La decisión final (Una historia de amor fraternal) 1

Paseando por la vida dos almas hermanas se encuentran. Desgracias a cuestas llevan desde niños. El desamor, la desidia y el olvido por parte de los que les acompañaron a lo largo de sus vidas les marcaron el carácter. El se convirtió en un ser duro, de sentimientos puros y faltos de cariño fraternal, ello fue el detonante para que se propusiera no querer a nadie y no dejarse amar. Un escudo de frialdad le envolvía el corazón. Lo endureció al máximo.
Ella llevó una vida similar. Su entorno carecía de amor y cariño hacia su persona, nunca tuvo un abrazo, un beso, una muestra de cariño, una frase de aceptación. Toda su vida la vivió sin poder saborear esos sentimientos.

Vivían rodeados de Naturaleza viva, entre llanuras y montañas. Un mar de color ocre se extendía ante sus ojos. Aquel hermoso lugar abarcaba desde el Río Saskatchewan o la región de Alberta en Canadá hasta Río Grande, la frontera de Méjico, en el sur. Al este, el límite lo marcaría el valle del Misisipi, mientras que al oeste alcanzaría las primeras estribaciones de las Montañas Rocosas.

Su gran extensión y la diversidad de climas y regímenes de lluvias propician la alternancia de zonas áridas (gran parte de Dakota del Sur,) en contraposición a grandes extensiones boscosas de Missouri. El maravilloso entorno se asemejaba al paraíso, se diría que era el mismísimo lugar sagrado donde la Madre Naturaleza inició su vida.

En un pequeño valle una comunidad de indios tenía su asentamiento, una tribu Kiowa. Guerreros indios con un espíritu solitario, duros de corazón pero sensibles de sentimientos.

Se cruzaron en la aldea donde habitaban. Se miraban, se adoraban mutuamente. Llegó el día en que él se decidió a hablarle, le hizo saber lo que le apreciaba, le regalaba palabras de cariño, de admiración, la quería como a una hermana, aunque en el fondo de su corazón algo le dijera que no debía de ser así, el amor no debía de entrar en su corazón.

Ella sintió al fin, que era importante para alguien. Se entregó con los cinco sentidos, no quería perder lo que tanto había ansiado. Decidió adoptarlo como un hermano muy querido.
Petirrojo Cantarín se llamaba él. Sombra de Luna Menguante, era el nombre de ella.

Cuidaba de su hermano como la mejor madre de la tribu lo hacía con sus hijos. Pasó el tiempo y él hizo nuevas amistades. Ella lo sentía feliz y eso le agradaba, quería que tuviera lo que siempre le faltó, fue dándole libertad para hacer y deshacer, debía de hacerse un gran guerrero, no siempre lo iba a tener pegado a sus faldas.

Los guerreros debían de salir a cazar para sustentar las familias, el animal del que los indios obtenían la mayor parte de sus recursos, no sólo alimenticios, sino también para la confección de vestidos y herramientas era el bisonte (Tatanka en alguna de sus lenguas)
Las tribus perseguían las manadas a lo largo de un ciclo que se repetía cada año: hacia el oeste y el norte en primavera y de regreso al sur y al este antes de la llegada de los fríos invernales. Junto al bisonte, el antílope, oso, ciervo, aves y demás animales del bosque, así como la recogida de algunos frutos o la pesca de los ríos completaba la dieta habitual.

Fueron tiempos de cosechas dulces, el amor fraternal los unía en una armonía inusual.
Poco a poco se fueron distanciando, Petirrojo iba y venía de correrías, cacerías y se codeaba con el hombre blanco. La sombra de la duda vino a visitar a Sombra de Luna Menguante, se percibió del peligro que ello le reportaría y así se lo hizo saber. Le reprochaba en ocasiones que la tuviera abandonada, ella que tanto le entregó, se sacrificó por estar a su lado, dejó de tener otras amistades sólo por cuidar de él.

Continuará….

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