Espejo de Estrellas

La playa negra acariciaba la planta de mis pies marchitos. El mar, encierro de misterios, volvía a hablarme como lo hacía con el hombre en tiempos ancestrales. Las pequeñas luciérnagas, titilaban a mi paso, demostrándome como la vida, por dónde debía caminar. No había estrellas fugaces, ni fogatas, ni tesoros escondidos descubiertos bajo tenues luces de lámparas de queroseno. Solo estábamos la oscuridad y yo, tertuliando en silencio con la playa de mi corazón. Las luciérnagas mágicamente me abrían paso a una transición, un portal. Mis ojos vidriosos y ajados, brillaban como queriendo entregarse. Mi piel, oxidada por la vida salina y por la ausencia de mi amada, se entregaba a las sensaciones astrales que ofrecía aquella noche.

Me acerqué al mar, le susurré como lo hacía su marea conmigo y una luciérnaga, capturó mi mirada mustia. El inmenso océano me señalaba ya un comienzo a otra aventura, la vía láctea con su asombrosa vanidad se reflejaba imponente en el espejo inquieto que, con mis pies jugueteaba. De pronto, todo lo que siempre había estado frente a mí, acompañándome en cada año de mi vida, cambió. Frente a mis ojos se desplegaba un jardín muerto de constelaciones y colores, magia. Mis fuerzas despojaban mi cuerpo, lentamente, el aire se retiraba sin yo dar lucha y fue dejando de hacerme falta, me sentí cansado. Incrustadas en la arena nocturna, como portones al abismo de Poseidón, había grandes rocas, en las que tomé asiento sin temor. Ante el espectáculo sobrenatural, mi cuerpo se abrió. Al sentir plenitud, quise volar, mas escogí seguir el ritmo de la marea y caminar hacia el espejo infinito, busqué a mi amada con mis lágrimas, seguí a las sirenas y me marché con el alma del mar hacia las alturas, a buscar mi estrella, con quien tanto esperé volver a estar.

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