HISTORIA DE “THALER” (Novela) -Capítulo 3- corregido.

HISTORIA DE “THALER” (Novela) -Capítulo 3-

17 de abril de 1908. Farmacia “The Brews” en Los Ángeles de California, Estados Unidos.

– ¡Buenos días, Señorita Rose!
– ¡Te he dicho ya más de un millón de veces, Brian Lancaster, que no me llames Señorita Rose sino Señora Rockefeller!
– Esta bien. Perdóneme Señorita Rose.

– ¿Eres corto de entendimiento o te estás haciendo el tonto? ¡Que te repito que me llames Señora Rockefeller!
– No vamos a discutir por tan poca cosa.
– ¿Estás insinuando que yo soy poca cosa?

Brian Lancaster, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón a lo Tintín, se hizo el tontín.

– Verá… señorita… es que yo no soy un adivino…
– ¿Qué tienes tú que adivinar, Brian Lancaster?
– Yo no puedo adivinar si usted es la Señorita Rose o la Señora Rockefeller porque como hay tantas en su vida de mangante pues…
– ¡¡No sigas por ese camino, desvergonzado, o te pongo de patitas en la calle y no vuelves a pisar esta Farmacia por el resto de tu miserable vida!!
– Si nos vamos a poner a hablar de miserias yo también sé contar unas cuantas de su grandilocuente existencia; porque según dicen las malas lenguas usted regenta esta Farmacia gracias al Señor Rockefeller por favores cumplidos.
– ¡¡O cambias de conversación o de doy tanto jarabe de palo que te pongo las espaldas más jorobadas que el de Nôtre Dame de París!!
– ¿Y eso es bueno o es malo?
– Es bueno para acordarte por el resto de tu vida, pillastre. ¿Se puede saber a qué has venido a mi tienda si no es para robar unos cuantos caramelos de menta?
– Si yo fuera un ladrón, como va diciendo usted por ahí como vieja cotorra, no perdería el tiempo robándole a usted unos míseros caramelos sino que me dedicaría a asaltar el Banco Central de esta próspera ciudad a lo Jesse James. Lo ladrones somos gente honrada.
– Pues como yo le diga al sagento Mac Kinley ciertas cositas…
– Pues como yo le diga al Señor Rockefeller que le han visto a usted salir, por las noches, con “Uncle of Rods”…
– ¿Salir yo por las noches con ese zarrapastroso vagabundo al que llaman “Tío de las Varillas? ¡¡Quien te ha contado esa mentira!!
– El mismo que le contado a usted la mentira de que yo le robo caramelos de menta.
– ¿El miserable de Robert Tyler?
– El mismo bobo de Bob que usted tanto admira.
En esos momentos resonó un enorme estallido y la fuerza de la onda expansiva rompió en mil pedazos la cristalería del escaparate de la Farmacia “The Brews” haciendo caer por el suelo toda una serie de tazones de porcelana conteniendo diversos brebajes que formaron riachuelos en el suelo…
– ¡¡Dios mío!! ¿Qué ha sido eso? ¡Sal inmediatamente a la calle, Brian Lancaster y ven a contarme qué ha sucedido!
Sacándose las manos de los bolsillos de su pantalón a lo Tintín, el mozo mesero del restaurante de Kasper Todd salió, dando unas cuantas zancadas para evitar pisar los rotos tarros que antes contenían los brebajes ahora desparramados por el suelo, a la calle y, diez segundos más tarde volvió a entrar.
– ¡¡Señorita Rose!! ¡¡Señorita Rose!!
– ¿Qué sucede? ¿Algún atentado con un coche bomba?
– ¡¡Algo parecido!! ¡¡Ha sido el carro de la basura!!
– ¿El carro de la basura? ¡Habla en serio, Brian Lancaster!
– ¡¡Han estallado las cuatro llantas del carro de la basura y menos mal que está usted delante, como testigo presencial, de que esta vez no he sido yo el que las ha pinchado!!
– ¡¡Vaya mañana que llevo, Brian Lancaster!!
– Y lo que te rondaré morena…
– ¡¡Gamberro!! ¡No tienes corazón!
– Yo si tengo corazón, Señorita Rose, Señora Rockefeller o lo que sea.
– Entonces… ¿por qué te burlas de mis desgracias?
– No me he burlado jamás de las desgracias de nadie pero me entra risa…
– ¿Risa porque he perdido todos mis brebajes?
– Risa porque no tengo ganas de llorar… porque ya lloré bastante cuando murió mi pobre padre y, al año siguiente, murió mi madre que era más pobre todavía…
