Era así, de esa forma intensamente huidiza, como si jamás deseara que vieran sus ojos. Había guardado millones de gotas de rocío en uno de sus frascos y ansiaba el silencio. Hoy, desde la distancia de su ceguera, procuraba no pensar haciendo que la realidad fuera como una nube. Alguien había roto el cristal de su ventana. Alguien difundía prosas sobre sus jardines. Alguien equivocaba el rumbo de sus pasos en el jardín secreto de su ahora. No prendía nada, porque en la sencillez de su ausencia, todo parecía suscitar un velo de silencio.
Mientras saciamos nuestras miradas con la vanidad, con el sin sentido de la esperanza, con las demostraciones de un mundo vacío. Su mirada nada se pregunta y somos,más que nunca, testigos de una desolación permitida. Las diosas de la vanidad se pasean por las cárceles de plata y cobran por sus pisadas en el suelo. Los elegidos a dedo por la abundancia cierran sus tratados en favor de las rosas y las vajillas de oro. Caeen unas pocas migajas sobre las manos manchadas de cualquier silencio y una imagen volverá a repetirse, encadenada, como un rosario que no invoca ni un simple gesto a la conciencia. Dios es incapaz de controlar a sus seres queridos y ataja sus lágrimas con airados silencios, con ausencias prolongadas, con oraciones rotas que devuelve en un vomitivo deseo de volver a morir…y esta vez, para siempre.
“Hay quien llora
por clavarse la espina de un tallo de rosa
en su dedo: es el drama de la desproporción”