hasta subir al mismo centro de mi masculinidad, deteniéndose allí hasta que mis gemidos se oyen en todo el bar. Sus caricias jamás pensé que existieran, penetraron rincones de mi cuerpo, desconocidos para mi como centros eróticos. Desnuda en la semi penumbra, percibí su extraordinaria hermosura y antes de sumergirme en ese abismo de amor y lujuria, pude observar en su rodilla izquierda un lunar en forma de perfecta media luna, como otro que conocía, además una botella a medio terminar encima de su mesa de noche, por supuesto que era Pernaud, como se habrán imaginado, los dos constantes eslabones que me unen al pasado y a los pocos recuerdos que tengo.
Ese fue el último pensamiento antes de dormirme exhausto, vencido pero glorioso como Leonidas en las Termópilas.

Nuevamente estoy muerto, porque sigo en este ataúd, en este agujero, el cura se ha ido y el beodo canta rancheras y apurándose otra carterita, palea la tierra y el cemento que me lanza con una habilidad no consona con la borrachera.
Los zamuros revolotean sobre todo el lugar, y a pesar del calor exterior aquí sigo sin sentirlo, no entiendo por que nadie vino a mí entierro, ni siquiera Alma. Aquella mujer que se había adueñado de mi existencia hasta convertirla en una pesadilla, de la cual despertaba día a día, presintiendo su presencia en cada rostro de mujer y ahogando su ausencia en este ataúd.
Hago un esfuerzo y puedo ver que me enterraron con los zapatos nuevos que compré en el Sambil, unos Clark de seiscientos Lucas, que desperdicio.
Cierro los ojos por un segundo y el sonido de un timbre me despierta, estoy en mi cama en mi apartamento y el timbre que suena es el de la puerta, sigue sonando y grito
—ya va.
Me coloco un paño por encima, abro la puerta donde se encuentra el señor Miguel el conserje del edificio, que me dice.
___ Buenos días José, son las seis, usted me dijo que lo despertara.
Le doy las gracias con el piloto automático y cierro la puerta sin acordarme para qué carajo iba yo a pararme un miércoles a las seis de la mañana, cuando es el día en que tengo que salir a inspeccionar la otra fábrica y ello me permite levantarme tarde.
La pesadilla recurrente de mi muerte ya ni siquiera es objeto de reflexión matutina, se ha convertido junto con el café en parte de la rutina mañanera, sólo me inquieta, como en esas series de Sony, que me traerá el próximo capitulo.
La juerga debe haber sido de pronóstico, hay dos detalles que así me lo indican, uno, la ropa desparramada por todo el apartamento, el otro, un dolor de cabeza que me mata, además de la sensación de bruma de todo lo acontecido la noche anterior.
Recojo la ropa lentamente como corresponde a todo enratonado, al levantar la camisa, donde se reflejan los restos de pintura de labios y de mascara facial, se cae la fotografía de una mujer que tiene algo de familiar en su rostro pero que no logro identificar, la guardo cuidadosamente en mi cartera sin preocupación, en fin ya no le rindo cuentas a nadie.
Decido irme en el tren más por curiosidad que por la tan anunciada rapidez que la propaganda oficialista pregona.
En todo caso habíamos pasado a ser un pueblo con tren, ya era algo.
Tomo el metro para hacer la conexión en “La Rinconada” y desde el mismo momento del abordaje siento la sensación de estar siendo observado, cuestión que en estos tiempos de revolución no es nada extraño, pero que no deja de inquietar.
Ya en la estación consigo sin muchos apuros comprar el boleto y sentarme en el andén a esperar el tren como Penélope, solo que este tren no traía a nadie que yo esperase.
Al arribar me asombro con su color rojo, rojito y sus modernas formas, es un bello tren, pienso, sobre todo para alguien que como yo, jamás tuvo ninguno.
Continúo con la molestia del seguimiento pero no logro identificar a nadie así que todos están bajo sospecha. La señora que amamanta a su hijo, el vendedor de perros calientes, el joven estudiante con sus libros y la hermosa mujer que me mira con detenimiento. Abordamos todos el tren hacia los valles del Tuy, lugar donde se encuentra la planta matriz de la empresa y a la cual me dirijo.
