Eres nívea, como esa paloma que, levemente, aletea su etérea presencia en mispensamientos hasta hacer que la brisa del alba recoja sus pétalos en mis emociones. Y eres fresca como la fuente gorgorita que encumbra sus perlíferas emanaciones en el interior de mi conciencia. Eres suave y, a la vez, tormentosa borrasca de pasiones enardecidas bajo el perfume de los rododendros. Eres frágil pero duradera como el arado acuchillante de las presencias sutiles y diáfanas. En las noches anaranjadas de todos mis insomnios eres firme y también una flexible concurrencia de legendarias ilusiones te rubrican como un sello de imprecedera prontitud. Llegas silenciosa hasta que irrumpes, abrumadora, con tus estallidos oleajes de púrpuras violetas. Y entonces solo me queda, en medio de las nacarinas musas de la solemne fastuidad, empezar a escribir: “Érase una vez…”.