Lunes, 11 de marzo de 2013. En el avión de Iberia, vuelo directo Madrid-Quito, me encuentro a un amigo que ha escrito: “Desde hace más de 20 años vengo cruzando el Atlántico varias veces al año. En mi condición de profesor voy con el ánimo de enseñar, pero acabo siempre aprendiendo. De eso trata la vida”.
Es Gabriel Real Ferrer y continúa: “No importa las veces que lo haya hecho, en cada ocasión en la que he emprendido una nueva travesía aeronáutica siento la misma emoción. Subir, flotar, navegar, volar y llegar a la otra orilla. Suelo pedir ventanilla para mirar a través de ella, aunque sea en la noche, Me ensimismo y la imaginación se adueña de la realidad, volar abre la puerta a los sueños”. Es lo mismo que me sucede a mí. Así que sigo leyendo.
“Dependiendo a la hora que salgamos y de la ruta que hagamos, pues no es lo mismo tomar el rumbo al sur que nos lleva al Sahara que lanzarse sin más al oeste y sobrevolar Lisboa, el trayecto me ofrece algunas horas de una vista extraordinaria del océano, su azul profundo y en apariencia tranquilo en el que, de tanto en tanto, podemos ver las estelas que dejan los barcos que lo transitan, algunas de ellas minúsculas, apenas perceptibles, Al ver algunas de esas pequeñas cicatrices blancas pienso para mí: un velero, seguro. Y la fantasía me lleva hasta su cubierta. ¿Quién estará a bordo? ¿Qué historias podrán contar sobre su aventura? ¿Me estarán mirando?” Yo muchas veces, desde algún rincón del planeta Tierra, desde la tierra misma, he mirado pasar aviones por el cielo mientras quizás alguien está mirándome a través de su ventanilla. Hasta puedo ser que yo mismo me miro a mí mismo desde arriba hacia abajo, por ver mi verdadera dimensión, la verdadera dimension de un ser humano vista desde el cielo. Pero sigo leyendo.
“Tras la ventanilla del avión, surcando el cielo, es el momento para volver a sentir, y por el momento, mi más querido sueño que es hacer esta misma travesia en un velero. Surcar el Atlántico siguiendo el camino de tantos otros que unieron ambas orillas gracias a dos fuerzas irresistibles: el viento y la voluntad. Bastante batallado el Mediterráneo, mi tardía afición por la vela me plantea este reto. Debo navegar esas aguas, enfrentarme a la bitácora, alzar la vista al cielo para ver los aviones en los que, seguramente, algún pasajero se habrá puesto a soñar. ¿Cuánto me gusta estar aquí arriba y cuanto me gustaría estar allí abajo? Somos pura contradicción. O quizás no”.
No. No somos ninguna contradicción sino pluriformes cantidades de perplejidades, Yo estoy aquí arriba y solamente busco una aventura y ser parte viva de una aventura porque creo en las imaginaciones cuando sabes soñar. Por eso, estando arriba como ahora estoy, puedo estar en un bergantín, mezclado entre piratas del siglo XVII e intentando solucionar el problema de Eva y su disyuntiva junto a Adán. Tal vez lo consiga. Tal vez consiga, estando arriba, poder situarme en el verdadero bergantín y seguir soñando mi aventura con ella. Hasta es posible que lo esté viviendo de verdad, amigo Gabriel, desde la tierra y en medio de un Jardín lleno de Sueños y hasta es probable que siga soñando desde arriba observando los barcos que navegan por el mar. Creo que es posible transformar el mundo. Creo que una manera sentimental de escapar de la rutina es poder ser Adán abrazando a Eva…
Tal vez.
Mi abuela materna: Abrázala sin miedo y no te caerás jamás. Vuela, vuela, vuela con tu imaginación. Es una realidad lo que sueñas.
Okey, abuelita. Sé que lo que Sueño es Verdad. Por eso creo en las Promesas de Jesucristo. El 16-18 por ejemplo entre otros Grandes Sueños. Quienes no crean en ellos es problema de ellos y no mío.