A pesar de la hora el tren viaja casi vació, así que hay muchos asientos disponibles. Sin embargo esta mujer se ha sentado a mi lado y no es que no me guste la compañía al verla mas de cerca puedo notar que se trata de lo que llamamos coloquialmente, una mami.
Su vestimenta y su extraordinaria belleza, así como sus maneras eran totalmente inadecuadas para este tren, que aunque está totalmente nuevo, de paquete. Se adecua mejor al socialismo del siglo XXI que a su bello conjunto de marca. Así que la dama estaba totalmente fuera de foco. ¿Como les digo? a ver, ella estaba vestida como para el Expreso Oriente y se encontraba en el Expreso a Cúa. Me explico ahora.
De inmediato al arrancar, le hago algunas observaciones “inteligentes”, sobre el clima, que calor hace, va a llover segurito y me convierto rápidamente en el chico del tiempo.
Ella se dejaba tontear y sonreía, no con esa sonrisa condescendiente que ponen las mujeres para no mandarte al carajo de una vez, no, ella parecía estar verdaderamente interesada en mi conversación y asentía a todo lo que le decía.
-Permítame presentarme, le digo
– Yo soy….
-José Félix González Cárdenas, te conozco bien. Me dice
Ahí si es verdad que se me subieron… los colores a la cara, más aún cuando en un gesto de coquetería cruza las piernas y observo el objeto de mis pesadillas, el lunar en forma de media luna, de inmediato comienzo a observarla detenidamente casi groseramente y le digo.
– Usted, me recuerda a alguien señorita…
-Amalia Rincones, para servirte.
Había pasado sin preámbulos a la intimidad del tuteo. Pasando un brazo sobre mis hombros acerca su rostro al mío y me besa largamente en los labios sin darme tiempo a reaccionar.
Las palabras huyeron, mi cerebro se bloqueó y mi compañero más fiel tuvo una erección en público y en el “Expreso a Cúa” que ni te cuento.
Al principio pensé que todas las personas del vagón me estaban viendo y se daban cuenta de mi situación, así que entre beso y beso volteaba la cabeza para todos lados, pero pude observar que cada quien andaba en lo suyo y comencé a responder como era debido a las caricias de Amalia Rincones.
Continuamos acariciándonos cada vez con más audacia y la excitación de ambos subía hasta niveles verdaderamente insoportables. Justo en el momento en que me disponía a apartarla, entramos en el túnel más largo de la vía. En ese momento sentí como se levantaba de su asiento y se montaba a horcajadas sobre mí, cuando recuperé el habla y pensé decirle algo, cubrió mi boca con su boca, repitiéndolo cada vez que intentaba hablar.
No sabía que tan largo era este túnel, por ello el miedo a ser descubierto en está posición tan comprometedora, aumentaba mi excitación hasta niveles dolorosos. La luz al final del túnel, tan deseada en otros escenarios, era motivo de infarto en este momento. El tren se acercaba a ella rápidamente, aumentado mi angustia por ser descubierto. Ya me veía preso de la policía moral del régimen y veía mi foto en el tabloide del gobierno con un gran titular, “preso inmoral pasajero, en el tren a los valles del Tuy, cuando realizaba actos contra las buenas costumbres en un vagón del mismo, con hermosa joven”.
La luz seguía acercándose, la angustia crecía, sudaba copiosamente y al borde del paroxismo la empujé fuertemente apartándola de mí justo en el momento en que salíamos del túnel.
La luz se hizo en todo el tren y si antes estuve a punto de morir de amor, esta vez casi muero de un infarto, porque en el vagón aparte de las otras personas que se montaron en la “Rinconada”, no había más nadie. Amalia Rincones había desaparecido y solo el rastro de su perfume continuaba a mi lado. Sentí un profundo mareo y comencé a sumergirme en un sueño cada vez más profundo.
El mismo escenario de los otros días rodea ahora el cementerio, la puesta en escena no ha variado salvo por los niveles de la pea del sepulturero y un entierro que se acerca lentamente, como retardando lo inevitable.
Sigo en este agujero, calculo que debo haber muerto el domingo, y con lo poco que recuerdo en el día a día debe ser jueves.
