Era un niño que soñaba…

La sombra invade hoy mi memoria. Intento recordar a una criatura de 9 años de edad que está escribiendo redacciones escolares en el humilde colegio de enseñanza pública Lope de Rueda de Madrid. Intento recordar lo que escribe ese niño pero no puedo. La niebla del presente me lo impide. Sólo recuerdo algunas frases sueltas y algún inicio de poemillas. Pero yo quisiera recordar todas las redacciones completas; aquellas redacciones que tanto encandilaban al maestro Don Florencio que él las guardaba en el cajón de su mesa y se las llevaba luego a su domicilio

Sólo recuerdo al niño escribiendo sobre un pupitre de madera y soñando con las tardes pardas y grises con monotonías tras los croistales, de Azorín, o con las golondrinas que, según Gustavo Adolfo Bécquer aprendieron nuestros noombres pero ya nunca volverán.

– Sige escribienio pequeño, sigue… y no pares… porque sé que algún día el caballo de cartón que montas ahora se convertira en un bello alazán de verdad.
– Si Don Florencio. Y a ese caballo alazán de verdad yo le llamaré Pegaso.
– ¿Quieres jugar al mus, Diesel?.
– !Claro que sí Alfonso!.

Ya se montó de nuevo la timba en “Doña^Parranda”.

Mal. Estoy jugando hoy muy mal al mus….

– !Vamos Diesel!. !Que estás cometiendo fallos garrafales!. !Pareces un verdadero novato!.
– Perdona… Alfonso… lo sé…

Y pido a otro de los contertulios que ocupe mi lugtar en el juego del mus mientras me retiro a una mesa del bar a tomar un café solo con unas gotas de coñac…

Lo que no puedo recordar, por más que lo intento, es saber qué escribía aquel niño de 9 años de edad, de pelo castaño-ruibio y ojos verdes. Si alguien lo podría savber es mi querido maestro don Florencioo… pero ya hace años que murió y si las redacciones y poemas estaban todavía en la mesa de su cuarto de estudio sus familiares herederos las hhabrán arrojado, seguramente, al fuego…

Era un niño que soñaba sobre un caballo de cartón mientras escxribía sobre un pupitre de madera y pensaba en las tardes pardas y frías de Azorín y en las golondrinas de Bécquer. Sí. Aquellas goiondrinas que se aprendieron nuestros nombres pero que ya nunca más volverán.

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