Estando la noche oscura, atravesando la neblina, se encuentra en la esquina del barrio un viejo bar, de no muy buen aspecto, de bajo presupuesto decorativo, con karaoke y un guachi en la esquina. Casi mala-muerte. La salonera era hermosa, joven, con sus tetas ajustadas y el jeans rebosándole los gorditos por encima.Eso la hacía ver algo acostumbrada a una vida desinteresada.
— Ud no es de aquí ¿verdad? – me dijo un roquito junto a mí. Tenía una ligera sonrisa de idiota después que me vio discutir con la lacra del guachi.
No le hice caso, y seguí en mis pensamientos. Y es que en ese momento, pensaba en cómo deshacerme del bendito guachi y su cómplice que me venían calculando para asaltarme.
Estaba dentro de una cueva donde nadie le importaba lo que a mí me pasara, y afuera había un desierto con dos buitres esperando a que saliera.
La salonera es una rica. Tiene un tatuaje sobre el pecho derecho. ¿Se despintará? ¡Podría intentar hacerlo!
En realidad, no hay forma de saberlo aún y no me importa, debo acabarme mi bebida que uso como camuflaje, para parecer alguien normal en un lugar donde no encajo.Todos lo saben, hasta la salonera, que cuando me dio la espalda le revisé las nalgas. Nada mal, considero la idea de querer encajar en ese lugar, pero vuelvo al tema para buscar la forma de salir, dudo que se les olvide asaltarme cuando me vean salir después de un rato. Además, ¡tengo que llegar a mi casa! Ando escapado. Deambulo de noche con la soledad.
Las once de la noche. ¡Al carajo!, puedo pegarles una vergueada hasta dejarlos hinchados, eso lo sé. – Como no tengo que comprobar nada a nadie. Me jalo en taxi- pensé. Llamo a la central y veo los buitres en las puertas de la cueva, uno pasa a la par y me golpea como si tuviera un puñal, sé que el hombre no es más que un imbécil que no asusta a nadie, y ¡así era! Un poco de desinterés aplicado a su pobre intimidación y sé que no ataca ese perro hediondo. Le dejé ver que no estoy borracho y lo ignoré.
Fue cuando escuché al taxi afuera, merodeando la acera, jamás quería que se me fuera, caminé entre los bichos de esta sociedad de tercer mundo. Pasé entre ellos, no sobraron los típicos enjaches y los gestos en los rostros, yo solo los olvide y subí al carro.
— Jale adelante – le dije, como deseando solo salir de ahí.
La neblina seguía densa sobre el asfalto, la marea de las personas a la merced de los buitres que esconde la calle, donde abunda la compañía del desierto.
Cuanto odio hay en el mundo, que feo es ser parte de la comida de otras personas, el canibalismo existe en las esquinas, en los bares, en las calles, entre los carros, en todo lado anda el canibalismo, humanos atacando humanos, comiendo a costa de ellos, sacándole a la gente lo mejor, para que pare en el charca de la cerda sociedad.
Tristemente real. Me gusto, es interesante y está muy bien contada.
Hacaria me gustó mucho y el vocabulario de tu tierra como: “jale” “salonera” ” los gorditos”……jajja
Mil abrazos
Que bien!!! Te cuento que me ha pasado muy parecido pero a mí se me han subido al taxi para cegarme y quitarme lo poco que me ha quedado; haha es tu texto, la canción con la que me he identificado. Para eso se compone. Un gran abrazo Hacaria
Real. Verdadero. Duro pero cierto. A veces la neblina solo sirve para demostrar las suciedades que nos rodean en una sociedad que, en algunos lugares esquineros, está animalizada. Muy bueno, Hacaria.