La decisión final ( y 3)

Durante muchas lunas viajó Sombra de Luna Menguante. Recorrió montes y valles, cruzó ríos lastimándose los pies con los guijarros de sus orillas. El frió en las noches fue su eterno acompañante; durante el día el sol daba calor a su malherido y maltrecho cuerpo. Nada impidió su caminar constante en busca de su querido hermano Petirrojo Cantarín. Un atisbo de esperanza le señalaba el camino hacia el lugar donde encontraría su cuerpo.

En su andar se acompañó del silencio de la pradera, escuchó el chillido del águila que volaba libre sobre la llanura. En la noche se dejó cobijar por el aullido del lobo mientras la Luna ascendía majestuosamente mostrándose plena en total belleza arropada por un manto de estrellas y luceros.

Amaneció gris la mañana. Los nubarrones negros amenazaban con desatar su furia. Buscó un techo donde no lo había. Sin saber cuando, ni en qué instante, de repente un torrente de lágrimas salinas, heladas, la cubrieron, se congelaban al posarse en su cuerpo. Los copos seguían cayendo conservando su triste aroma a desgracia y desamparo. Cayó al suelo exhausta, no pudo levantarse, su cuerpo no le respondía, laso, aterido, dolorido por tantas noches al raso, en el suelo, sin más abrigo que una malgastada piel de oso que él cazó y curtió para ella. Lloró al verse impotente, no podía ceder al dolor, no debía, su meta era encontrarle y poder descansar en paz consigo misma.

Miró al cielo y en ese mismo instante escuchó encadenadas al viento unas palabras. Le hablaba el gran espíritu Manitow. Le apremiaba a seguir, se encontraba cerca del lugar donde él se hallaba. Una gran fuerza le envolvió alzándola, sintió sus pies ligeros, asombrada sin dar crédito a lo que sentía su cuerpo recogió su escaso equipaje y se dispuso a reanudar el camino, le sentía muy cerca….le pareció escuchar su voz pidiéndole auxilio. Como una gacela corría, saltaba, trotaba, sus piernas ligeras como plumas la llevaban en voladas.

Apareció ante sus ojos y sin esperarlo, su corazón no le cabía en el pecho, sintió que perdía el conocimiento, que sus fuerzas le abandonaban. Quiso gritar su nombre mas no pudo, un nudo atenazaba su garganta. Estuvo durante unos minutos contemplándolo, escudriñando su espalda milímetro a milímetro, su larga cabellera negra le había crecido considerablemente quiso disfrutar del momento imaginando su rostro, sus ojos, incluso creyó escuchar su voz envuelta en el viento.
El no la oyó llegar, no podía, estaba muerto. Su corazón no pudo aguantar el desengaño, la desidia del hombre blanco, el sufrimiento de haber dejado a su hermana sabiendo la preocupación de ella. Su orgullo le impidió volver a su pueblo, a su tribu, a su hogar. Solo y en silencio murió unas horas antes de que ella llegara a su lado, apoyado sobre un viejo roble.

Al darse cuenta de que estaba sin vida, su mente y su corazón sufrieron una amalgama de sentimientos reprimidos tanto tiempo, que todos juntos fluyeron como si de un volcán en erupción se tratara, acometiéndole una gran embestida ahogándola, dejándola sin respiración y sin aliento.
Y allí, abrazada al cuerpo sin vida de Petirrojo cantarín, exhaló su último aliento Sombra de Luna Menguante.

Los encontraron al cabo de unas lunas y allí mismo dieron sepultura a sus cuerpos, nadie se atrevió a separarlos. Se fundieron en uno solo con la Madre Tierra.

Un bello paisaje, la naturaleza exuberante, la humanidad caminando.

FIN

Un comentario sobre “La decisión final ( y 3)”

  1. Un relato bien triste, pero muy bien estructurado y con una gran riqueza de términos. Me ha parecido sentir el frío de Sombra de Luna Menguante al buscar a su hermano.

    Te felicito, querida amiga. Espero tus noticias prometidas sobre la veneciana trasplantada al Nordeste de España. Muchos besos, Wersemei.

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