Os estoy escribiendo desde aquí, desde mi habitación, sentado ante el teclado blanco y dejando olvidar mis recuerdos para entrar en el punto “cero” a lo Vorem. Estoy pensando en las largas travesías por algunos de estos laberínticos caminos (hoy embarrados) de la urbanización Los Valientes. A muchos kilómetros de distancia quizás… tal vez… haya ahora algún ser humano (hombre o mujer) que esté, en esta misma hora, escribiendo un texto por los ejes invisibles de este proceso llamado informatización. Un imaginario canal televisivo anuncia: “!Atención!. !Informamos a todo el mundo que ahora, a los tantos segundos de este mismo minuto, dos mensajes se han cruzado para llegar a un mismo destino. Desde un lado a otro del planeta los seres humanos somos y existimos!”. Y un haz invisible de color atmósfera nos invita a una cita común de ideas. Vorem.
Fuera de mi habitación está diluviando; cae, ahora mismo, una tremenda tromba de agua en forma de granizada. A muchos kilómetros de distancia quizás… tal vez… otro voremio u otra voremia está, ahora mismo, emitiendo su mensaje bajo los calientes rayos de un sol abrasador. Toby se acurruca a mi lado. Liliana está sentada al otro lado del común escritorio totalmente entregada a la ardua tarea de redactar un texto sobre “Conciencia de Género”. La han invitado a dar una charla a mujeres inmigrantes. Miguel acaba de llamar diciendo que se va a retrasar un poco para la hora del almuerzo. La ancianita que vive en la casa de al lado golpea en el cristal de la ventana para saludarnos. Levanto la vista del teclado. La vecina me dirije una sonrisa y la saludo con otra sonrisa yo. Después huye hacia su hogar con el paraguas completamente vuelto del revés. Toby levanta sus orejas y acerca el hocico a las teclas de la computadora como queriendo leer lo que yo escribo. !Guau!. Suelta un guau apacible y sereno.
La hora del reloj se desgaja en minutos con sustancias de corazón de tictac. Liliana ha traído esta mañana una planta del jardín que huele a madreselva. Recuerdo la selva del Amazonas y la tribu de los záparo (… aquel día, a muchos miles de kilómetros de aquí, olía de la misma manera…). Comienza un sapo a croar y le contesta otro. Son los cantautores del charco. Quizás una pareja de sapos (macho él hembra ella) que están reclamándose amores. Toby desliza su blanco y pequeño cuerpo hacia el suelo, busca su pelota y me la trae. Quiere jugar. Espera un poco Toby, sólo un poco nada más.
Liliana deja, por un momento, de escribir su texto. ¿Te apetece un poco de café, cariño?. Le doy un beso en la boca. Sí, amor. Ya sabes que yo sin café soy marinero sin mar. Va a la cocina y comienza a preparar café. Huele hasta aquí el aroma del café La Brasileña. Ha encendido el transistor. Radio Clásica de Radio Nacional de España está emitiendo una sobrecogedora pieza de piano del compositor austriaco Franz Schubert. Es un lieder de inspiración espontánea y profunda (El rey de los elfos). Cierro los ojos. Dejo de escribir. Pongo mis manos sobre el teclado. Relajo mi mente y me pierdo en el olvido mientras escucho el sobrecogedor sonido de las teclas del piano. Y de pronto (aprendí a escribir a máquina por el famoso “método ciego”) mis manos comienzan a escribir sin apenas darme cuenta.
Transcribo a la computadora lo que surge de mi subconsciente: “Yo interno estoy dispuesto ya a que la luz brille en los ojos de todas las gotas de agua. Yo interno abro el corazón de todo lo acuático. Yo interno, a través del tiempo, regreso al origen de mi especie y me hundo… hundo… hundo… en el mar de las ideas”.
Asustado porque no sé bien qué es lo que he escrito abro los ojos. Las notas de El rey de los elfos han llegado a su final. Pienso en Viena. En una tarde paseando por las orillas del Danubio acompañado por mi padre. Sueño a mi padre fumando un cigarrillo mientras me anima a seguir adelante. Comienza Radio Clásica de Radio Nacional de España a emitir un concierto de laúd de un compositor inglés del siglo XVI. Han dicho su nombre. No sé quien es. Estoy otra vez en otros mundos. Me parece haber oído Bachelard o algo parecido. Me equivoco. Me confundo. Estoy pensando en el poeta francés Gastón Bachelard. Sí. El del imaginario poético titulado “El agua y los sueños”. Es que aquí, ahora, cae mucha agua sobre el jardín y caen muchos sueños sobre mi alma.
Pongo de nuevo las manos sobre el teclado (otra vez el “método ciego” y el punto “cero” del Vorem). Transcribo mientras suenan las 7, 13 o 21 cuerdas del laúd: “Me voy. Me voy a las lejanas latitudes del larigot. ¿Larigot?. Sí. Larigot. La flauta pastoril de las ninfas amatorias”. Vuelvo. Resulta que la pieza era de Charles Mouton. ¿Porqué había yo pensado en Bachelard?. Será porque el imaginario poético me ha anegado de espuma blanca. Miro el teclado blanco. Miro el cuerpo blanco de Toby. Voy soltando lentamente los dedos… lentamente… lentamente… hasta desprenderme definitivamente de la computadora.
(((Liliana me trae la taza de café y respiro lentamente… lentamente… mientras sorbo el primer trago))).
Creo que has conectado con tu subconsciente a través del teclado del ordenador. En realidad no es tan difícil, es igual que la escritura automática a mano, que ya practicaban en siglos pasados. Te puede enseñar algo en cuanto a tí mismo y a los demás. Si te interesa el tema, no hay peligro en que lo sigas.
No conozco a Charles Mouton, en estos momentos ando muy atareada buscando cosas de Gianoncelli. No parece haber editada mucha música suya, al menos no es fácil dar con ella.
En Viene estuve en un concierto de música del Renacimiento en la única iglesia (del siglo X u XI) que les quedó después de que los vieneses prendiesen fuego a Viena DOS VECES para impedir la invasión de los turcos. Lo que no les valió de nada. Maravilloso concierto, a pesar de lo incómodo de los bancos de madera de la iglesia. Ésta está cerca de San Esteban, no sé más porque me llevaron unos amigos, pero no debe ser difícil de encontrar.
Dale, por favor, un achuchón a Toby de mi parte.
James Joyce, en “Retrato del artista adolescente”, habla de momentos de revelación, “epifanías”, en los que la verdad se revela de una forma clara.
Este punto tuyo “cero” a lo vorem tiene mucho de jamesjoiciano. Es un momento de verdad absolutamente palpable, audible, visualizable, olfateable, saboreable… umm, ¡café! ¡Voy a por uno yo también!.
!Venga ese café, amigo Only!. !Te acompañó en la distancia con muchísismo gusto!. Y que no se nos acaben las “epifanías jamesjoycianas”.