Se me acaba de escurrir de entre las manos un alterado invierno, una estación que no sabía como comportarse o que hacer. Un alterado invierno de fríos apresurados, de ida y vuelta. Cada invierno las manos grises, cada invierno las manos agrietadas con gotitas de sangre. El viento y el frío castigan nuestras manos, unas manos que se diseñaron para cuidar la tierra madre. Y para otras muchas cosas.
Cada año hago lo mismo, entrar en la industria farmacéutica con bastante ánimo de lucro y…Me planto dentro del establecimiento y… ¡Tengo las manos cortadas por el frío! ¿Tiene usted algo que vaya bien?
Entonces aquella mujer o aquel hombre empiezan a decirme nombres de cremas y sus nombres curiosos y a la vez extraños y sus facultades para con la piel. Me van mostrando cajitas y colocándolas sobre el mostrador acristalado. Por prejuicios no me atrevo a preguntar el precio; pero por cobarde lo pregunto. Si uno tiene prejuicios, pues al menos llevémonos mal con ellos, para que no se salgan con la suya. Hay prejuicios que quizás sean adecuados o nos puedan ayudar en muy determinas o concretas ocasiones. Hay prejuicios que son de usar y tirar, van muy bien cuando hay que utilizar el mecanismo de la hipocresía o el cinismo, especialmente esa hipocresía o cinismo tan ajeno a nosotros y nosotras que se nos ve el plumero de lo mal que lo representamos. Normalmente se hace por fuerza mayor. Cuanto menos se utilicen mucho mejor. Aunque pienso que lo mejor sería jugársela, no entrar en esas cosas, que en el fondo desgastan mucho. Aunque no lo parezca.
Estoy aburrido de la misma historia de siempre, cada invierno las manos me sufren, y cada año la industria farmacéutica insinúa que es normal. ¡Y lo es!
El medico oficial de la medicina oficial, dice ¡no! a algunos remedios de la abuela Remedios.
Llega otro invierno, ya no quiero hinchar el globo farmacéutico, me adentro en la cocina, no hago caso al médico, sostengo la botella del vinagre y me mojo las manos con ese vinagre, sobre todo el dorso, entonces las manos me escuecen en algunas zonas del dorso. Las palmas de las manos también sirven para que sus líneas sean leídas. No me hace falta que alguien me diga, me augure “Cada invierno el dorso de estas manos…” Pues cada año lo voy viendo por mi mismo.
Desde que cada invierno, me mojo las manos con vinagre, he estado con las manos bien, sin sangre ni cortes, y por cierto, muy bonitas, como esas manos que anuncian cremas para el frío.
Y se me ocurre pensar que si la industria farmaceutica supiese que el vinagre es beneficioso, me lo hubiese dicho.
Esto es como las guerras. Las guerras existen, se mantienen porque sirven para algo, son útiles y alguien las necesitas, hay compradores y vendedores de conflictos armados, hay seres humanos que son indiferentes al sufrimiento de personas. Las guerras son el decorado más o menos elegante de muchos despachos, son el fruto de decisiones y programaciónes neurolinguisticas mal utilizadas de muchas diplomacias y protocolos, que entre otras cosas alimentan la confusión. Es posible que sean rentables, y como interesa que existan, pues existen, el hecho de la guerra y conflictos bélicos están ahí, aunque sea tras la crónica de un reportero. Parece que cuanto más ruido y más reales o auténticas, mejor. Si las guerras no sirvieran para nada no existirían. Su acabamiento se tomaría en serio.
O dicho de otra manera: Las guerras no existen porque no conducen a nada, no sirven para nada, no aportan nada, ni benefician a nadie, ni al medio ambiente. Las guerras no existen porque no enriquecen a nadie, no son rentables. No existen porque perjudican nuestra salud. No existen porqué mutilan la vida. No existen porque quiebran árboles genealógicos, a veces de raíz. Si las guerras sirviesen para alguna cosa o enriquecieran a alguien, entonces existirían, las tendríamos entre nosotros. Habría minas por todas partes y coches bomba. Si existiese una industria armamentística que diese de comer a familias con dinero manchado de sangre y otros fluidos y tejidos que emergen del organismo al romperse la piel, entonces se construirían fábricas de armas y bombas, y muchas familias y despachos vivirían de ello. Pero como no es así. Pues no hay guerras. ¿Para qué?
Cada invierno las manos grises, cada invierno las manos agrietadas con gotitas de sangre. El viento y el frío castigan nuestras manos, unas manos que se diseñaron para cuidar la tierra madre. Y para otras muchas cosas…ironía que despliegas, socavando cada una de las congruencias útiles, los monopolios farmacéuticos, las fortunas de los señores de la guerra, el olvido de las antiguas recetas que son efectivas., se me acaba de escurrir decirte brillante texto.Saludos
Preguntas que ¿para qué?. Yo tengo mi porpia respuesta: Las guerras sólo existen cuando los hombres no saben reír. Y tan grande pensamiento lo pienso publicar. Me diste tú la idea. Gracias. Sigo diciendo que escribes con mucho estilo y muy buen humor.