La Buscona (Novela) Capítulo 1.

– Pues yo, señor juez, que bien conocida soy como La Buscona, en realidad que tengo a bien llamarme Simona de Barrufet, natural de la muy noble ciudad de Barcelona e hija en sí mismo del talabartero Pablo Barrufet y de madre no conocida puesto que en el día de mi parto ella murió sin saberse bien cuales fueron las causas. Y es por eso que, en llegando a la mayoría de edad, dióseme hacer el hatillo por venirme a estos pagos madrileños para, escondida de las beatas trotaconventos y del cura párroco Don Dionisio Masip, poder ejercer mi oficio de costurera en la muy distinguida casa de Balsadua, de la cual soy proletaria a destajo acá por la calle de Zurbano que, como vos deberíais saber bien, es una de las principales calles del grande e histórico Barrio de Salamanca, del cual tuve la feliz idea y ocurrencia de traer un bosquejo apuntado en esta hoja del calendario que, en mi humilde chabola, pude encontrar más a mano y mire usted que es del día 4 de abril de los presentes días;

oséase que en tal fecha como hoy se conmemora al mártir San Agatópodo que vos, que sois tan letrado en historias humanas, bien sabéis era de Tesalónica y que, a causa de su confesión de la fe cristiana, en tiempo del emperador Maximiano, y por mandato del prefecto Faustino, fue arrojado al mar con una piedra atada al cuello y el pobrecico debió de morir ahogado se supone, si no os lo creéis bien, leed vos mismo la nota que yo ando muy mal de la vista y, además, tengo poca facilidad para esto del leer pues me he criado en Villaverde Bajo que eso es otra historia que os puedo contar a vuecencia.

– ¡No por favor!. ¡Traed acá esa nota!.

– Sólo si me haceís un grandísimo favor.

– ¡Qué dice usted desvergonzada! ¿Cómo se atreve a eso delante de toda la concurrencia?.

– No, señor juez, que vos os confundís y no yo puesto que sólo os pido que me hagáis el grandísimo favor de ler en voz alta para que toda la concurrencia sepa que yo también soy de las de armas tomar y de las del buen conocer historias madrileñas.

– Aquí se lee lo siguiente: El barrio de Salamanca, por el contrario, fue de construcción pausada, pues desde que en 1863 se levantaran las primeras casas del frente de Serrano no se completaría hasta la década de 1930. A finales de siglo, el tejido urbano consolidado sólo comprendía las manzanas ubicadas entre las calles de Lista y Príncipe de Vergara; si bien las manzanas de la calle Serrano ya habían llegado a la calle de María de Molina y las de Alcalá prácticamente hasta la plaza de Manuel Becerra. Su urbanización experimentó un crecimiento triangular hacia el este, partiendo de la plaza de la Independencia y en torno a las calles de Serrano (en paralelo a la primera línea de tranvía) y de Alcalá. La manzana cerrada es el elemento modulador de la retícula, aunque sin el patio ajardinado originalmente previsto, pues tan sólo se realizó en las primeras edificaciones, al igual que de las plazas inicialmente previstas en el proyecto tan sólo se creó la del Marqués de Salamanca en el centro del barrio.

– Y todo eso… ¿qué tiene que ver con el juicio del pueblo de Madrid contra La Buscona doña Simona de Barrufet?… señor juez.

– Haga el favor de callar usted, fiscal de la acusación, pues es menester conocer bien la vida de esta señora antes que emitir un veredicto de condena o de absolución de la misma.

– Gracias señor juez por llamarme señora pues bien señora que soy, que estuve casada con Don Andrés Castillo Botijara de esta muy noble Villa de Madrid, hasta que un ataque de asma se lo llevó al otro mundo.

– Siga con su historia, señora, y no me entretenga más con datos que no son de mi incumbencia y paréceme que se salen de lo que aquí interesa que, como decía el gran Francisco de Quevedo y de Santibáñez, “en ese tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y lo más en un día mismo amanecidos y puestos” pues como sigamos de la tal manera en que están sucediendo los asuntos de su pertenencia, muy señora mía, nos van a dar las vísperas de San Juan, con sus hogueras ya encendidas, y todavía estaremos escuchando de sus ancestros y parentela varia y variada.

– Variados son los motivos que tengo, señor juez, para que pueda vuesa merced hacerse una composición de lugar, que hasta llegar a cierto lugar es menester ser escuchada para poder ser declarada inocente o culpable de un delito que ni en mi mente he provocado yo.

