Entre los grandes compositores del barroco ¿cómo quedarse con uno solo? Ocurre como con los perfumes: hay que cambiar a menudo porque, si no, se acaba uno saturando del aroma y llega a no notarlo. Aún así, mis preferencias siempre vuelven hacia Händel. Y también hacia la magia de los antiguos teclados antes de la aparición del piano.
No hay nada en su obra que sea mediocre ni repetitivo. Hasta las composiciones de las que tanto se ha abusado en publicidad me parecen sublimes escuchados a solas o en una sala de conciertos, lo que es mejor, porque no se puede uno permitir ciertas licencias que en su propio ambiente sí se permite. Porque en una sala de conciertos hay que desentenderse de todo lo que no sea la música, abstraerse por completo, hasta de los condicionamientos del cuerpo, reprimir la tos, inmovilizarse.
Ay, no poder contar con una pequeñísima orquesta de cámara y tener que escuchar la música desde algún aparato, que nunca establece el “concertare” de la emoción real del intérprete mezclada con la del oyente en ese mismo momento y ese mismo recinto.
¿Quién fue el que dijo que el barroco carece de profundidad, que refleja solamente el gusto por lo estético? La estética, acompañando a otras condiciones o calidades que se puedan dar, es alimento deseable para la sensibilidad. Los artífices de la antigua liturgia de la Iglesia lo debían saber perfectamente.
Händel sólo compuso para solistas de teclado en sus primeros años de compositor, cuando era un adolescente en Halle. Luego se trasladaría a Hamburgo, ciudad en la que no me cuesta nada situarle, a comienzos del siglo XVIII. Y ello a pesar de que debió ser reconstruida casi en su totalidad, primero después del Gran Fuego del siglo XIX y luego después de los bombardeos de la II Guerra Mundial, por lo que poco debe quedar de lo que el compositor conociera en su tiempo.
Händel y Hamburgo. Un concierto perfecto, una ciudad seria y formal, una obra musical con las mismas características, llena de fuerza y energía.
… Y Lübeck, adonde viajó para visitar a Buxtehude, organista ya anciano. Lübeck, que conserva la casa donde se alojó Thomas Mann , dos siglos más tarde, y cuyos dueños le inspiraron su libro “Los Buddenbrook”.
Tengo que despertar, ni estoy en el siglo XVIII ni siquiera a principios del XX. Pero es fácil soñar con aquellos tiempos y aquellos artistas, y agradecer que su obra haya podido llegar a nuestros días.
Coincido plenamente contigo, Carlota. El barroco no es una simple elucubración estética sino que posee unas cualidades intrínsecas de grandes riquezas en cuanto a armonía y sentido. En la música, por ejmplo, las composiciones para teclados de Haendel y otros grandes compositores de la época llegan a ser de una profundidad verdaderamente asombrosa. Una sensibilidad muy especialse desarrolla escuchando las polifonías de Haendel y el barroco supuso, bajo mi punto de vista, una de las épocas más elevadas, en lo espiritual, de la condición humana. !Un abrazo, Carlota, y felicitacionespor tu sensibilidad estética y artística!.
Muchas gracias, Diesel, me alegra ver que coincidimos.
Un abrazo.
Escuchándolo ahora mismo. Un beso