Entre Storgozia y la Gran Vía

Haciendo limpieza vuelvo a encontrarme con mi cuaderno rojo. Lo traje en un arrebato melancólico de mi último viaje a los Balcanes, seis años atrás. Poemas patrióticos por expresa petición de Altunova, mi profesora de primaria, que tanta gracia me hacen hoy, como amor infundido a ritmo de himno por Levski y Botev me impulsaba entonces.
Cartas a mi madre, que ya había emigrado. Preocupaciones de mayores, enmarcadas en la ignorancia de verdades amargas inesperadas, son hoy rabietas de niña plasmadas en el amarillo. Odas a la primavera, tan esperada después de las heladas de febrero, sus trineos y el frío que pellizcaba las mejillas. Dibujos de Galanthus y Crocus, flores que nunca llegué a ver en la serranía madrileña, quedaron en mis primeros once marzos. En fin, pequeños pedazos de infancia.

Hoy, algo mayor, con aparente desarraigo, tan occidentalizada y tan ciudadana del mundo, veo mis pies sujetos por la necesidad vital de sentir algún lugar como propio. Tarde. No llegué suficientemente pequeña para ser de aquí, ni me fui demasiado crecida para ser de allí.
Habiéndome sumido en la interculturalidad y vanguardia de mi querido Madrid, que tan libre me hacía sentir, me encuentro hoy perdida entre fronteras, exiliada a ninguna parte, sedienta de un poco de folclore, de comidas familiares en el pueblo de la abuela Valentina, y de burocracia benevolente por ser de aquí. O de allí.
Viendo a tantos recién llegados, sedientos de riqueza, dispuestos a vender reliquias originales por integración forzosa, no me atrevo a pararles y advertirles que es más difícil mantener la primera lengua, que aprender una nueva (pobre de mí, que ahora utilizo el diccionario a la inversa). Cómo quitarles de la cabeza la infantil vergüenza por venir de un lugar que sencillamente no tuvo suerte.
Raíces. Tan infravaloradas y tan culpadas cuando vemos que la casa del vecino es tres pisos más alta. Tan añoradas cuando no las vislumbramos desde lo alto.

A los amigos de aquí, que hicieron un lugar acogedor de lo desconocido.
A los amigos de allí, más valientes por quedarse, que yo por irme, que nunca cerraron las puertas.

2 comentarios sobre “Entre Storgozia y la Gran Vía”

  1. Interesante interpretación de las raíces nativas y de las raíces posteriores. Conmigo curre algo parecido, que soy una síntesis de varias regionalidades y transculturas asimiladas a través de las vivencias viajera. Al final eres de todas partes y ninguna de ellas llega a ser la más verdadera. Quizás sea cierto que no hay forntera alguna y que las barreras sólo han sido impuestaspor el devenir histórico de los errores humanos. Entre Stogorzia y la Grean Vía de tu existencia hay todo un mundo de reflexiones que acertadamente expresas. Hay qu releer tu texto y sacar múltiples conclusiones que en un breve comentario son imposibles de expresar. Exiliados de ninguna parte y pertenecientes a una identidad propia inasible, quienes tenemos raíces diversas sabemos de lo que estás sintinedo. Un brazo vorémico.

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