Hay un pueblito, casi ni siquiera una aldea, entre los que ahora se llaman de la Arquitectura Negra. La primera vez que lo ví me pareció de cuento de hadas, de esos que encuentran Hansel y Gretel cuando van perdidos por el bosque, sólo que en éste no habita ningún ogro. En ese pueblito han transcurrido las horas de ocio de buena parte de mi juventud.
El pueblito está rodeado de pinares y también de montañas, pero la más destacada de todas es el Pico del Ocejón, que se eleva a dos mil y pico metros, no sobre nosotros que le observamos desde el pueblito, que está a más de mil metros de altitud, sino sobre el nivel del mar. Aún así, es impresionante.
Pero lo más impresionante es la observación del Pico con el cambio de las estaciones, de la climatología, de las diferentes horas del día. Cambia de color, no sólo en el otoño, cuando el hayedo que hay más abajo de su cumbre se enrojece, sino también si llueve, si nieva, si recibe los rayos del sol. Para mí ha sido tanto o más apasionante que contemplar el mar. Me he sentado a leer y a contemplarle y al final lo único que he hecho ha sido lo segundo.
Teniendo en cuenta que se trata de una región tradicionalmente poco desarrollada, que sólo en los últimos años ha visto aparecer algo de turismo y se han abierto algunos restaurantes y tiendas, los habitantes siempre me han parecido gente avispada y conforme con sus condiciones de vida.
Aún conserva alguna casa la antigua cocina de leña en el suelo, que todavía utilizan para los guisos en invierno. El tiro de la chimenea cubre todo el techo de la cocina, que se va estrechando hasta terminar en una ranura no muy ancha, y se puede dar el caso de que estés sentado al amor de la lumbre y te caigan encima unos copitos de nieve que entran por la ranura.
También se conserva la iglesia, restaurada hace unos años por estudiantes de Bellas Artes, la era y la “Fuente Buena”. No sabemos de dónde viene este calificativo, porque ni mi familia ni yo somos de allí, pero así hemos aprendido a llamarla. Siguen yendo a la fuente a por agua con botijos cada día, a pesar de tener agua corriente en las casas. Es como un rito ancestral, al que no les gusta faltar.
No se lo digais a nadie, no vaya a ser que se llene de turistas. Gracias.
Gracias por compartir tu rincón. No te preocupes, permanecerá secreto. Ssssh!
Muy lindo tu lugar, por un momento me llevaste contigo y me senti observando el pico, ha de ser majestuoso, no lo dudo. Esta es una de las razones por las que amo la literatura, me dejas con el sabor de la vista y el clima, muy linda descripcion, son como vacaciones instantaneas jaja. Un abrazo.