Muchas preguntas cruzan por mi mente. ¿Por qué nadie vino a mi entierro? ¿Por qué no ha comenzado el proceso de descomposición? Estas mujeres de los últimos días de mi vida ¿Quiénes eran? ¿Dónde están? ¿Por qué tuvieron que enterrarme con estos zapatos tan caros?
No hay respuestas a estas y otras interrogantes.
El cortejo fúnebre pasa ahora frente al borracho sepulturero, quien respetuosamente se quita el sombrero y grita sollozando.
– No somos nada.
Se manda un largo trago de la carterita y continúa cubriéndome de tierra y cemento.
Puedo ver a las personas que acompañan al entierro, la mayoría gente joven, con buenos trajes, hermosas mujeres. Noto algo extraño, que no logro precisar al principio.
El cortejo sigue pasando. El cura trae ahora un sombrero de estos de párrocos, redondo de ala ancha que creía en desuso y la sotana morada y blanca de los muertos. Su cara es la única que se acopla a las circunstancias. Seriamente hace su trabajo de tratar de convencer a los familiares y amigos del difunto, del buen negocio que es morirse, que al fin el susodicho ha salido del valle de lagrimas, que es la vida, para pasar al cielo, donde lo espera la eternidad que es una suerte de Kino Táchira, llena de miel, leche, pan y mujeres hermosas. El discurso es bueno pero nadie parece convencido.
Observo cada rostro y me sorprendo al descubrir que nadie llora, esto fue lo que me pareció extraño al principio. La gente parece más bien como aliviada, sus caras parecen las de los pasajeros de un vuelo con mucha turbulencia, que al fin aterriza sano y salvo.
Me pregunto ¿Quién será el difunto? ¿Por qué nadie llora?
Sigo oteando el cortejo y casi muero del susto, claro que esto es un decir por que hace días que lo estoy, al menos eso pienso en esta soledad.
Sigo observando rostros y la veo, llevaba un precioso vestido negro y blanco, ligero, como de seda. El viento hacía travesuras sobre su cuerpo y a cada rato tenía que sujetárselo a riesgo de dar un espectáculo en pleno entierro, espectáculo, seguramente hermoso, porque ya conocía aquel cuerpo maravillosamente formado, sabía de esas piernas interminables y de ese “derriere” de ascendencia africana que tanto nos gusta en estas latitudes.
Remataba su atuendo con un sombrero negro precioso de ala ancha y ocultaba sus ojos con unas gafas de sol.
No había lugar a dudas, era ella.
Alma, la desaparecida Alma se me mostraba allí después de tantos días de búsqueda.
El viento sigue jugando con su vestido, hasta que logra su cometido en un descuido y le levanta la falda, lo suficiente, para ver a la altura de la rodilla derecha un lunar en forma de media luna.
La sensación de ahogo hace que me siente en la cama de un salto, la cabeza me da vueltas, esta vez recuerdo casi todo el sueño hasta el hecho de estar en esa tumba desde hace días y al borracho que me cubre con tierra.
Miro el almanaque. En estos días ando perdido en el espacio y en el tiempo, con todos estos sueños de entierros y mujeres con lunares que toman “pernaud” que además quieren matarme de amor.
¿Lo habrán logrado?
¿Estoy muerto?
Es viernes, el gran día de la semana, que otrora me hacía levantar cantando, hoy no es más que una mancha en el almanaque. No entiendo que me sucede, no recuerdo sino vaguedades de la noche anterior, excepto la pesadilla de anoche.
Días atrás, estas cosas no me sobresaltaban demasiado, las tomaba con cierto estoicismo, pero la cosa se había complicado. Sin embargo, me digo en alta voz.
– Al mal tiempo buena cara.
Me levanto violentamente de la cama.
Como todos los días monto la greca y tomo un largo baño, hasta que el olor del café me saca rápidamente de la ducha.
Me visto sin prisas, hoy es día de informalidad en la oficina, así que todos nos ponemos las ropas de marca más caras que tenemos, para impresionar a los amigos, que hacen lo mismo. Por mi parte decido ponerme los Clark nuevos que no he estrenado y una franela groseramente cara con el famoso caimancito verde comprada en mi último viaje a Margarita.
