HISTORIA DE “THALER” (Novela) -Capítulo 4-
17 de octubre de 1908. Banco Central de Los Ángeles de California, Estados Unidos.
– ¡Buenos días, Señora Rockefeller! ¿Qué necesita?
– Buenos dias, Ronald Trumpp, vengo a ingresar dinero.
El cajero Ronald Trumpp se frotó ligeramente las manos como si tuviera frío cuando, en realidad, lo hacía por el placer de ver todo aquel montón de dinero.
– ¿Todo ese dinero, Señora Rockefeller?
– Efectivamente. Todos estos fajos de billetes…
– ¡Es demasiado dinero para que lo guarde usted en la caja de su Farmacia teniendo en cuenta la gran cantidad de asaltantes que hay hoy en día por estas regiones!
– Por eso lo traigo urgentemente al Banco. Todos estos fajos de billetes… y… ¡ah sí!… esta extraña moneda de dólar.
Rose sacó de su bolso a “Thaler” y lo depositó sobre el mostrador. El cajero se quedó mirando, absorto, la moneda…
– ¿Y por qué no lo guarda usted en su caja chica para tener cambio? Quizás lo necesite usted más en su Farmacia que depositado en su cuenta corriente con nosotros.
– ¡No! ¡No! ¡Nada de eso! ¡Prefiero perderlo de vista cuanto antes!
– ¿Quizás le recuerde alguna mala aventura amorosa?
– ¿Está usted insinuando que yo tengo aventuras amorosas, Ronald Trumpp?
– Perdone, Señora Rockefeller, no es eso a lo que quise referirme.
– Está bien. Está usted perdonado. Quiero perderlo de vista porque me trae malos recuerdos… algo así como una pesadilla…
La pesadilla para la Señorita Rose, el cajero Ronald Trumpp y el resto de los clientes que se encontraban dentro de la Oficina Principal del Banco Central de Los Ángeles de California, comenzó en esos momentos, al hacer acto de presencia, con sus pistolas listas para ser usadas, los tres hermanos Orestain. Los trillizos Emil Orestain, Bobby Orestain y Max Orestain eran los tres forajidos más temibles de toda California y, en especial, en el asunto de asaltos a los Bancos y Cajas de Ahorro de todo el Estado. Emil Orestain gritó a todo pulmón…
– ¡¡¡Todos al suelo!!! ¡¡¡Esto es un atraco!!! ¡¡¡A quien haga un movimiento en falso lo achicharramos como a un perrito caliente!!!
Todos los clientes, excepto la Señorita Rose y el cajero Ronald Trumpp, que no acertaban a responder pues se habían quedado como de piedra, se lanzaron al suelo.
– ¿Les matamos a todos, Emil?
– ¡No seas lerdo, Bobby! Lo mejor es hacer el trabajo “limpio”. Si tenemos que matar será si no cumplen mis órdenes!
– ¿Por qué son ustedes tan perversos?
– ¿Quién es usted, señora?
– Rockefeller. Soy la Señora Rockefeller.
– Como si es usted la Señora Smith. Me es indiferente que sea usted Rockefeller o sea usted Smith. ¡Tírese al suelo si no quiere saber lo perversos que somos cuando esté todo su cuerpo lleno de plomo!
– ¡¡Dios mío!! ¡Es usted mucho más sanguinario de lo que se dice!
– ¿Qué se dice de mi si se puede saber?
– Que no tiene usted alma y que ha quitado el alma a sus dos hermanos.
– ¿Eso dicen de nosotros, “Los Trillizos de California”?
– Eso dicen todos y todas quienes, por desgracia, los han conocido.
– No permito que nadie diga que los han conocido sino que les han conocido.
– ¿Y cuál es la diferencia si se puede saber?
– Que no somos perros sino personas.
– Pues lo dudo…
– ¡Mientras lo sigue dudando haga el favor de tirarse al suelo! ¡¡Sólo le cuento hasta tres!! Uno, dos…
La Señorita Rose, viendo en la mirada del feroz Emil Orestein que estaba dispuesto a disparar, se lanzó rápidamente al suelo. Algo así como si se hubiera tirado, de cabeza, a una piscina.
– ¡Veo que tiene usted bien desarrollado el sentido de la supervivencia! ¡¡Espero que todos los demás, damas y caballeros, sean igual de sensatos y sensatas!! Bobby… apunta con tus dos pistolas a todos los que se encuentran en la parte derecha y tú, Max, apunta con tus dos pistolas a todos los que se encuentran en la parte izquierda. ¡No dudéis en disparar a muerte a todo aquel o aquella que intente levantarse sin mi permiso! Ahora veamos qué sucede con usted, señor cajero.
