La alegría y el éxito

Siempre he creído que, si alguna vez incurría increíblemente en el desarrollo de algún texto, empezaría claramente por asignarle un comienzo ordenado a la narración.Pero curiosamente, llegado el momento de llenar estas páginas, me resulta imposible adjudicarle un principio a los hechos que contaré.Y no es de ninguna manera por ocultar algún dato especialmente escabroso, ni por guardar aunque sea un ápice de dignidad.Tampoco se debe a falla en mi recuerdo, no.Se trata simplemente de que no tuvo un comienzo. Desde la primer memoria que acude con aceptable claridad a mi mente, la dura desgracia flotaba ya en mi vida.

Y en este momento cuando se que no queda, ni nunca hubo, absolutamente nadie (¡Ah, ni yo mismo!) que vele mi desventura ni lamente mi próximo fin, en estas circunstancias de desesperación asfixiante, cuando puedo sentir en el cuerpo, en mi carencia total de instrumento que lo haga por mi, cada minuto correr acercándose más todavía al momento de la muerte, no me queda más que lanzarme a plagar las páginas con tinta intentando quizá que, algún día, cierta persona, aunque más no sea, las lea, e incluso se compadezca (¡ridícula esperanza!) de mi, merme un poco el odio de las masas que con tanto gusto me han condenado toda la vida y ensalzado las palabras finales: “¡Muerte!”, “¡A la horca!”

…claro, ¿cómo una escoria del inframundo, un demonio que solo sirve para hacer escarnio ha osado penar a uno de sus tan felices efectivos? No, claro que no, ¡Inaceptable!… Cuando no me queda suplicar por ningún otro sentimiento que no sea el mísero mencionado, el más vergonzoso instinto del que puede hacerse uno acreedor, escribo esto para dejar en claro cual es la verdad que yace tras la tragedia de mi vida.Leed con cuidado, y después, ¡Solo después!, digan si pueden condenarme con la misma impiedad que antes.

Lo primero que se derrama por mi mente, lo que percibo ubicado más al fondo, inmensamente lejano ahora, es el recuerdo de la casa familiar que en mi niñez ocupé.Viene con fuerza ahora su imagen, y puedo describirles facilmente que era grande, muy grande, y tenía un estilo gótico que, aunque según las incesantes letanías de mis progenitores, había sido espléndido, se perdía ahora en un remolino de decadencia.Pero a pesar de su inmensidad, y de haber ostentado cierto lujo, no había en esta mansión ni una gota de calidez o bienestar.Todo estaba, todo se percibía vivamente plagado de angustias y temores, de desesperaciones, vergüenzas y malestares, un peso omnipresente de tragedia profunda, de dolor, miedo, desprotección y desarreglo.Tan fuerte es el recuerdo de estas impresiones, que es lo único que traigo del pasado más allá de las imágenes vacías de lugares o personas.

