Era como una canción lejana.

Eras como una canción lejana rebotando continuamente en mi conciencia. Una especie de arma letal donde cada uno de sus disparos me atravesaba la razón y, en medio de todo aquel sinsentido mundo, el punto y aparte nunca dejabas de ser tú. Siempre tenía que seguir escribiendo un párrafo más que los demás en cada carta y así se hacía infinita la presencia de mi escritura en forma de delirio y de vida invertebrada; porque cada uno de mis verbos se partía en infinitas partículas de vida; coimo un laberinto de espejos en cada uno de los cuales había un yo distinto, un yo diferente, un yo pluriforme que formaba un puzzle de silencios y, en medio de aquel mundo de presencias recónditas y hundidas en el profundo sueño de la noche siempre inacabada, yo me construía y me deconstruía cada vez que nacía el alba.

Hoy es diferente a ayer y mañana será distinto a hoy y, sin embargo, nunca dejaba de ser la única persona de mí mismo, el único personaje de mi historia repetida una y otra vez, hasta lo casi imposible, como una costumbre ya irremediablemente a superar. El listón estaba muy alto, pero en ningún momento, sin embargo, traicioné jamás a tu recuerdo y en cada milímetro de mi cuerpo se encontraba un encendido poema. ¿Por qué luchaba yo tan continuamente?. Por tu propia utopía convertida en una búsqueda sin renuncia. Hoy estabas a escasos centímetros de mí, al lado de la mesa de trabajo; hoy estabas a escasos centímetros de mí, sentada junto a mí en el verde césped germinado por la esperanza; hoy estabas a escasos centímetros de mí, al otro lado de la guitarra depositada sobre la fina arena de la playa; hoy estabas a escasos centímetros de mí, en el asiento de un autobús o jugando un partido de tenis… o en cualquier otro lugar… pero siemrpe te llevaba en el centro de mi corazón por todas las calles de la ciudad.

Más allá de todos los límites imposibles siempre existía la única posibilidad de sentirte a través de mis letras encadenadas al recuerdo y en cada mirada de mujer estaba ese tu mirar silencioso al otro lado de la mesa de trabajo, al otro lado del parque, al otro lado de la playa, al otro lado del autobús, al otro lado de la pista, al otro lado de cualquier lugar; como si de un interminable partido de tenis nos marcara el final sin límites, con una distancia tan escasa que la convertía en mis sueños en un sólo segundo antes de despertar. Y escribía poemas imaginarios en el cuerpo de las mujeres imaginarias y, sin embargo, todo el conjunto de ellas eran poesías para ti.

Jamás seré como él y jamás le pediré perdón por no ser como él, ni tan siquiera como la sombra de él; pues yo era tan distinto que a la hora de ganar o de perder tan sólo tenía que escribir una sola palabra llamada Fe. Y vencí su prepotencia elevándome a la enésima potencia de mí mismo. Así fue cómo conseguí tu beso y aquel momento ya irrenunciable de ser tu compañía eterna.

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