Hay en toda persona culta una especie de cariño hacia la sociedad; una especie de recogimiento personalizado que se acomoda a través de los personajes a los que va dando idiosincrasias en base a sus pluriformes formas y maneras de escribir. Hay en cada escritor y en cada escritora esa especie de cultura donde el dominio de los caracteres individuales y las formas y maneras de ser de todos sus personajes hacen deslindar, sin artificio alguno, lo que pervive de bueno en la sociedad al contrastarlo con lo que subvive de malo en la sociedad. Esa dicotomía es clave esencial para poder entender e interpretar a esa persona culta que escribe sus historias a través de unos valores humanos que, gracias a Dios, no se han extinguido a lo largo y a lo ancho de la Historia. Y el escritor los recoge, amolda sus historias a dichos valores humanos e ilustra las diversas visiones que existen en el mundo a través de su propio arte a veces imaginativo y a veces realista; a veces idealizado y a veces verdadero. Esa mezcla de lo positivo que existe en los humanos con valores y de lo negativo que existe en los humanos sin valores podemos decir que es la síntesis de toda literatura creativa.
Una historia puede ser buena o puede ser mala sólo en el grado de comunicación que el autor o la autora ha impuesto dentro de su argumento y esa es la razón por la cual un escritor culto o una escritora culta transmite un concierto de sentimientos en el lector y en la lectora que les lleva a la lágrima, a la meditación, a la sonrisa, a la risa… a cualquier manifestación humana que pueda ser traducible en nuestra convivencia diaria. Si un escritor o una escritora no consigue eso podrá ser excelente pero no genial. Porque la genialidad no depende de que la exposición argumental sea impoluta sino de que la exposición argumental desate sentimientos en quien lee.
He conocido grandes escritores que escriben con una limpieza gramatical tan excelente que te deja anonadado, pero a la hora de transmitir -y hay que reconocer que toda la Literatura es, ante todo comunicación- deja completamente frío e inalterado a la inmensa mayoría de la población que le lee o le analiza. Toda Literatura es, a un mismo tiempo, una comunicación social y una comunicación interpersonal. Si esto no lo consigues transmitir a los receptores es que el emisor (escritor o escritora) está demasiado lejos de la sociedad, está fuera de la sociedad, está por encima de la sociedad, está elevado a una categoría de ser superior que, en sí mismo, no deja de ser una ególatra expresión de su propio yo sin tener nunca en cuenta el yo de los demás.
No merece la pena escribir un producto literario si no conmueve de alguna manera (lágrima, reflexión, sonrisa o risa por ejemplo) a los lectores y a las lectoras o, por lo menos, a una parte importante de quienes leen dicho producto. No hay peor fracaso que escribir para tu propia gloria y haber llegado a lo más alto de la Literatura pero sin haber despertado los instintos naturales de ningún ser humano. Si al menos logras que un porcentaje de tus lectores y/o lectoras manifiesten alguna sensación ante lo que están leyendo es que vale la pena lo que estás creando alrededor de todos ellos: una serie de espejos vitales donde cada uno o cada una de quienes leen pueden mirarse para sentirse identificados o no identificados pero siempre interesados en saber lo que dichos espejos reflejan.
De hecho, toda escritura literaria debe contener, al menos, un ingrediente (mucho mejor cuantos más ingredientes contenga) de interés, de atracción, de emotivo o emocionante para quien está leyendo. Eso se logra cuando tus lectores llegan hasta el final del libro y se capacitan, por todos los ingredientes que les has ofrecido, en la labor de hacer una crítica sobre lo que han leído. Algunos creen que eso es muy difícil de conseguir. Quizás porque no se han parado, ni tan sólo un momento, a ver lo que reflejan los espejos de sus vidas. Cuando consigues que eso se produzca no te importan ni que te elogien, ni que te premien ni que te introduzcan en los grandes círculos literarios porque te basta y te sobra con saber que has logrado introducir un sentimiento (al menos un sentimiento) en el lector o en la lectora. Y ese es el mejor elogio, el supremo premio y la gran manera de entrar en este mundo llamado Literatura.
Lejos del mundanal laberinto
Inventado por los poderosos
Tenemos ese instinto
En que somos algo distinto
Razonando en los reposos
Tan raudos y silenciosos
Una vez que hemos previsto
Razones en los misteriosos
Andares por este recinto.