Luego de esto, vienen los habitantes de ese palacio de horror, a quienes, a gusto o contragusto, debo llamar familia.Eran…es decir, son (o somos) descendientes de antepasados notables y elevados.Sin embargo, de este señorío, de esta realidad majestuosa y llena de bienestares que tan bien describían miles de libros de historia familiar que atravesaron mis manos durante mi niñez, todo lo que les queda es el apellido, y (de esto ni siquiera estoy seguro) el blasón.De todo lo demás, ni el más mínimo rastro queda hoy en día, ni el más breve resquicio de esplendor y éxito.El fracaso, duro, metálico y horrible le golpeó a mi clan el mismo año de mi nacimiento, como profetizando acerca de un mal venidero.Asi atravesé yo el velo que separa el mundo extraterrenal de el que habito ahora (¡Ah, no por mucho más!), en el seno de una familia reducidad económica y socialmente a un nivel increíble por los infortunios (y no por otra cosa) del destino, acosados además -¡Increíble maldición!- por las mas tórridas enfermedades, en una auténtica conjunción fantástica, que puso desesperadamente de manifiesto la perversa y, aún asi, majestuosa y perfecta, cooordinación que la vida ostenta en sus acciones.Pero había algo que molestaba a ellos todavía más que las miseria económicas y los males de salud.Este estorbo inenarrable era la enorme importancia que daban a la opinión de los demas, y sufrían doblemente por la imágen decadente que lucía ahora la familia, agotando enormes esfuerzos más en fingir que en intentar solucionar realmente los problemas.
Atroces fueron esos primeros años mios, y ¡ay!, atroces por igual marcaron mi ser, y ya desde muy pequeño, mientras los niños comenzaban sus primeros juegos despreocupados, la semilla oscura, la semilla de un árbol llamado muerte, plantada en mi tomó su lento pero constante desarrollo, que no ha abandonado hasta el día de hoy, al punto de dominarme completamente en el momento en que esto escribo.
No tengo ninguna duda de que todo, todo, lo que siguió en mi vida se edificó sobre estos cimientos malditos que la desgracia había marcado en mi más inicial infancia.
Crecí yo con el desastre dentro, no siendo víctima de él.El malestar y angustia, eran el estado normal para mi, y aún cuando de alguna manera menguaban un poco nuestras calamidades, yo siempre me mantenía en ese estado, siempre imbuido con desesperanza y angustia, acostumbrado a velar algún bienestar mínimo del ayer.
Cuando cumplí 6 años de edad, estos rasgos de mi carácter pronto dieron paso a una incipiente enfermedad mental, denotándose especialmente mi antisociabilidad, y un sentimiento de vergüenza frente a los demás, que no puedo más que atribuirlo a esas floridas farsas que mi familia practicaba (y me obligaba a practicar), en pos de aparentar una prosperidad de la carecíamos.Recuerdo ahora que mientras todos los niños vivían despreocupados, yo encontraba su ténues diversiones meros entretenimientos que solo les alargaban el tiempo de adormecimiento, antes de que el desfallecimiento de la felicidad los atacara.Casi me compadecía de ellos, en esa época, y mi personalidad era tan hostil e introvertida, que jamás me relacioné correctamente.
A medida que el tiempo pasaba y mi juventud se acercaba, la patología en mi persona iba notándose cada vez más, y fue por esa época en que empecé a ser consciente de mi anormalidad.Esa vergüenza que mi familia me había inculcado, y que yo siempre había sentido pero más por mi clan que por mi propia persona, comenzó a acosarme directamente.Y mientras todos los muchachos empleaban sus horas en enloquecidad diversión, yo las martillaba pudriéndome en fantasías de mejora y prosperidad, casi puedo decir que atravesé toda mi adolescencia navegando en ideas, en sueños que -¡iluso de mi!- creía que algún día se materializarían, idilios en los que yo alcanzaba esa ansiada normalidad, y dejaba de ser blanco de miradas para el prójimo, blanco de burlas y comentarios.
Pero cuanto más avanzaban los años, más hondo se hacía mi fracaso, ya no el de mi familia, sino el mio propio, y cada vez era más evidente, ante mi y ante los demás, mi ausencia de logros, el estancamiento en un mundo irreal.Esto fue causando un nuevo cambio en mi carácter.En estos tiempos, sentí el acoso de la sociedad como nunca antes, posiblemente empeorado por ese sentimiento de ser observado que desde niño me habían inyectado, y se tornó insoportable para mi el solo hecho de salir a la calle.

Por esta época, además, los asuntos familiares (a los que yo prestaba ya menos atención, perdido en MI miseria), se agravaron más todavía.Y los pocos parientes que me quedaban vivos, enloquecidos ya de tantos años de tragedia, se lanzaron repentinamente a hacerme víctima de todas sus agresiones.Es comprensible, ahora que lo pienso a la distancia: ellos habían fracasado en la vida, pero al menos habían llegado a algo para después caer, yo siquiera había logrado trepar la colina del éxito, y entonces ellos, en ese sentimiento de inferioridad social que sufrían, necesitaban imperiosamente mostrarme cuanto más miserable era yo que ellos, para alivianar un poco su propio fallo.Pero por primera vez en mi vida, yo era atacado por la única gente que tenía, y era agredido con mis más secretas miserias.Asi, con el tiempo y como tantas otras catástrofes, el hostigamiento familiar se sumó impiadosamente al largo collar de miserias que yo cargaba.Sin embargo, y yo lo sabía aunque pretendía negarlo, pareció horadar en mi un pozo más profundo que el de todos los problemas circundantes.Pienso ahora que posiblemente se deba a que no estaba acostumbrado a eso, no podía someterme a tener amenazada por la vergüenza hasta mi propia casa.Y el tiempo seguía deaslizándose, y las situaciones emporaban hasta la demencia, y ellos…mis familiares, intensificaban, vomitando sus tormentos sobre mi, siempre con la palabra justa para destruirme, ellos que conocía cada una de mis miserias más secetas, y terminé asombrándome de que gusto y saña exhibían en sus denigraciones hacia mi, recordándome de mi fracaso, que inútil, estúpido, loco, anormal y avergonzante era, por encima de la desgracia familiar, decían, mi propio fallo era resonante y horrible.Logicamente, sus dichos tenían una precisión de verdad innegable e insoportable para mi, residiendo su mayor efecto en mi conocimiento pleno de su verdad, y yo a duras penas, intentaba seguir tolerando, creyendo, intentando convencerme, de que podría vivir también con esto.Pero fue, por fin, esta traición de los mios, estoy convencido, lo que terminó de derrumbarme.