– Bueno, Brian Lancaster, retiro lo de ladrón. Eres un buen chico.
– Pues entonces, buena señora… haga el favor de venderme una aspirina para combatir el dolor de cabeza…
– ¿Es que ya te duele la cabeza a ti siendo todavía tan adolescente?
– Está usted más confundida que una paloma dentro de una peluquería para caballeros.
– ¿Te duele o no te duele la cabeza?
– Yo tengo mi cabeza muy bien amueblada… así que no me duele nada de nada ni por nada…
– Entonces… ¿para qué quieres la aspirina?
– Le estoy diciendo que para calmar el dolor de cabeza.
– Pero si no te duele nada de nada ni por nada…
– Pues a veces me gustaría que me doliera para tener una experiencia más en mi vida.
– No entiendo nada…
– Es para el Señor Kasper Todd.
– No me extraña que teniendo a un mozo mesero como tú le duela tantas veces la cabeza.
– No empecemos… no empecemos… no me tire de la lengua… no me tire de la lengua…
– Está bien. Espera un momento.
La farmaceútica se subió a una escalerilla de mano para alcanzar la caja de pastillas que estaba en los más alto de la estantería principal, con tan mala fortuna que tropezó, la escalerilla quedó oscilando de un lado para otro y después, como a cámara lenta, se vino abajo con la farmaceútica y toda la estantería principal ante la cara de susto de Brian Lancaster.
– ¡Ay! ¡¡Ay!! ¡¡¡Ay!!!
– ¿Se ha hecho usted mucho daño o le está echando un poco de teatro al asunto?
La farmaceútica respondió desde el suelo…
– ¿Y tú eres el que dices que no te burlas de los males ajenos?
– Pues no. No me burlo de los males ajenos… pero hay muchos ajenos que hacen teatro con tal de hacernos creeer, a los adolescentes, que somos culpables de todos los males de la Tierra.
– Hazme un favor, Brian Lancaster…
– ¿Yo hacerla un favor a usted, Señora Rockefeller? ¡¡Ni soñando!!
– No seas tan granuja ni tan mal pensado que te van a llevar los demonios. Lo que te quiero pedir lo puedes hacer sin ayuda de nadie.
– ¡¡Que no!! ¡¡Que no le hago yo a usted un favor ni soñando!!
– ¡¡Calla que me pones nerviosa!!
– Pues más nervioso estoy yo y me aguanto…
– ¡Te quiero pedir que me hagas el favor de sacarla tú mismo!
– ¡¡O usted está loca de nacimiento o el golpe que se ha dado le ha trastornado la cabeza!!
– ¡Me refiero a la aspirina!
– ¡Ah! ¡Ya caigo! Usted quiere decir que saque una aspirina de la caja… ¿no es eso?…
– ¡¡Claro que es eso!! Estoy todavía aturdida y no me puedo levantar.
– Pues lo que es un servidor saca la aspirina pero no la levanto a usted ni por todo el oro del mundo no vaya a ser que entre el sargento Mac Kinley y crea lo que no debe creer.
– ¡¡Que te calles que me pones más nerviosa que una pava en vísperas de Navidad!! Coge ya la maldita aspirina y déjame una moneda de cinco centavos en el mostrador, guapo.
– Lo de guapo ya me lo decía mi abuela así que no es necesario que nadie más me lo diga.
El adolescente Brian Lancaster cogió una caja de aspirinas, sacó una pastilla, volvió a dejar la caja en el suelo y, extrayendo el dólar de su bolsillo derecho, lo dejó sobre el mostrador.
– ¡Aquí le dejo a “Thaler” y que tenga usted una buena recuperación física y psíquica!
– ¡Sinvergüenza! ¿Te estás aprovechando de la situación para dejarme cualquiera de tus cromos repetidos de artistas de Hollywood en lugar de la moneda de cinco centavos?
– Nada de eso. Yo no me aprovecho nunca de las personas ya muy mayores de edad.
– ¿Me estás llamando vieja?
– La estoy llamando mayor de edad que es una forma respetuosa de hablar. Y en cuanto a “Thaler” es un dólar y haga usted lo que quiera con él. Yo, como veo que la cosa se está poniendo muy fea y ya hay muchos mirones observándonos, me largo de aquí con viento fresco.

“Thaler” brillaba sobre el mostrador porque los rayos del sol le alumbraban cuando Brian Lancaster abandonó la farmacia silbando música de Fréderic Chopin. Era la célebre balada basada en “Ondina”.

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