– Continúe entonces usted, doña Simona de Barrufet.

– Tengo que agradecerle su estimada y alta nobleza al llamarme de esa manera y no nominarme La Buscona como tantos otros hacen y deshacen sin tener en sus chinostras más tema que el de querer mojar en la sopa ajena los panes que a saber si se han ganado en buenas lides o sólo son ganapanes nada más. Y ya sabéis lo que quiero decir con eso de ganapanes.

– Lo sabemos todos, señora, todos sabemos que se dice ganapanes, de manera coloquial y jolgórica, a los hombres rudos y toscos.

– En esas estamos, señor juez, en esas estamos porque el citado Don Andrés era más basto que unos calzones de esparto y mire usted que cuando digo esparto refiérome a esa planta de la familia de las gramíneas, con las cañas de unos siete decímetros de altura, hojas radicales de unos sesenta centímetros de longitud, tan arrolladas sobre sí y a lo largo que aparecen como filiformes, duras y tenacísimas, hojas en el tallo más pequeñas. Tiene flores en panoja espigada de tres decímetros de largo, y semillas muy menudas y sus hojas están empleadas en la industria para hacer sogas, esteras, tripe, pasta para fabricar papel, etcétera.

– Protesto señor juez… lo que está contando la acusada no tiene relevancia alguna para el caso que estamos juzgando.

– Denegada la protesta y le recuerdo al señor fiscal que sólo yo soy quien debe dictaminar si lo que dice la acusada es relevante o no lo es. ¿Qué opina la defensa?.

– La defensa no opina nada salvo recomendarle al señor fiscal que deje de poner nerviosa a mi cliente.

– Y yo le recuerdo al señor abogado defensor que lo que se está escuchando en esta sala no es relevante en ningún aspecto.

– ¡Silencio en la sala!. Yo, como juez instructor de este caso doy permiso a la acusada de que siga adelante con su historia. Supongo que al final desembocaremos en algo que nos de luz sobre el asunto.

– Luz y taquígrafos fue una frase que popularizó Antonio Maura con la frase: “Yo, para gobernar, no necesito más que luz y taquígrafos”. Se refería a que las decisiones de gobierno habían de salir de las sesiones parlamentarias, por tanto, públicas y registradas taquigráficamente. Se enfrentaba así el gran estadista a una forma de hacer política a través de cabildeos y señores de presión, que acabó con él. Tengo para mí que Maura recoge una expresión acuñada, la de “luz y taquígrafos”. Supongo que es tan antigua como el régimen parlamentario.

– Ya sé, señor fiscal, que está usted muy ducho en esas materias pero también aprendí, debido a la vida llevada y no traída que tenido que soportar que son frases de Fernando de Rojas, en su afamada y no bien admirada obra “La Celestina” esas que dicen así: “No es vencido sino el que cree serlo”, “Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año más, ni tan mozo que hoy no pudiese morir”, “Jamás el esfuerzo desayuda a la fortuna”, “A quien dices el secreto das tu libertad”, “Del pecado, lo peor es la perseverancia”, “Saludable es al enfermo la alegre cara del que le visita”
“Inicua es la ley que a todos igual no es”, “¿No ves que es necedad o simpleza llorar por lo que con llorar no se puede remediar?”, “Es mejor el uso de las riquezas que la posesión de ellas” y “La mitad está hecha cuando tienen buen principio las cosas”.

– Advierto a la acusada que se abstenga de entrar en piques y repiques con el señor fiscal y que se centre en temas que sean realmente de interés para esclarecer el presente caso.

– A eso voy, vuesa merced, siempre que el muy señor fiscal tenga a bien dejarme hablar lo que he de hablar y que si lo callara se lo llevaría el diablo cojuelo como pasó con don Luis Vélez de Guevara.

– Protesto, señoría, ahora sí que protesto con la ley de mi parte, porque la acusada está mancillando el honor de un probo escritor cuando al parecer lo envía a los i~fiernos.

– Aceptada la propuesta. Hago saber a la acusada que evite ser tan de muy buenas letras y se centre en el asunto a tratar.

– Señoría, la defensa le advierte que no es malo mostrar cultura citando a don Luis Vélez de Guevara para demostrar quien es mi defendida y le hago notar que en ninguno de los momentos hasta aquí parlamentados ha condenqdo al infierno a nadie.

– ¡Pero me dejan o no me dejan seguir!.