Creo, con un grado de precisión elevado, que atravesé dos años, mientras todo se enturbiaba crecientemente, conviertiéndose en un mar innavegable.Pero, curioso o no, en todo el babel de dificultades, terminó siendo el acoso social el que más me estorbaba, incluyendo en esta categoría al de mi familia y al del resto de la gente.Algo cambió dentro mio radicalmente.Esos sueños, esas fantasías de progreso que siempre me acompañaban, murieron subitamente.De un día para el otro, se tornaron deseos de muerte.Y no de mi muerte, como debió ser.De la muerte de ellos.De todos.De ese mundo feliz y despreocupado que vivía por fuera del infiero que se abría al trasponer las puertas de nuestra casa.Como nunca, el más horrendo resentimiento se abrió paso en mi, y lo tiñó todo de un negro con tintes escarlatas.
Comencé a dedicar días a errar por la calle, odiando, maldiciendo, reposando en mis rencores.Si escuchaba a lo lejos una fiesta, la música me agredía, la alegría me molestaba, ahí donde había una jóven pareja riendo, estaba yo deseándoles males, donde se celebraba algo con risas y algarabías, reptaba yo deseando verlos privados de su júbilo.Llegado este punto, debo decir, que no siento ninguna vergüenza por estos sentimientos.Se como recicibrán estos los lectores pero ¿Por qué demonios yo debía cargar con tanto dolor para que los demás disfrutaran?….En fin, volveré al relato, puesto que deseo ya concluirlo cuanto antes.
Paulatinamente, privado ya hasta de mis parientes para hablar con ellos, me abandoné a vagar por las calles durantes la noche, generalmente conversando conmigo mismo apasionadamente, mascullando odios por lo bajo, y las gentes felices me miraban de reojos y reían de mi aspecto desaliñado y mis palabras al aires, y yo los maldecía por lo bajo, mientras sus miradas me taladraban, recordando la humillación que me envolvía a mi y a mi familia.

