Dio un enorme bostezo, mientras la tarde entraba con parsimonia a través de la ventana. Caminaba con pasmosa lentitud, mientras las motas de polvo danzaban a su paso, como si tuvieran vida propia. Fatigado y gordo, daba pasos lentos. El calor lo estaba matando. En la terraza, el despiadado sol hacía de las suyas. Aquello ardía. Encontrar un resquicio de aire fresco, iba a resultar casi imposible. Cuando se acercaba a la temida terraza, una voz gastada por el tabaco y el ron, detuvo su marcha.
_ ¡Sal de ahí, inmediatamente!_ Dora, la dueña de esa voz casi aniquilada y su enemiga número uno, hablaba desde la cocina. Su reino. Un reino poblado por una cacofonía insufrible de cacerolas y vasos golpeándose entre sí. Una puerta se cerró con tal estrépito que estremeció su cuerpo blando y fofo .
Cuando el sosiego volvió a su ser, se apoyó en el vano de la puerta. Dora murmuraba una retahíla impresionante de tacos, mientras un dedo esquelético provisto de una uña con restos de laca roja, carcomida y antigua, se paseaba por el ticket de la compra.
_ ¡Mierda, lo encontré! Aquí lo pone claramente, todavía puedo leer.
No por mucho tiempo_ pensó con malignidad Ignatius.
Ella siguió leyendo y bufando, mientras se rascaba la cabeza, cubierta por un cabello ralo, teñido un millón de veces. El efecto era devastador. Ahhh! Aulló casi con demencia, señalando el papel, ¡aquí, aquí, puñetero pollo trufado! volvió a gritar ¡no estoy loca, ayer compré ese pollo trufado!
¿Que no está loca? _ se pregunto interiormente Ignatius. Pronto lo estará. Rió a carcajadas por dentro. Eso de reírse para adentro le estaba gustando.
Dora seguía soltando improperios, mientras bebía a morro del botellín. Ignatius suspiró.
_¿¿Dónde ESTA ESE JODIDO POLLO TRUFADO???_ Su vozarrón retumbó por toda la casa, mientras removía todo lo que había encima de la mesa de la cocina. ¡Tiene que estar por aquí!!_ bramaba cada vez más indignada. Dio otro largo sorbo al botellín, mientras seguía son su letanía del pollo perdido. Menudo lingotazo, pensó Ignatius.
_ ¿Ah, y tú qué haces ahí, mirando?_ sus ojillos de rata le miraban con odio.
Pues pasaba por aquí_ contestó mentalmente, para luego añadir de la misma manera_ ¡Vivo aquí, o es que todavía no te has dado cuenta !. Ella seguía bebiendo cerveza mientras murmuraba por lo bajini _ ¡Estoy vendida, si no encuentro el puto pollo, el señorito me decapita!
El reloj de diseño, marcó la hora. Ya hacía un rato que a Dora se le mezclaban la saliva, la cerveza y las palabras. Iba dando bandazos por la cocina. Menuda cogorza, sentenció Ignatius. Pensó en hacerle una zancadilla. Algo en la mirada de Dora, le detuvo. Esa mirada torva y alcoholizada le dio miedo. Huyó pesadamente hasta el salón, mientras las motitas de polvo bailaban a su alrededor.
_ Lo que daría por un pitillo_ se dijo Ignatius, escondido detrás de la puerta. Un cigarrillo, de esos que se liaba el pijo de César. Ese humo llegando a los pulmones ahhh, que delicia. Casi lo podía oler. Abrió los ojos y ¡ allí estaba ella! repanchingada en el sofá, con el mandil encima del chándal y descalza (podría visitar al podólogo de vez en cuando) ¡ y fumando los cigarrillos favoritos de su patrón! Ah, que guarra. No contenta con vaciarle la nevera, se fumaba los habanitos de Pedro, los que le había regalado su amiga cubana Elia o algo así. Hermosa mulata de grandes tetas. Escondido detrás de la puerta, sentía que el corazón le iba a explotar de indignación. Doña Pelos Devastados, fumaba con fruición. El olor del tabaco impregnaba toda la estancia y el pelo de Ignatius, que miraba con desesperación a la mujer que se había levantado haciendo eses y ¡estaba abriendo el minibar !
_Umm, un poco de vodka ruso… ¡ale! Esto servirá._ Con la botella en la mano, abrazada literalmente a ella emprendió el camino hacia la cocina. ¡Hostias, casi se me olvida! Dijo con voz gangosa mientras se daba la vuelta.
_ ¡Si el señorito quiere pollo trufado, tendrá su maldito pollo trufadoo! _Caminaba en zigzag por el salón.
Buscaba algo.
Con los ojos extraviados por el miedo, Ignatius respiraba con dificultad. Aún seguía detrás de la puerta, y no las tenía todas consigo. Sentía ganas de estornudar. Intentó recordar los salmos de la Biblia, pero le era imposible. Pelos Devastados se acercaba con decisión hasta donde se encontraba él.
Tembló detrás de la puerta. Pronto sería pasto de las llamas, literalmente.
Ahora era un ser fofo e indefenso. En manos de una cocinera alcoholizada y desesperada. ¿De qué le serviría utilizar la famosa llave de kárate en este momento? Para que Pelos Devastados, se revolcara por el suelo de la risa.
Después del fatal accidente, cuando caminaba con el traje de Armani, destrozado y colgando de sus brazos, el reloj hecho polvo y sin zapatos. Se le acercó una figura con tranquilidad. Sonrió con todos sus dientes. Aquello debió de llamarle la atención, pero estaba tan desorientado, le parecía que llevaba horas andando por ese camino, sin ver a nadie. Aquel ser, volvió a sonreír mostrando toda su dentadura, perfecta.
Le habló con lentitud de toda su vida. Le señaló sus errores , y su sonrisa se convirtió en sonrisita, también debió llamarle la atención. Parecía un chamán de esos que salían en la tele. Algo estrafalario, no paraba de hablar. Cuando ya creía que los pies se le congelarían y el cerebro ya no podría aguantar una parrafada más, el brujo estrafalario dijo algo que hizo que abriera los ojos prestando total atención.
Podrías tener una nueva oportunidad_ susurró lacónicamente. Emitió una risita mientras esperaba su reacción. Le explicó el método para conseguir esa nueva oportunidad. César , miró su traje destrozado y sus pies sin zapatos. Accedió.
Solo tienes dos segundos_ sentenció el ser y desapareció.
Solo y asustado, repitió lo que había memorizado y se lanzó al vacío. Tenía que ser rápido. Estaba dentro de un coche y el conductor parecía mortalmente herido. Pero no estaba solo. Allí había otras almas como él, que esperaban su turno. César dio codazos intentando llegar al hombre. De nada le sirvió, a empellones se vio echado en el otro asiento. Allí algo llamó su atención. Un gato gordo, bufaba. ¡Qué más da! Pensó César, mientras entraba en el cuerpo del felino.
Ahora sabía que no había sido buena idea.
Se miró con resignación. Su pequeño cuerpo, cabría en la bandeja del horno.
Después de todo, ese pollo estaba malísimo. Nada más comerlo, echó la pota. No merecía la pena tanto alboroto.