En casa del Herrero

Pepe estaba bajando por la calle húmeda y mojada; había estado toda la noche lloviendo, hacia bastante frío. Las montañas se veían poco por la niebla, y casi seguro sería así todo aquel día.

Vicente no había sacado su rebaño de ovejas y cabras, pues decía que las hierbas mojadas perjudicaban a sus animales causándoles problemas digestivos. Eso es lo que decía.

Pepe es Herrero desde siempre, lo aprendió de sus antepasados, y su biznieto Juan estaba aprendiendo el oficio, ya tenía bastante técnica, pero siempre decía que estaba aprendiendo,

El hijo mayor de Juan decidió estudiar Historia o Periodismo porqué quería ser funcionario o trabajar en el ayuntamiento del pueblo para escribir las crónicas de lo que por allí sucediese. Al parecer se le daban bien estas cosas de contar historias.

Pepe todavía trabajaba en la herrería, su hijo Paco lo ayudaba en lo que podía, pues resulta que tenía la espalda algo fastidiada.

El viejo Herrero, muchas veces, en su casa o bajo un árbol, se aplicaba en una afición, que según decía lo relajaba y despejaba bastante: primero cogía un palo y con una navaja le daba forma, construía utensilios domésticos, sus favoritos eran los cuchillos, los hacía de muchas formas y tamaños, los hacia para adornar, los cuchillos que sacaba de un simple palo de madera eran toda una especie de juego de magia para sus tataranietos y otros niños del pueblo.

Vicente, el hermano mayor de Pepe, estaba casado con Leonor, esta buena mujer tenía un sobrino- nieto que vivía en la capital y se llamaba Leopoldo, Estudiaba la carrera de Periodismo con su novia Nieves, una chica, que ella decía de sí misma “muy poco urbanita”. Lo decía con una gratificante sonrisa en su redondeada cara.

Resulta, que Nieves y Leopoldo debían hacer un trabajo para la Facultad sobre costumbres, acontecimientos y anécdotas en las zonas rurales, y habían querido tomarse un Fin de Semana para salir de la ciudad y visitar a Tía Leonor. Y aprovechar para documentarse lo suficiente y de vuelta a la ciudad poder hacer ese trabajo.

Nieves era muy aficionada a coleccionar y anotar refranes y frases populares. Y aquel viernes por la noche conoció en persona a Pepe.
El Viejo herrero le dijo que al día siguiente la llevaría a la Herrería para enseñarle algunas de las piezas que realizaba con la forja. Moldeando el hierro, sacando figuras para decorar barandas y otras estructuras de hierro.
La joven se sentó junto al fuego con su cuaderno de notas y preguntó a Pepe que le dijese refranes y frases populares de la zona. Entonces Pepe tomó un sorbo de manzanilla, y mientras trabajaba un palo que tenía por la casa para esculpir casi seguro un cuchillo o algún otro utensilio de cocina empezó a decirle refranes y frases de la zona, a lo que Leonor con mucho entusiasmo iba tomando notas en su cuaderno.

Al cabo de una hora y medía Nieves salía de casa de Pepe, la temperatura en la calle era baja, y se mezclaba con el olor a leña quemada. Por allí cerca, en el campo se podía oír algún búho o ave nocturna lanzar su canto cada pocos minutos. El cielo estaba repleto de estrellas, recordándonos algo, la luna llena tardaría algunas semanas en volver a pasar por allí y quedarse unas horas.

Leopoldo se encontró con Nieves en una de las calles silenciosas, ambos se abrazaron, se besaron y cogiéndose el uno de la otra caminaron en dirección a casa de Vicente, allí cenarían y pasarían la noche.

Por la mañana temprano al levantarse no escucharon los coches de su ciudad tocando el claxon para no llegar tarde a donde fuese. Ese tipo de rugido urbano fue substituido de inmediato por un gallo cantarín que vivía en un gallinero, en la casa de al lado, que precisamente toda la barandilla de la puerta exterior era obra de Pepe el Herrero, que a ratos libres hacía con un palo, cuchillos y otros utensilios domésticos.

Vicente les propuso una salida al campo pero en compañía del rebaño, a lo que la pareja aceptó sin duda alguna. Vicente y su sobrino Andrés eran muy aficionados a los concursos de perros pastores, habían ganado varios certámenes.

Llegado el día de regresar a la ciudad, Nieves y Leopoldo se levantaron bien temprano y nada más salir de su habitación se encontraron con Leonor que después de darles los buenos días dijo “… hacéis bien en madrugar, alguien muy lejano y a la vez cercano os ayudará, pues eso hace a quien madruga”.

Al entrar en la cocina comedor, se encontraron con Vicente que estaba leyendo un libro sagrado o santo, junto a él en la mesa tenía una baraja de cartas del Tarot sobre un tapete. Al entrar la pareja dejó la lectura de uno de los Salmos, y en aquel momento Nieves saludó a Vicente y éste después de devolver el Saludo añadió: “Saludar es dar o desear Salud”.

Y poco después, hacia la media mañana, la pareja regresó a su lugar de residencia, sin olvidar las notas recogidas, ni el cuaderno donde estaban anotados los refranes y frases populares de aquella zona de la montaña con niebla.

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