Era una tarde otoñal que se iba oscureciendo mientras llovía copiosamente. El chapoteo de mis pasos me acercaba con rapidez hacia la vieja casona que habíamos alquilado. El olor de la tierra mojada y la humedad de mis pies, acrecentaba aún más si cabe la sensación de frío. Mi cabello completamente empapado enmarcaba en mi rostro una expresión de felicidad, pues aquella vieja casona había sido nuestra ilusión tiempo atrás, y por fin habíamos tenido la oportunidad de vivir en ella.
Corría el rumor de que era una casa encantada, y durante mucho tiempo nuestros familiares más cercanos, habían intentado quitarnos de la cabeza la idea de instalarnos allí, pero nosotros nos reíamos de todas esas tonterías y a la primera oportunidad nos hicimos con ella.
Al llegar a la puerta un fuerte relámpago la iluminó mientras yo seguía rebuscando en el interior de mi bolso intentando encontrar la llave, al rozarla con mis dedos un estruendoso trueno rugió. Dirigida por mi mano entro en la cerradura suavemente y por fin pude guarecerme de la lluvia en su interior.
Me mire en el espejo del recibidor y me reí de la pinta que llevaba, me desnude allí mismo y subí las escaleras de dos en dos hacia el cuarto de baño. Abrí el grifo y el agua caliente sobre mi piel me hizo entrar en calor rápidamente. Al buscar la toalla note que el toallero estaba caliente, no recordaba haber dejado la calefacción encendida por la mañana, pero con la edad me estaba volviendo bastante despistada, así que no le di demasiada importancia.
Pase a mi habitación para ponerme el pijama, pensé que hasta había sido una buena casualidad dejarme la calefacción, porque la tarde era muy fría y la casa caldeada era terriblemente acogedora. Baje al salón y captó mi atención la mesa de ajedrez de mi marido, una auténtica joya de marquetería, con sus piezas de ajedrez de resina decoradas con acrílicos. A él siempre le gustaba jugar con las negras, así que realicé una apertura Sokolsly para sorprenderlo cuando llegara. Me dirigí de nuevo al recibidor y un escalofrío recorrió mi espalda al comprobar que la ropa que había dejado tirada en la entrada, ya no estaba allí.
Un nuevo relámpago ilumino la casa y a continuación un profundo trueno dejo paso al murmullo lejano de la lavadora, que funcionaba sola como si dispusiera de vida propia. Comencé a inquietarme un poco ante estos hechos inexplicables, y necesité sentarme en el sofá pues mis piernas comenzaban a flaquear, mis ojos se clavaron en el tablero de ajedrez y descubrí que las negras habían movido ficha.
La radio se encendió súbitamente y una voz inquietante y siniestra susurró…
– Te toca tirar, gracias por jugar conmigo…
A continuación escuche como la llave giraba sobre si misma provocando un chasquido al cerrar la puerta, me tocaba mover ficha.