Hay horas que nos robaron. Horas de felicidad que no fueron y que, a pesar de ello, permanecieron latentes en un rincón-habitante del alma viajera. Hay horas que nos robaron… pero seguro que el viento de las amapolas nos las devolverán entre los trigales de los amaneceres y los pinares del anochecer. Horas que nos robaron… pero a las que no pudieron eliminar de la vida. Horas debidas, horas de vidas que un día habremos de reconquistar y, a través de las sinfonías de una melodía en el viejo acordeón, las recuperaremos en todas sus dimensiones, en todas sus esencias, en todas sus fragantes emociones de eternidad…
Como dijo Domingo Ortega: “A quien no sabe sufrir, algo le falta para vencer”.