Hijos de la nada

¿Quiénes son los hijos de la nada?. ¿Se puede ser un hijo de la nada?. Va a parecer un contrasentido lo que voy a escribir a continuación si lo relacionamos directamente con el título de mi texto. ¡No existen los hijos de la nada!. ¡Eso es un absurdo completo desde cualquier punto que se mire!. Hay personas ignorantes, que se las dan de sabios conocedores de la vida humana, que dicen y afirman, rayando en el ridículo, que nacemos de la nada y morimos en la nada. Eso es una falacia completa. La nada no puede dar nada por propia condición de sí misma. Existen ateos que intentan auto convencerse (como sucede con “Frutodelanada” de Vorem.com) de que todos somos hijos de la nada. ¿Frutos de la nada?. ¡Vaya absurdo!.

Por ejemplo, una pera nace de un peral, una manzana nace de un manzano, un ternero nace de una vaca y un ser humano, por pura lógica racionalista que tanto utiliza “Frutodelanada” (¡y aquí su tremenda contradicción)!) nace de otro ser humano. Si la pera fuese nada no podríamos saber a qué sabe, si está dura, si está madura, si está podrida… cuando la comemos. Pues si eso pasa con algo tan intrascendente como lo es una pera… ¿cómo vamos a ser hijos de la nada o frutos de la nada los seres humanos que somos mucho más trascendentes que una insignificante pera?.

¿Hijos de la nada que vamos hacia la nada?. ¿Vosotros y vosotras creéis de verdad que un ser humano no tiene nada, ni piensa nada, ni siente nada, ni vive nada?. Repito lo que ya dije en cierta ocasión: todos los seres humanos somos alguien y vamos hacia un final que es un todo. Si fuésemos hacia la nada… ¿tendría algún sentido vivir?. Es del todo incomprensible y absurdo vivir una cantidad más o menos de experiencias para al final llegar a la nada. Del todo absurdo; pues al vivir experiencias ya estamos viviendo algo y algo nunca puede ser nada. Si vivimos experiencias tiene que tener algún sentido final el vivirlas pues en caso contrario no tendría sentido alguno experimentarlas. Llegar al final a la nada supondría en ese sentido que las experiencias vividas no tendrían razón alguna (aunque eso proclaman, ¡tremenda contradicción!, muchos racionalistas).

Usemos la razón para razonar y no decir ni afirmar absurdos

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