La caída de los dioses con camisas negras (Relato)

Suenan los himnos marciales de Richard Wagner en la explanada de la Puerta de Berlín. Los dioses con camisas negras están haciendo un clásico teatro de los “pasos de oca”. Van hacia el abismo final sin darse cuenta de que el río Rhin ha cambiado. El destierro es una posibilidad para ellos y piensan en Brasil y en Argentina, allá al otro lado del mar, esperando que las walkirias canten sus mefistofélicas canciones. Pero las walkirias están cansadas y casadas. Comienza el drama a convertirse en tragedia…

Las mitologías de los dioses con camisas negras atraen el apetito voraz de los neonazis del Mein Kampf germanófilo. Ellos siguen creyendo en la mitológica teoría de la “raza superior”.

Su ignorancia es tan abismal que existe un abismo entre lo que ellos creen y la Verdad de Dios: una sola raza humana. El melodrama wagneriano quiere convertirse en infinito pero eso sólo es posible en las narraciones libres de los poetas que no cren en sus fantasmas sino en las hadas de la Fantasía.

Un viento huracanado comienza a levantar el polvo del tiempo en la explanada de la Puerta de Berlín. En Magdeburgo la Victoria Alada de los germanófilos, ese emblema que caracterizó al Imperio Romano, y que también intentan hacer eterno los camisas pardas de Italia, se tambalea. El viento comienza a derribar las estatuas de oro. El amor de las walkirias ya no sienten nada por los dioses de las camisas negras, sino que están concentrados en sus esposos creyentes de un Mundo Libre. la Verdad de la Libertad es algo ya imposible de detener y los dioses con las camisas negras comienzan a diluirse, lentamente pero de manera inexorable, por las encrucijadas de los laberintos del viejo Berlín. Las cruces esvásticas comienzan a ser melladas por la dentadura voraz de La Parca, y es que la Muerte está devorando, sin detenerse ni un solo segundo, a la música wagneriana que cada vez se va perdiendo en el olvido de los seres humanos.

Tristán ha sido abandonado definitivamente por Isolda. El buque fanstasma del holandés errante ha resultado ser sólo un engaño del compositor que, a pesar de eso, intenta todavía adormecer el sueño de los inocentes. Pero los inocentes se han despertado a tiempo de poder cenar con sus respectivas hadas. Ellos, los neonazis, creen que las hadas madrinas no existen. Así de cuadradas han quedado sus mentes por leer toda la parafernalia nacionalcatolicista del Mein Kempf. Desde el Averno, Adolf Hitler se desgañita porque sus proverbiales discursos hipnóticos vuelvan a hacer creer a los inocentes que la raza aria es superior. ¿La raza aria es la superior?. ¿Y cuál es la raza aria?. Son preguntas que van destruyendo las falsas respuestas, porque resulta que sólo existe una raza y la superioridad, en todo caso, es la de los más inteligentes.

La leyenda de Tannhauser casándose con Venus Imperial, con el beneplácito del papa de Roma, acaba por destruir su entusiasmo cuando se descubre que Venus sólo ama a Hércules, el héroe humano que tiene capacidades divinas. Tannhause se marcha a llorar sus desgracias en los brazos de Lohengrin que también llora al descubrir que ha vivido toda su desdichada vida hechizado por la bruja hechicera Ortrud y su esposo Telramund. El mundo se les viene a bajo a los dos, mientras Elsa ha sido el falso sueño de Lohengrin. Todo el mundo de los neonazis se está viniendo abajo con un estépito ensordecedor. Empieza a ser realidad la caída de los dioses con camisas negras. Ellos se creen dioses todavía pero cuando la realidad los fotografía sólo son fantasmas del ayer que deambulan con sus cadenas, arrastrando pesadamente los pies, por los viejos caserones de su errática imaginación. No. No hay más fantasmas en los caserones del Viejo Berlín más que ellos, uno niños de los llamados “pijos” que se están creyendo ser Los Nibelungos.

Y sigue la música de Richard Wagner sonando en sus oídos y ellos siguen marchando con el “paso de la oca” hacia el abismo. No ven. No oyen. No sienten. No saben. Ya ni opinan en los debates porque se han quedado huecos, vacuos y vacíos. Un hedor de hiedra podrida adherida a las estatuas de sus dioses recorre toda Europa. El anillo de Los Nibelungos ha resultado ser otra de las trampas mortales en las que están cayendo. El Cantar de los Nibelungos sólo es, ahora, un patético himno con las banderas nazis agujereadas por los disparos de las flechas de Diana. !Ellos!. !Ellos que creyeron tanto en las flechas y el carcaj resulta que al final han sido las víctimas propiciatorias de la astuta y bellisima Diana, la Cazadora de los Incrédulos ignorantes!.

Les queda todavía la esperanza de Sigfrido, Parsifal y Fausto. Pero Sigfrido se derrumba en el éter del viento de los vates que cantan eddas de victoria de la Democracia Alada, Parsifal no tiene nada de sagrado y ha sucumbido ante la bella Ginebra que lo ha desterrado al monte Atlas para que sufra su desengaño junto al sufrido héroe mitológico. Y, por último, Fausto se ha convertido en una especie de dablo cojuelo que va renqueando hacia el precipio final.

Los neonzais, en su profunda locura, marchan con su marcial “paso de la oca” sin ver nada. Absolutamente ciegos se despeñan en el abismo de la Historia y sólo queda de ellos, definitivamente, el recuerdo de que fueron solamente unos impotentes como lo fue Hitler. Fin de la caída de los dioses con camisas negras que desfilaban erráticamente al son de la música mefistofélica de Richard Wagner.

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