Yo era un jovencísimo estudiante universitario, con miles y miles de floridos sueños en el cerebelo, con ansias de caminar y conocer (siempre la mochila a cuestas) todos los lugares y las albas que mis ojos animosos pudiesen descubrir… lunas de oriente, puestas de alta mar, charlas con los segadores, montar en camello por las dunas… todo entraba en mi morral… buscaba un sinfin de experiencias que yo quería acumular para tener qué contar a los colegas; cuando, de pronto, por esas cosas extraordinarias del Destino, conocí a Gloria Fuertes que había ido a la Facultad para un simposio de poesía.
Por entonces, con mis amigos y amigas, tan chiflados como yo de la pluma estudiantil, publicábamos la revista amateur Cigarras y Saltamontes. Aproveché la ocasión para pedirle una entrevista a Gloria y ella tuvo la amabilidad de concedérmela. Entonces surgió la química amistosa y nos caímos bien. Tras la corta entrevista estuvimos un rato charlando de cosas tan estrambóticas como, me acuerdo perfectamente bien, de animales cocodrilianos o los antiguos molinillos de moler café entre otros etcéteras, hasta desembocar en los versos nacidos al espontáneo andariven de la Diosa Inspiración.
De tal manera fue sucediéndose aquella tertulia mano a mano, sin pensar en distancias metroléxicas, bajo el diapasón del atardecer, que ella me invitó a seguir charlando, en alguna otra ocasión, dentro de la atmósfera bohemia de la poesía del café de Jiménez. Jiménez era un poeta malagueño que tenía su local bar-cafetería en la calle madrileñísima de Toledo, muy cerca, cerquita, cerca, del famoso Viaducto. Gloria me dio su teléfono y quedamos en que yo la llamaría para vernos allí.
Cumplió fielmente con su palabra. A los pocos días nos citamos en el café bar de Jiménez. Cuando llegué ya estaba ella allí junto con dos amigas suyas. Me presentó a sus amigas y me presentó a Jiménez y éste último comenzó a regalarnos bolsas de palomitas de maíz y de pipas de girasol. Charlando con Jiménez (Gloria me había presentado como amigo de las Letras) resulta que éste también era poeta, bastante conocido en los círculos bohemios, de corte muy becqueriano, y editaba una revista literaria que repartía entre los asiduos a su local. Jiménez nos propuso que colaborásemos en ella. Gloria se animó y me animó. De pronto me vi, junto a ella, improvisando pequeños poemas que al mes siguiente se publicaron en la revista de Jiménez.
Después, brindamos con unos traguitos de Anís El Duende (de Chinchón) y surgió la feliz ocurrencia de ponernos a jugar al parchís. En aquel local era costumbre, entre los nocturnos bohemios del arte, ponerse a jugar al parchís. Gloria Fuertes, sus dos amigas y yo, pasamos una extrovertida velada jugando una partida de parchís que quedó inconclusa porque la luna vorémica del Madrid castizo estaba ya diciéndonos adiós cuando la batalla de los cuatro colorines (verde, azul, rojo y amarillo) no había determinado todavía quien se llevaría el gato al agua. Habían pasado las horas de la madrugada y llegó el alba. Nos despedimos diciéndonos que a ver cuando nos veíamos la próxima vez, pero la vida y la muerte no me ofrecieron esa otra oportunidad.
Aquellos dos contactos con Gloria Fuertes siempre han quedado grabados en mi corazón. Fue una mujer muy humana, muy entrañable, que se dejaba querer… una poetisa de los niños y de los adultos que llegó a alcanzar la gloria de estar impresa en múltiples textos que hoy millones de personas pueden leer y rememorar.
¡Hola! Bueno, cuánto me hubiera gustado estar allí. Muchas gracias por haber escrito la crónica de Gloria. Seguro que mucha gente que ni sabe nada de ella. Seguro que nada…¡Y lo del parchís es un puntazo genial! ¡Un 10!