Es posible, quizá, que de haber mejorado alguna situación, toda la máquina que trabajaba en contra de mi cordura se hubiese desarmado.Si algún frente de desgracia hubiese cedido, algo…pero no, nada, ¡NADA!, las miserias económicas, sanitarias, ¡LA VERGÜENZA PÚBLICA! ¡El acoso era constante, y lo sentía en ese momento más que en cualquier otro de mi vida!, y no me quedaban ya ni siquiera mis sueños, ahora habían sido reemplazados por deseos de muerte florida prodigada con pasión a los demás.
Todo crecía, se inflaba, se inflamaba, cada día, cada hora, más problemas, más agresiones, más vergüenzas….Cierto día de intenso calor en el verano, cuando todo cabalgaba en las olas de la angustia, el desprecio de mi familia fue mayor que de costumbre.No reproduciré (aunque lo recuerdo con claridad) que me dijeron, pero fueron sentencias todavía más deplorables y punzantes que de costumbre…más, abrumadoramente más reales y ciertas.Recuerdo que aquel día (no tan lejano en realidad), mi ira y locura alcanzaron un nivel endemoniado.Odié a esos bastardos familiares con tanta fuerza que pude sentir como me estallaba la cabeza y mis vísceras se contraían, pero además, fui tna horriblemente cobarde, que nada me animé a manifestar, como siempre, y me hice a la calle, totalmente alienado.
Evoco con claridad que anduve a toda velocidad, despeinado y desarrapado, hablando solo, mientras las gentes, (¡AH, COMO SIEMPRE!) me miraban y censuraban…y yo, (como siempre), los maldecía por lo bajo, pero esta vez sabía, intuía, que me odio era demasiado inmenso.No se calmaba, no, no se detenía al topar con la razón, crecía, pugnaba por salir.Marché en alas de ese furor, con mi pensamientos girando dentro mi mente, y sin quererlo, porque en verdad estaba lanzado tan solo a caminar enajenado sin rumbo, hacia la zona más lujosa de la ciudad.Posiblemente fue lo peor que pude hacer: a tal punto me quemó ver, esa noche de verano, la exitosa gente paseando y riendo, con sus ropas ricas, sus vidas radiantes, y se veían por las ventanas de las magníficas casas fiestas y banquetes con despreocupados y alegres comensales, toda la avenida por la que caminaba yo ahora era una fiesta de viandantes, y en medio de ella, celebrando sabe Dios que felicidad, una orquesta tocaba su música.Yo me arrastraba al costado de ese mar de alegría completamente trastornado, de repente quise huir a toda velocidad de allí, pero estaba aturdido por la multitud, por el ruido, por mis sentimientos enrarecidos, y he aquí que recordé de pronto que, al costado de esta avenida luminosa que yo atravesaba, se alzaba el Cementerio Floriane, el más rico de la ciudad, el que seguía abierto por las noches, el que incluso muchos de los jóvenes hijos de ricas familias visitaban de noche para enardecer algún tipo de emoción, y buscando silencio y una calma que no podía conseguir, me lancé al interior del camposanto.En un primer momento, la quietud del lugar me calmó, pero todavía seguía escuchando, a través del muro, la orquesta de la calle, y me adentré más todavía entre las criptas, con la esperanza de dejarla atrás, pero los gongos seguían escuchándose.Me detuve especialmente exasperado en esto, aunque no fue más que una descarga emocional de todo mi odio, abandonándome a hablar casi a gritos solo, de sus alegrías, de mi desgracia, gesticulando ridiculamente y maldiciendo.Pero mi ataque fue cortado de pronto.Repentinamente, unas risas apagadas pero claras y sonoras se escucharon desde entre las criptas cercanas, que formaban un auténtico laberinto.
En ese estado de agitación en el cual me encontraba, mis sentidos estaba agudizados.Giré a la velocidad del rayo, y en medio minuto había encontrado al sitio de donde venían esas risas.
En el escalon de entrada a una bóveda, a mis espaldas, estaba parada una pareja jóven, riendo a carcajadas en mi cara. ¿Quizá se ríen, como siempre, de mi aspecto, de mis monólogos, de mi miseria? -me pregunté-, pero había algo en el aspecto de esa gente que me congeló la sangre.La dama lucía radiante, rubia y brillante, iluminada plenamente por un farol del muro.Había en su rostro una alegría profunda, y en su risa se oía una mezcla de pura despreocupación, pero también un dejo de amarga burla, mientras un sencillo vestido blanco corto le envolvía el cuerpo.Daba una imagen de felicidad tan enorme, tan inconcebiblemente inmensa (aunque no me fue posible precisar en que), que debía de ser -pensé-, la perfección de eso que todos los demás mostraban.Me detuve, pausado por unos minutos de mi ira convertida en asombro, en una observación cuidadosa de esta mujer, que seguía riendo junto con su compañero mientras me miraban.Después pasé al hombre, que debía tener la misma edad que ella.Estaba vestido espléndidamente, y también reía, aunque la suya era una carcajada metálica, vacía de cualquier inocencia.Había una maldad velada en su cara, y todo en el mostraba lujo, refinamiento y elitismo, aunque no mostraba esa alegría extraña de la mujer.Sin embargo, daba la impresión de tener bienestar y, no se porque tuve esta creencia, se veía como el complemento perfecto de la dama.O viceversa.Creo que en estas apreciaciones me habré tomado unos 5 minutos, mientras ellos seguían riéndose de mi.Pasado ese lapso, los pensamientos fueron finalmente procesados y comprendidos por mi mente.La curiosidad y estupefacción fueron raudamente reemplazados por el odio, la cólera roja y zumbante, un caudal de gusto amargo subió hasta mi boca, y mis vísceras se contrajeron.Estos dos malditos eran lo que yo detestaba, lo que temía y maldecía….lo que yo jamás tendría, el júbilo, la tranquilidad, la felicidad…Un rayo de muerte me recorrió el cuerpo.Ellos seguían riendo.Los tambores seguían oyéndose a lo lejos.Estallé.Toda la furia contenida durante años, el odio por las injusticias de mi familia contra mi, por mis miserias, por mi fracaso, por todo lo malo, por los dolores y pesares, ¡Ah, por mi vida!, fluyó como un torrente de mi.

