Hoy estoy presente en las áreas de la niebla y los recuerdos del Museo del Prado me llegan al centro de mi sensación. ¿Qué era lo más importante de entonces?. Ligar con la presencia de todas las mariposas amarillas de Gauguin no era un imposible pero resultaba mejor empatar con las tormentas azules de los ojos negros… quizás con los rayos suntuosos de las veladas nocturnas de alguna circunstancia surgida entre los cuadros del impresionismo o, por qué no, la clásica silueta de una dama surgiendo de entre las tinieblas de Zurbarán. Y por las calles adornadas de farolas los paseos se hacían más interminables que nunca cuando llevábamos, colgadas del brazo de las ilusiones, un rostro de bailarina pegado al corazón. Posiblemente la niebla no dejase descubrir todos los contornos pero el Mueso del Prado era la inevitable sensación de que habíamos introducido en el abismo de la pintura una figura de mujer alada por las musas del artista. Y los artistas eramos nosotros dos diluyéndonos en las alamedas de la noche…