IMAGINACIÓN ATRAPADA (XIV)

Se abrazaron con tenacidad, con fuerza.
-Nadie podría separar este momento. La suave brisa refrescaba el encendido encuentro. Las palabras acompañadas de gestos se abalanzaban por sus bocas, chocando con el aliento humeante del frío. La respiración nerviosa, agitada, transmitía a golpes el fuego indestructible e intenso de su amistad; Como el humillo de un sabroso pastel envolviendo la cocina, restregándose por las paredes, flotando por el pasillo, llenando el comedor, entrando en una habitación, perfumando otra, escurriéndose por debajo de las puertas, renqueando en las escaleras, escapando a través de las ventanas, zigzagueando entre los árboles, dulcificando el paisaje.
Así se llenaron sus almas.

-Qué ganas tenía de verte…
-Yo también y ahora que hemos hablado un rato, me doy cuenta de que…no sé como explicarlo, es una sensación, no sé si te pasará a ti, me parece que el tiempo no haya pasado, no…como si hubiéramos permanecido juntos todos estos días, me entiendes?, como si siguiéramos la conversación que dejamos ayer a medias, antes de acostarnos.
-¿No te pasa a ti igual?
-Sí que es verdad, eso es porque nos queremos mucho. A veces con algún amigo me ha pasado, que estábamos unos días sin vernos y después, ya no era lo mismo, se había enfriado la relación, habían cambiado las cosas, no teníamos nada que decirnos y dejábamos de ir juntos.
Contigo sabía que no iba a pasar esto, ni siquiera lo pensé, nosotros somos amigos de verdad, te lo digo en serio: eres mi mejor amigo. Hicimos un pacto de sangre, ¿te acuerdas? Para mí eres más que un amigo, más que mi hermano.
-No me habías dicho que tenías un hermano…
-Es que no lo tengo
Y le atenazó la nariz con dos dedos doblados en forma de pinza.
-Es broma tonto.
Y siguió riendo.
-Oye, que me haces daño.
Y le propino un cariñoso puñetazo, el otro lo paró y se tiró sobre él, ambos cayeron en la arena y se revolcaron a voces, peleando entusiasmados.
Reían a carcajadas, entrelazados sus cuerpos. Quizás agarrados al único bastón que les quedaba para sostenerse.
La corriente de los días pasaba veloz, cual río caudaloso a través de lo guijarros eclesiásticos de aquel Monasterio, tan antiguo como los saurios y de mastodonte tamaño.
Nadie sabía que se avecinaba una gran cascada, una catarata de acontecimientos que terminaría salpicando con gran impulso las losas llanas, allá abajo del precipicio donde saltan las aguas humeantes de vapor, desparramando violentas gotitas de joyas cristalinas. Y luego del estruendoso chapoteo ensordecedor, las aguas seguirían su curso, tranquila y pausadamente, con una armonía fascinante y un sonido melodioso, olvidando todo ruido anterior. Como ocurre en la vida con la muerte, como olvidan los hombres su antepasado.
Llegó principios de diciembre con los primeros copos de nieve, caídos al unísono, con lluvias y llevados por el viento del Norte que no dejaba que el pincel nevado pintara de blanco las piedras, los árboles y las tristezas sin color del invierno quemado.
Mas la alegría de un niño no podía ser borrada, ni por el frío de la estación ni por el cambiante color del paisaje.

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