-¡Basura infame! -dije con la voz estrangulada- ¡Ah, Cristo, como los detesto inmundos!
La respuesta que siguió, fue recibida por mi mente, no por mis oídos, fue una pulsión de mente a mente, mientras ocupaba su boca en risas y palabras que no escuchaba, y juro que no esperé jamás tal cosa.
-Nosotros somos quienes te odiamos a ti -habló mentalmente la mujer, mientras el hombre gesticulaba asintiendo-, porque nosotros…¡nosotros somos la alegría y el éxito, somos aquello que jamás te llegará a ti, somos eso reservado para los demás, eso que tu solo miras desde fuera!.¡Somos responsables de la algarabía del mundo…y tú…ve a pudrirte en tus sueños! -terminó la frase con una burla insoportable en su voz-.

Incredulidad indescriptible me tocó, pero mi furia era demasiado, terriblemente imparable, y no conseguí controlarme esta vez, siquiera para averigüar el increíble sentido de sus palabras.Balbuceé algo, alguna palabra de interrogación, no la recuerdo, y no llegué a terminar mi articulación.
Me abalancé sobre los malditos, y los golpeé salvajemente con el pomo de acero del bastón que llevaba.Primero a la mujer, que quedó rápidamente inconsciente.El muchacho intentó una ténue defensa, pero era absoluta locura y rabia roja lo que gobernaba mi brazo, y no tardó en caer bajo los golpes.Me abandoné al espantoso acto de desfigurarles, de estropearlos, me avergüenzo al decirlo, pero fue el mayor gusto que he experimentado en mi vida, sus cráneos quedaron completamente aplastados, inexistentes, el vestido blanco de felicidad, marcado con lo rojo de la muerte, y las ricas ropas del hombre, destrozadas y arruinadas.Aún muertos, seguí azotándoles por cerca de 10 minutos, descargando en ellos absolutamente toda mi frustración, y macabramente enajenado por el gongo, que seguía sonando, sintiendo que mi alma misma se derramaba por mi mano, mi cuerpo se desarmaba, todo, todo fluía a través del bastón, y el peso del acero era una pluma para mi brazo.
Terminé agitado, espantado, con las palabras de la mujer repiqueteando en mi cabeza, fantásticamente confundido, atontado, con mil pensamientos arremolinados en mi cabeza.Miedo, cierta tristeza, desorientación…pero principalmente alegría.Y en ese estado de cabalgante locura, salté de exitación ante mi logro: había matado a la alegría y al éxito…Dios….volé hacia fuera del cementerio, totalmente cubierto de sangre y fragmentos vitales, sudado y desarrapado, con el bastón aún en la mano, corrí entre los festejantes, y celebré mi victoria al notar que temían mi aspecto y se apartaban a mi paso, ya no reían.Por fin, llegué al centro de la avenida, abriendome camino a manotazos.

-¡Silencio porquerías! -aullé a un volumen increíble de voz, tan fuerte que se alzó sobre el escándalo circundante- ¡Dejad vuestros horribles festejos, sus burlas y sus agresiones! ¡Nunca volverán a ofenderme con su bienestar!…¡Estan solos, deben terminar el festejo!…¡Yo los maté, maté a vuestra felicidad y vuestro éxito…! ¡Ah, y si no lo creen, no creen que tal fracasado sea capaz de tal cosa! ¡No conciben que la negrura triunfe sobre su impecable y repugnante blanco de fiesta!…¡Entonces, revisen el cementerio, entonces verán, y no festejarán más, y me temerán….! ¡Si, entre las criptas, ahí están sus cadáveres!…..

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