Lo elegíaco de los cantos amorosos son como recordatorios yuxtapuestos entre los coloquios que mantenemos con la luna. Las diversas lunas inmutables de las atmósferas terrestres iluminan nuestrras persistencias poéticas para evocar estos modos de cantar consecutivamente a los amores y desamores que dejamos en este nuestro pasar por la vida. Son las lunas mudas y silenciosas pero siempre presentes en nuestros cantos nostálgicos.
Con los cantos del amor y de desamor pasa algo interesante: que nos dejan construcciones sentimentales que nos unen a la conciencia universal de todos los integradores de la poesía. Y nos hacemos hombres y mujeres restrospectivos con una memoria viva a través de los versos hilvanados con nuestras realidades y nuestros sueños sentimentales.
En estos casos de recuerdos idílicos, realidades y sueños son la misma cosa. Soñamos siempre cantando a las fuentes amorosas idelizadas a través de realidades concretas pero llenas de metáforas. Cantamos al placer de amar y al dolor de amar y seguimos siendo siempre conclusivos en las maneras diversas y diferentes en que cada uno de nosotros y nosotras describimos, po ejemplo, un beso… o, por ejemplo, una caricia… o, por ejemplo, un acto sexual…
El caso es que damos poemas a la tierrra para que germinen con el paso de la primavera… muchos poemas diversos…y como dejó escrito el célebre poeta italiano Giacomo Leopardi: “Né tu finor giammai quel che tu stessa inspirasti alcun tempo al mi pensiero”. Que quiere decir, en español: “Ni hasta ahora jamás lo que tu misma inspiraste a mi mente en otro tiempo”.
Y nos inspiramos, bajo la luna, al lado de una fuente gorgorita que suelta sus perlas acuíferas hacia nuestros rostros de poetas y poetisas bañados por la luz de la noche…