– ¡Trumpp! ¡Me llamo… Ronald… Ronald Trumpp… para servirle!
– ¡¡Pues hazte el favor, si quieres seguir contándote entre los vivos, de llenar una de esas enormes bolsas que estoy viendo desde aquí con todo el dinero que tengas recaudado!! ¡¡Con todo el dinero, Trumpp, o no vuelves a ver la luz del sol ni de la luna!! ¡¡¡Y rápido o te convierto en un colador !!!
Ronald Trumpp comenzó con la labor de meter todo el dinero en una gran bolsa pero, antes de ello, tuvo la habilidad de tocar, con su pie derecho, un botón que, disimulado en el suelo, servía para avisar a la policía sin que nadie se enterase.
– ¡¡Si intentas poner en funcionamiento algún tipo de alarma ten por seguro que tu mujer se convierte en viuda instantáneamente!!
– Esto… señor Orestein… yo… yo… yo no estoy casado…
– ¿No tienes ni tan siquiera novia?
– No… señor Orestein… yo… yo… ni tan siquiera tengo novia…
– ¿Es que eres marica?
– Esto… no… lo que sucede…
– ¡Lo que sucede es que te gusta mucho más reunir dinero que dedicarte a reunirte con mujeres! ¿Me equivoco?
– No… no se equivoca…
– ¡Pues sigue metiendo todo el dinero que le robas a los nobles ciudadanos y a las buenas ciudadanas en la bolsa o verás cómo tampoco me equivoco a la hora de convertirte en un fiambre! ¡¡Mis dos pistolas nunca fallan cuando tienen ya señalado su objetivo y resulta que su objetivo, como estás viendo, es tu cabeza de chupatintas al servico de los chupasangres!! ¿Cuánto ganáis de comisiones y gastos por quedaros con las fortunas ajenas para llevar a cabo vuestros sucios negocios de intereses compuestos? ¿Sois o no sois avarientos que se aprovechan del dinero de los demás al igual que hacen los del Instituto Estatal de la Seguridad Social?
– Yo… yo sólo soy un empleado de Banca y no tengo nada que ver con lo que hacen los del IESS…
– ¡Calla si quieres seguir contándolo a tu futura esposa si es que alguna vez logras casarte! ¿Dónde están tus compañeros de trabajo?
– En estos momento… esto… yo…
– ¡Te he preguntado por tus compañeros de trabajo!
– Esto… están reunidos… en el piso de arriba… con el Señor Robinson…
– ¿Gary Robinso tal vez?
– En efecto… así se llama nuestro Director General…
– ¡Estoy deseando conocerle, pero si aprecia su vida de avaro es mejor que no baje a conocerme a mí!
– ¡No me mate por favor!
Emil Orestein descubrió la moneda de un dólar que estaba, brillando como siempre, sobre el mostrador.
– ¿Y esto? ¿Qué hace un dólar suelto?
Emil Orestein dejó la pistola que llevaba en su mano derecha sobre el mostrador mientras tomó a “Thaler” y se quedó, por unos instantes, sin decir nada pero apuntando con la pistola de su mano izquierda al corazón de Ronald. Y fue en esos mismos momentos cuando hicieron su repentina aparición el sargento Robert Mac Kinley, con pistola en mano derecha, y sus ayudantes Stanley Smith y Thomas Watson con una metralleta cada uno de ellos.
– ¡¡¡Alto en nombre de la Ley!!!
Fue cuando Emil Orestein se dio cuenta de que habían sido atrapados pero no estaba dispuesto a ser un prisionero del sargento Mac Kinley.
– ¡¡Sargento Mac Kinley!! ¡Si no bajan sus armas todos estos rehenes morirán ahora mismo!
– ¡Espero que ni tan siquiera lo intentéis, trillizos, porque en caso contrario el mundo tendrá tres habitantes menos en estos momentos!
– ¡¡No hagásis caso a las bravatas del sargento, hermanos!! ¡Tú, Bobby encargate de eliminar a los de tu zona y tú, Max, a los de la tuya!
– ¡¡No cometáis la locura de intentarlo!! ¡¡No tenéis por qué hacer caso a las órdenes de vuestro hermano sino a las órdenes de la Justicia!! ¡Dejad las armas y entregaros y os prometo que se os hará justicia a través de un juicio legal!
– ¡¡Es nuestro hermano y le debemos fidelidad eterna!!
– ¡No seas tonto, Max! ¡Sois seres humanos y fidelidad eterna sólo se debe tener a Dios!