= Silencio todos. Sigamos escuchando las declaraciones de Doña Simona de Barrufet, viuda de Castillo, llamada popularmente La Buscona pero recomendándole, una vez más, que sea pertinente y se ciña a lo que de verdad nos sirva de aclaración de los hechos acontecidos.

– Muy señor juez, he de decirle que no ofende quien quiere sino quien puede.

– De acuerdo. Señor taquígrafo haga el favor de borrar lo de Doña Simona de Barrufet y viuda de Castillo y deje solamente lo de La Busco~a pues si bien la acusada intenta lavar su honra es mejor que nos centremos en la búsqueda apropiada a sus diversos oficios.

– Protesto yo ahorq, señor juez, lo que está usted haciendo es dar ya un veredicto en contra de mi defendida al nombrarla como Buscona pues da a e~tender que es ella la culpable del homicidio.

– Aceptada la propuesta, quite también los de La Buscona, de momento, y deje solo La Simona.

– Doña Simona si no le importa, señoría.

– Se acepta la nueva protestq de la defensa. Siga usted, doña Simona.

– Nunca me importó que me llamen o no me llamen La Buscona pues ha de saber usted, señoría, y todos los aquí presentes si lo saben entender, que yo soy cristiana vieja0y que, aunque con canas y rota por dentro, soy del agrado de muchos que se empeñan en ver mis pantorrillas.

– Decencia, señora, un poco de decensia por el respetable público aquí presente.

– Peor es ser ladrona de corazones como la tal llamada Princesa de éboli que muy princesa paréceme a mi que lo era para ser cierto. Demasiada princesa pero que me creo que de prindesa sólo tenía el sueño.

– Pues le recuerdo a la acusada que la princesa de Éboli, según dicen |as historias escritas por verdateros esribanos, fue Doña Ana de Mendoza de la Cerda, princesa de Éboli, condesa de Mélito y duquesa de Pastrana, nacida en Cifuentes, Guadalajara, el 29 de junio de 1540 y muerta también en Pastrana, el 2 de febrero de 1592, y fue una aristócrata española0muy bien casada como Dios manda y madre amorosa de diez hijos; pero resulta que si la envidia fuese tiña muchas tiñosas habría.0

– Si lo dice por mí, señor juez, aclarando que es gerundio. Jamás tendría yo envidia de una mujer que sólo tiene un ojo mientras yo tengo los dos.

– Protesto, señoría, ¿usted considera que est es realmente trascendente para0el caso que estamos dilucidando?.

– Dilucidando o no dilucidando esto demuestra que somos seres de muy fácil hab|ar y el fácil hablar nos guía, si la providencia de Dios lo quiere, a cuitas muy trascendentales, así que, sintiendo su enorme pesar no ha lugar a la protesta. Así que continúe con su exposición, doña Simona.

– La Buscona soy y a mucha honra. Que miren ustedes que soy de encendidas mejillas y a más de un sastre le he dado cortes de mangas.

– Le ruego, señora, que retenga un poco más la lengua.

– Si no temiera a Dios ahora mismo0saldría a la misma calle citada de Zurbano a declarar bien en alto mi inocencia. Nada tengo yo que ver ni entender en este asunto del hombre apuñalado a cuchilladas en la puerta de mi domicilio y pluguiese a los cielos que todas las acusaciones que se me hacen son infundios y ganas de escarnecer a destiempo y a deshora que ya es hora de tomar un buen refrigerio antes de continuar con tal inédito suceso.

– Pugliéreme también a mi tomar un breve descanso para probar un poco de vino de esos de Villarejo de Salvanés, denominados Jeromín, que me vienen a la cuestión como muy bien para la memoria, pues han de saber ustedes, señores y señoras de la plebe que llamaránle Jeromín nada más y nada menos que a Don Juan de Austria, el héroe español de Flandes, hermano de Felipe II. Así que se hace un receso de dos horas para poder atemperar los ánimos, que los noto un poco encrespados, y volver a la templanza que debemos todos mantener para poder deducir cuál debe ser el veredicto final que hagamos con esta mujer. Si alguien desea hablar conmigo que me busque por Chamberí pero jamás he de aceptar cohecho ni coima, pues se ha de saber que en esta corte el que corta el bacalao soy yo mismo y nadie me compra el bacalao…¡así que avisados están todos y todas y quien avisa no es un traidor sino un avisador de esos de los que avisan y dan palabra inapelable en menos que canta un gallo!.

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