Al entrar en la oficina todo está revuelto, los viernes son especiales, todos mandan, nadie obedece y esa sonrisa de foto en los rostros, la mayoría haciendo planes de fin de semana excepto el Gerente General, que parece no tener familia y está casado con el trabajo.
Abro la puerta de mi despacho y a no ser por que estaba aún agarrado del pomo, la caída hubiese sido de pronóstico y no era para menos. Sentada en mi sillón, más hermosa que nunca, estaba, la que ahora en la soledad de este agujero se me antoja como la causante de todo este desvarío.
Alma. Estaba allí como si nunca se hubiese ido, de pierna cruzada mostrando sin recato parte de sus muslos, hermosos y firmes y el lunar en forma de media luna en su rodilla, reconozco en ella a la chica de la foto.
Balbuceando las palabras logré preguntarle donde había estado, ella solo sonreía ante cada pregunta. Su rostro reflejaba una extraordinaria serenidad.
Levantándose lentamente me toma del brazo y me dice.
– Acompáñame, he venido a buscarte.
Ni por un momento sopesé la posibilidad de negarme, era mi madre llevándome al colegio, era mi Ángel de la guarda, era aquel abrazo que me distes, en fin una sensación de seguridad inexplicable se apoderó de mí.
Mudo y autómata le acompañaba hasta la salida. Sentía las palabras de mis compañeros como desde otra habitación, solo murmullos. Si pude notar en algunos, caras de sorpresa y hasta de angustia, sobre todo mi secretaria que logró agarrarme por un brazo y preguntarme.
– ¿Que le pasa jefe, para donde va?
Así como nadie había notado su ausencia, tampoco su presencia era percibida y solo caras de asombro acompañaban mi extraña salida
No sé si le contesté, pero ya estamos en la calle y no se explicar como. No recuerdo haber usado el ascensor.
La claridad del día y el ruido de los carros me dejan encandilado y mareado. Pierdo el conocimiento y junto a ella me sumerjo en un túnel cada vez más oscuro y profundo.
No tengo miedo, sólo curiosidad por saber hacia donde voy, sin embargo no quiero preguntar.
Veo a todas las mujeres de la semana, tomando pernaud y mostrándome su lunar en forma de media luna, Alma se une a ellas y hace lo mismo y luego todas se aglutinan en una, que me lleva de la mano y que ya no conozco.
Veo destellos de mi vida por todas partes, capítulos enteros enterrados en lo más profundo del subconsciente afloran nítidos y veloces en esta película cuyo protagonista soy yo, escenas de hoy y de ayer, personas vivas y muertas giran conmigo en este collage.
Veo a mi padre muerto y sé por su rostro, que ni la muerte lo ha enseñado a quererme, pasa veloz en cámara rápida y me mira sin sorpresa.
En un rincón aquella niña suicida con la que baile una tarde, saluda y me guiña un ojo. Se le ve más alegre esta vez.
Todos los perros que tuve y que se fueron tratan de lamerme mientras giro.
Bajo dando vueltas y más vueltas por este túnel sin final aparente.
Por un instante creo ver a mi ex esposa, está cargando a uno de nuestros hijos y llora por mi, no se si aún me espera.
En ese instante lo comprendí todo y dejo de dar vuelta en el túnel para nuevamente encontrarme en esta tumba, con mis zapatos nuevos y ahora también con la “chemise” del caimancito.
El borracho yace vencido encima de la placa de cemento y el cura se ha ido con sus letanías a otra parte.
Alma se despide mostrándome su lunar y brindando al viento con pernaud on ice.
Ahora si estoy solo en este cementerio, por momentos el miedo se apodera de mi, presiento lo inevitable.
Los dos zamuros vuelan en círculo cada vez más amplios y cada vez más altos, hasta perderse fundidos como dos puntos oscuros en el cielo de abril.
Abrigo la esperanza de despertarme como todos los días sudoroso y angustiado, tratando de recordar esta pesadilla, mientras me preparo el café en la vieja greca antes de tomar mi ducha.

PS: No fue el domingo, fue el viernes.

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