– ¡¡Para nosotros dos, nuestro hermano Emil es el único dios en que creemos!!
– ¿A pesar de haber hecho que seáis dos proscriptos? ¿No os dáis cuenta de que os ha convertido solamente en dos forajidos carentes de humanidad? ¡No sigáis haciendo el tonto y bajad las pistolas!
– ¡¡Quiero que los matéis a todos!! ¡¡Es una orden!!
– ¡No sigáis haciendo más veces lo que vuestro hermano Emil os obliga a hacer y seguiréis con vida! ¡Sólo puedo ofreceros un justo juicio!
– ¡¡¡Disparad ya!!!
Pero fueron mucho más rápidos Stanley Smith y Thomas Watson, disparando sus ametralladoras. Bobby Orestein y Mac Orestein habían sido tan necios que ahora estaban, muertos, sobre el piso de la Oficina Principal del Banco Central de Los Ángeles de California.
– ¿Contento, Emil? ¿Contento con lo que has hecho con tus pobres hermanos? No sólo les robaste sus almas sino que les has robado sus vidas.
Emil Orestein no dijo ni una sola palabra mientras permanecía con su pistola derecha en la mano y dispuesto a disparar.
– ¿Es que no tienes ni tan siquiera una sola frase de compasión para despedir a tus hermanos? ¿A dónde crees que les ha guiado tu locura?
– No siento nada. Lo único que siento es salir de aquí con vida. Si usted, sargento, no dispara yo tampoco disparo.
– Pero… ¿tan falto de alma estás que ni tan siquiera tienes un segundo de tus pensamientos para tus pobres hermanos?
– Ellos eran ellos y yo soy yo.
– Pues ellos creyeron en ti hasta su final…
– No tengo yo la culpa. Si me trataban como a un dios es que quizás yo sea un verdadero dios.
– ¡Estás más loco de lo que yo creía!
– ¡¡Basta de palabrería, sargento Mac Kinley!!
También esta vez la pistola de la Ley, manejada rápidamente por el sargento de la policía, fue mucho más rápìda que la pistola del malhechor quien, al recibir los impactos de las balas, retrocedió hacia atrás hasta tropezar con el mostrador y cayó, muerto ya, hacia adelante… mientras “Thaler” escapó de su mano y fue rodando hasta los mismos pies del sargento Robert Mac Kinley.
– ¡Es un dólar, mi sargento! ¿Me lo puede regalar?
– ¿Para qué quieres un dólar ahora, Tom?
Tom Watson se acercó hacia el dólar y, agachándose mientras todos los rehenes se ponían de pie, tomó a “Thaler” con la mano izquerda.
– Me servirá para comprar algo en la tienda de Connors, mi sargento…
– Está bien. Puedes quedarte con ella. Quizás hasta te sirva de trofeo.
– Lo utilizaré solamente para comprar un regalo para mi esposa en la tienda de Connors.
– No te justifiques más, Tom Watson, toma ese dólar y úsalo en lo que prefieras.
Tom Watson se guardó a “Thaler” en el bolsillo derecho de su pantalón de uniforme de policía de Los Ángeles de California.
Mi abuela materna: Nieto, me gusta mucho esta historia y espero que pronto la reanudes y puedas terminarla como Dios te dé a entender. Un beso enorme de parte de tu abuelita.
Por supuesto que la continuaré en su momento oportuno y, con la ayuda de Dios, la podré terminar. Como tengo solamente 18 años de edad tengo una inmensidad de tiempo por delante para terminarla y seguir escribiendo miles de cosas más. En cuanto a todo lo que he escrito hasta ahora, cuya autoría es mía y de la chavalilla con la que estoy casado, NI UN MILLÓN DE BARAHONAS JUNTOS ME VAN A ARREBATAR LOS DERECHOS DE AUTOR DE NINGUNA OBRA MÍA PORQUE DIOS ME PROTEGE Y JESUCRISTO ME ASESORA. Lo que quieran pensar o no pensar los demás me trae absolutamente sin cuidado. Como le dije a José María: “No necesito asesores para defender mis derechos porque a mí los traidores son solo niños de pechos y en cuanto a mi autoría se refiere soy lo que Jesucristo prefiere”. Amén.
Mi abuela materna: Ya he visto, querido nieto, que has superado el Capítulo 5 con la misma emoción que llevas escritos los 4 anteriores. Espero que el Capítulo 6 sea también muy emocionante.
Te prometo, abuelita, que en el Capítulo 6 tampoco va a faltar emoción. La emoción es parte sustancial de esta Novela y ya lo verán los incrédulos.